Destino de oro en sangre

Capítulo 30

Los kastales se escogen luego de un largo proceso, donde se envía a niños y niñas de quince años al Bosque Ital-Kan en búsqueda de la piedra de miel. Solo el próximo kastal la trae de vuelta. Enigmático, se dice que el bosque solo da paso al nuevo kastal, el que se encuentra con Aske Anlesa y es quien logra oficializar las ceremonias bajo su ala.

Era medio día cuando llegamos a Unzeya sin otro percance, habíamos comido un poco de jamón, queso, tubérculos fríos y aqza. El clima había regresado al usual, pero seguía sin comprender cómo podía cambiarlo.

Aske Anlesa, ¿cómo era posible que no tuviésemos una guía? Los años en esa academia solo me habían ayudado a buscar el poder, pero no me había servido de mucho en cuanto al control que por ese tiempo no era muy destacable. Viento, nada más. Incluso cuando se suponía que los rayos eran lo principal dentro de nuestra familia.

La nieve se amoldaba a la caída triangular de los techos, los faroles junto a las puertas se mantenían prendidos incluso de día, señalando los lugares entre la espesa bruma. Al fondo, justo donde la alta cumbre daba pie a aquel sinuoso valle, se veían los destrozos de las piedras, una casa a medio cubrir y un camino cortado.

Adil hizo pitar el silbato más para los habitantes que para los lobos, anunciando nuestra llegada con la ayuda.

De a poco, la gente fue sacando medio cuerpo por la puerta. Se tiraron la piel sobre los hombros y el papaja en la cabeza y cruzaron sobre la nieve para recibirnos.

Para ser el Ali Terzar, el supuesto protector de Anlezia, solo había venido aquí con mi madre durante un verano antes de viajar a Inwelz para estudiar.

Nos bajamos de los lobos y nos saludaron con reverencias anlezianas y agradecimiento en la mirada.

—Hemos traído la ayuda —dijo Adil con orgullo—, todos sabemos que no podremos sacar las casas debajo de aquellas piedras; pero tendremos alimento y cobijas para pasar el frío y compensar a las familias que lo perdieron todo.

Una ráfaga nos golpeó a todos por el costado, incluso los lobos se estremecieron.

—Descarguen los barriles —le dije a los soldados que nos acompañaron. Aún no sabía cómo iba a anunciar el deceso de aquel chico a su familia o al resto de sus compañeros, uno de ellos mantenía la mirada sombría y sabía que para él debió haber sido una persona importante, porque me vi reflejado, aunque no quería—. Por favor dinos dónde deben ir y los llevaremos —me dirigí a Adil.

Ella asintió, guiándonos a una gran casa justo al inicio del asentamiento. Todos los Casevs tenían una casa donde quedarse para vigilar el territorio o para acompañar a sus habitantes, esa era la suya. Como la mayoría, había transformado el lugar para crear un centro de acopio o centro hospitalario.

En ese sentido, los Casevs eran mucho más cercanos a su gente que el Ali Terzar y Ali Terina.

Tomé dos bolsas de granos y me las eché al hombro. Entrenaba porque era necesario para sobrevivir, pero, desde mi paso a Ali Terzar, lo único que hacía era revisar documentos y reunirme con gente, y, siendo honesto, lo prefería así.

Al final, era obvio por la historia de la osa blanca que no debíamos herir a otros si no era por supervivencia, ese era uno de los valores centrales de estas tierras.

Pero luego de la muerte de Ecwrin, aquello se había vuelto algo más: era miedo. Lo del guardia, lo de Verye... No podría repetir algo así, pero de ser la única solución para mantener con vida a la gente que amaba, ¿podría hacerlo?

La pesadilla de Zissel quizás era una señal en la que me vería obligado a hacerlo. Pero eso sería traicionarla y tampoco tenía sentido.

Volví en mí, dejando los sacos donde correspondían, ayudando a Seamus que traía consigo un gran barril lleno de aqza.

El resto de los soldados hacía igual. Llenamos el área de reservas en cuestión de minutos y sin problemas para luego sentarnos a comer un estofado que nos abrigó hasta los dedos de los pies. El luto estaba presente en las pequeñas sonrisas e incluso en la forma en que todos preferían guardar silencio, pero al menos los materiales y alimentos mantendrían vivos a quienes continuaban sentados allí.

—Cuesta que las noticias salgan de Teaedra, más en invierno —dijo una mujer cercana a Adil, guardando respeto, aunque no ocultaba su interés—, ¿cómo fue su unión matrimonial con la Princesa de Inwelz? Muchos teníamos dudas de cómo iba a ser, a fin de cuentas, es una forastera y ni siquiera está aquí.

Fritsi mantuvo la mirada en ella, asintiendo. Todos los presentes aguardaron por lo que sea que fuese a decir. Imco pareció morderse la lengua para no decir todo lo que se le venía a la cabeza.

—La Ali Terina es una mujer comprometida con su deber —dije apartando el bol que apenas le quedaba unos tubérculos mal cocidos, de cualquier forma, me hubiese costado seguir comiendo—. Yo fui el que le dijo que no viniera. Si fuese por ella, hubiese arriesgado su vida para venir a dejarles una manta roñosa si eso los salvaba.

Me froté la sien, molesto.

—Pero… —continuó ella—, ¿no es verdad que solo es otra copia de Reuben?

La verdad era que ni siquiera los otros hijos lo eran, ¿cómo podría Zissel? Era una situación que parecía no querer dejar de repetirse. Cómo no acabara en el Preim Hestival con las palabras del kastal, no estaba seguro de que esas ideas llegaran a morir.




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