Destino de oro en sangre

Capítulo 32

Algunos dicen que los poderes de la familia Anlezia surgieron como un regalo por parte de Aske Anlesa para proteger las tierras, otros creen que los convirtió en la familia protectora porque ya tenían los poderes. Fuera de Anlezia se clama que son descendientes de algún Dios, sobre bendiciones, sobre castigos, sobre cómo estos no son más que magia elemental y que los otros tipos de magia dejan obsoletas aquellas creencias. Pero, en realidad, ninguno puede asegurar su origen.

Me estremecí, era una mezcla de temperaturas insoportable. Frío, calor. La respiración me quemaba y las siluetas a mi alrededor eran conocidas. Ese aroma dulce…

Moví la cabeza como pude y la encontré ahí, dormitando con el cuello ladeado.

—Zissel…

De un salto, abrió los ojos y me tomó la mano, tocándome la mejilla y reacomodando el paño que tenía en la frente. Tenía los dedos fríos, la mirada cansada y parecía haber llorado por demasiado tiempo.

—Está bien, Priel —susurró como si le hablara a un niño—. Te vas a recuperar. El doctor dice que estás mejorando.

Gruñí, los recuerdos del viaje volvían a mí y, por como actuaba, no parecía haber ido muy bien.

—Zissel… —Pero no me dejó terminar, repartiendo caricias en mi rostro.

—Estoy aquí, Priel. No me voy a ir, estoy contigo. —Me costó tragar saliva y atrapé su muñeca antes de que la cabeza me diera más vueltas.

—Zissel, escúchame un momento. Necesito saber qué pasó durante el viaje de regreso, si alguien salió herido.

Abrió los ojos.

—Estás consciente... —dijo, como si no se lo pudiese creer y comenzó a llorar de la nada, tomándome por las mejillas y luego, de la misma manera en la que lloraba, comenzó a reír—. Estás despierto.

Sin saber bien qué hacer, asentí débilmente.

—¿Alguien más salió lastimado en el viaje? —pregunté de nuevo cuando se apartó avergonzada.

—¿Más que tú?... No. Todos estábamos muy preocupados porque no despertabas, son tres días desde que llegaste en este estado —se enjugó las lágrimas rápidamente—. Pero no tienes que preocuparte por nada, ya está todo arreglado. Lo único que me faltaba era que recuperaras la consciencia……

Vi sus manos amoratadas por el frío, el paño para la temperatura y el cansancio en los ojos de Zissel. Tres días, con razón sentía el cuerpo tan entumecido. Tres días y ella no se había alejado de mí.

—Lamento... —dije, frotándome la sien—, lamento haberte preocupado. Sé que no te gusta que consuma esa droga, pero no vi otra opción. Mis poderes estaban fuera de control con la fiebre, no sé por qué pasó, pero...

—Espera —me detuvo, el color se fue de sus mejillas—, ¿tú decidiste tomar la droga? —Entrecerré los ojos, ¿no lo sabía?—. Mis Santos...

Se cubrió la boca, la mano le temblaba.

—¿Zissel?

—Yo... —tragó saliva, sin atreverse a mirarme—, ataqué a Imco... Pensé que te había dado eso porque tu madre se lo había dicho y le escupí y enterré la espada en la nieve y... Oh, mis Santos..., arruiné todo, Priel.

—Aguarda. —Esta vez fui yo quien necesitaba entender—. ¿Tú le escupiste a Imco porque creíste que él me obligó?

Lloró de nuevo, más frustrada que antes.

—Habíamos avanzado tanto... Por eso Olife se rio, estaba haciendo el ridículo...

—¿Le gritaste? —pregunté. Debía estar loco, porque la sola idea de Zissel enfrentándose a un hombre que lo superaba por tantas cabezas solo para defenderme... Aske Anlesa.

—Le grité e insulté su honor —susurró apenas audible.

Como pude, me incliné en su dirección y la ayudé a quitarse las lágrimas, acariciando sus mejillas con suavidad.

—Lo insultaste, le escupiste y casi lo amenazaste a un duelo..., todo porque pensaste que me había hecho daño. —Me reí cortó, sin creerlo del todo. Ella frunció el ceño, haciendo un pequeño puchero, casi ofendida con que me pareciera divertido—. Aske Anlesa, Zissel. Es que a veces no sé qué decirte.

—Son problemas para nosotros, Priel. He pasado los últimos tres días arreglando cada cosa que surgió del viaje, cuidándote para que cuando despertaras no tuvieses que preocuparte por nada y pudieses descansar. Y lo he hecho mal, de nuevo.

Arrugó la falda de su bealvak bajo sus manos, como si fuese ella la persona más repudiable del mundo. Odiaba verla sentirse así.

—Si hay algo que resolver, lo haremos juntos. —Me ahorré la vergüenza, atrayéndola hacia un abrazo—. Gracias por lo que has hecho, Zissel. Sé que hiciste lo mejor que podías, eres tan terca que estoy seguro de que casi no dormiste...

No dudó en rodearme con fuerza, la necesaria para hacerme saber que no quería lastimarme.

—Lo que más nos preocupaba era si ibas a sobrevivir, no diste señales de mejora hasta hoy por la tarde… —sollozó—. Creí que no te volvería a ver y…

Tragué saliva y mis dedos se enredaron en su cabello con pequeños toques. Me dolió oírla, tres días era demasiado.

—Lo siento… —susurré—, no te dejaré pasar por esto sola de nuevo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.