Las ceremonias funerarias en Anlezia eran más que una simple despedida, eran pensadas para que su gente regresara a la tierra. Se les enterraba debajo de los árboles; desnudos, pero con la capa que más usaban a su alrededor como único cobijo; cubiertos de tierra y una variedad de hongos. El collar de huesos podía repartirse o quedar como recuerdo familiar y cada persona que asistía tallaba una runis en su memoria.
La emoción que me dio verlos a todos reunidos para tejer conmigo, algo que había sido preparado como una sorpresa para animarme, fue suficiente para llenarme el pecho de calidez.
—Liya... —dije, cubriéndome el corazón con ternura.
—Está todo listo para que comencemos.
Ceaya a su espalda sonreía, aún con pomada para los moretones y pequeñas heridas en las manos, igual a su hermana mayor.
Eran adoptados, por lo que no me sorprendía que uno tuviese el cabello verduzco y la otra fuese rubia; lo bonito era ver cuánto se querían. Liya había recibido más de algún golpe para que no le llegara a su hermano y eso no quedaría impune. Aquel hombre no iba a irse sin pagar lo que había hecho.
—No era necesario, se suponía que yo debía arreglar todo esto —me reí.
—¿Le ha molestado? —preguntó Vance.
Negué y me senté con todas ellas en uno de los sillones que habían colocado a la entrada del salón.
—Les agradezco el gesto, de corazón. —Vi a cada una de las personas ahí sin sentirme pequeña, sin sentirme una extraña—. Entonces doy inicio a la junta de tejido. —Tomé una madeja de lana azul y la enredé sobre el crochet, la primera punzada era para la Ali Terina.
El fuego crepitó a nuestro lado. Una a una, se fueron sumando. Algunas tejían sobre una malla rígida donde hacían los telares decorativos.
—Haré una pieza para venderla en el Preim Hestival —dijo una de las sirvientas, Audel.
—Yo para mi esposo, necesitamos otra manta para el verano.
—Yo me haré un par de guantes, así no vuelvo a pasar frío.
Escuché en silencio, mientras me reía a mis adentros. Nunca me había divertido tanto entre esta cantidad de personas mientras tejía. En Inwelz no era bien visto, se consideraba una tarea de pobres, pero en realidad era una actividad relajante siempre y cuando no perdieras de vista los puntos y lo que estabas haciendo.
—¿Usted qué hará, Ali Terina? —me preguntó Alqie, con sus ojos fijos en lo que tenía entre mis dedos. Cuando volteé, me di cuenta de que Vance ya se había retirado.
Apenas estaba formando un anillo de los muchos que necesitaba solo para un brazo.
—Es un chaleco..., algo para las tardes frías de primavera y las mañanas de otoño...
—Para el Ali Terzar, debo suponer. —Una que otra chica se rio bajito, haciéndome sonrojar.
—Eso espero, mientras le quede y lo quiera. —Observé el grueso manojo de lana sabiendo el tiempo que me tardaría.
—El Ali Terzar es mucho más sensible de lo que creíamos —se atrevió a decir Inzim, cuidando sus palabras como si yo fuese a castigarla de equivocarse.
—El Ali Terzar es una persona como todos nosotros —le sonreí—. Es un hombre honesto y preocupado, quiere estas tierras más allá de su puesto. Me enseñó mucho de Anglesia y sus descripciones eran mucho mejores que las que pude haber leído en cualquier libro de Inwelz.
Dejé lo que iba a ser el chaleco sobre la falda de mi bealvak morado, deseando que Priel estuviese bien. Incluso con la pesadilla anticipándolo en la forma más retorcida posible, necesitaba saberlo por él.
Noté que me estaban mirando con una ternura que rozaba en juego luego de unos segundos, podía escuchar sus pensamientos.
—El Ali Terzar es un buen hombre —aclaré—. Cualquiera que lo conozca puede darse cuenta de eso, así que espero que sea igual para ustedes.
—Oh, sí que lo es. —Me tensé, Kive estaba la entrada del salón con un bealvak gris y un hermoso lev entretejido, risueña y animosa como siempre. Hace casi una semana que no la veía, pero no pude evitar sentirme menos al verla, porque ella era todo lo que me hubiese gustado ser—. Cai Priel es un hombre maravilloso, un poco cerrado, pero una gran persona.
Inspiré. No. Mis Santos, no. No podía ser tan insegura cuando tenía pruebas frente a mí de que estaba haciendo un buen trabajo incluso si no era la princesa que mi padre quería o la Ali Terina nacida en Anglesia.
Todos los presentes habían preparado esta sorpresa porque estaba demostrando que era digna del puesto. Me estaba costando más y había gente que jamás me miraría más que como una forastera entrometida, pero lo iba a conseguir.
Exhalé y le sonreí. A fin de cuentas, Kive me había ayudado con Imco aquella vez.
—Bue lite, Kive. —Me reverenció con la mano en el pecho.
—Bue lite, Ali Terina. Espero que no le moleste que haya llegado de improvisto.
—No, kuvral Olife me dijo que vendrías. Toma asiento, por favor.
—¿Mi tía dijo eso? —Tensó la sonrisa, apenas ladeando la cabeza—. Ya veo. De todas formas, me alegra. Y le agradezco por su bienvenida. —Tomó lugar en uno de los puestos libres—. No veo a kuvral Aelan, ¿dónde está?