Los dioses se mostraron reacios a aceptar que ya no podrían cruzar la frontera con el plano mortal, por lo que designaron a un bebé de sangre divina para comunicarse con ellos cada cien años y hacer los cambios que quisieran sin romper las reglas.
—¿Ya no te duele la cabeza? —me preguntó Zissel, observando unos documentos que Vance le había entregado ayer.
Estábamos revisando cada imperial que salía de nuestro fondo y para dónde iba, de momento no encontrábamos nada que fallara. Mi madre me lo había dejado en claro: todo lo que se ganaba de impuestos en Anlezia y lo que llevaba de apoyo desde Inwelz era gastado devuelta para nuestras tierras.
Si bien, en ese sentido jamás había dudado de mi madre, lo de las vacunas y la falta de apoyo en los años anteriores por parte de algunos Casevs me tenía enfurruñado. Olife me dijo que, de suceder algo así, ya lo habría sabido, pero incluso una mujer como ella no tenía el poder de ver hasta el último movimiento de cada persona en Anlezia. Debía haber algo en algún lugar.
—No mucho —le respondí, con la nariz metida entre los posibles hombres que podrían reemplazar a Imco—. Lo que más me duele es la garganta.
Había sido otra sesión de llanto y frustración contarle todo lo de Imco, pero ya los dos nos habíamos calmado y habíamos empezado a trabajar. Le había prometido que cumpliría dentro de una semana como ella aquella vez y no tenía planes de defraudarla.
Lo de su padre tampoco era buena señal, la carta era suficiente razón para hacernos cubrir mejor nuestros pasos.
Bebí un poco de aqza, los días se sentían eternos, pero en la noche no eran mayores a un parpadeo. Y a ese, le siguieron tres más. Ya casi estábamos acabando la semana y no teníamos más que problemas que seguían sumando.
Con Imco se marcharon unos soldados y guardias, acentuando una división en el castillo y, con toda seguridad, dentro de Anlezia. Mi madre seguía sin salir mucho de su cuarto, Olife no dejaba de recordarme que Zissel estaba convirtiéndose en una molestia y Yzek se había empeñado en ignorarme como si no existiera; pero eso era lo último de lo que me preocupaba, al fin del invierno, iba a volver a Garrendal.
Para mi sorpresa, había comenzado a hablar más con Seamus cuando nos asegurábamos de que ningún espía podía escucharnos. Tenía cuatro años más que yo, por lo que era usual que a veces me hiciera sentir como un niño. Seguía siendo un poco más irrespetuoso que el resto, pero ya no me molestaba; me estaba enseñando a cómo controlar mis poderes mejor de lo que pudieron en la horrible academia.
Y eso hacíamos, estaba bajo lo que debía ser una tormenta asesina, pero, de alguna manera, había conseguido mantener el viento y la nieve a raya.
Del otro lado, en el ala de entrenamiento, podía escuchar a Zissel entrenar con la espada con Gaqven, el hombre que cubriría a Imco por lo que Olife nos dejara. Podía escucharme a mí mismo decirle que, si tenía una espada, debía usarla. Me hizo caso y, contra lo que yo pude creer que sentía con relación a los combates, Liya la acompañaba cada hora con una espada de madera, dando una y otra vez a los muñecos para mejorar.
Cuando algo se desarmaba, otras cosas tomaban forma.
Cerré los ojos. Además de los poderes, tenía un lugar que llenar y personas a las que proteger. No quería lamentarme la muerte de nadie más.
—Cuando pueda mantenerlo controlado, podrá invocarlo cada que lo necesite. Será más fácil y no traerá nubes cuando no las quiera.
—Está bien…
La gema ya no era secreto para nadie y el padre de Zissel estaba al tanto. De hecho, había sido ella por medio de Seamus, quien le había pedido que me entrenara. Aunque había aceptado, éramos consciente de que ahí había algo más que íbamos a descubrir tarde o temprano.
La tonalidad rojiza en las nubes ya no me asustaba, me mantenía atento a los cambios, a los motivos por los que debía seguir practicando hasta conseguirlo.
Giré mi cabeza por un momento, viéndola ahí bloqueando cada golpe que Gaqven daba en su contra. Ojalá eso fuese suficiente para mantenerla a salvo, pero dudaba que Olife o su Reuben la atacaran tan abiertamente sabiendo que tenían otros puntos ciegos que usar y que les daría una ventaja mortal.
—Si quiere mantenerla a salvo, es mejor que se concentre en sus poderes —me dijo Seamus, haciéndome voltear con hombros tensos como un tronco.
Lo percibí reír por lo bajo, negando mientras observaba las nubes.
Aske Anlesa, parecía tener el mismo humor terrible de Menvis.
Continuamos así hasta la hora de almorzar.
Estar en el establo me hacía bien. Fenej había soportado conmigo todo el viaje y hasta parecía feliz de verme luego de los días que había estado desaparecido, pero no fue capaz de levantarse ni el primer día ni ahora, solo bostezar en mi dirección como siempre.
Ezku permaneció junto a Zissel la mayor parte del tiempo hasta que ella se distrajo conversando con Menvis, entonces se acurrucó junto a Fenej.
Bufé por lo bajo. Ezku me miró como si supiese que pensaba y luego, sin mover la cabeza, sus ojos viajaron hasta ella y luego de vuelta a mí.
Incluso un lobo se daba cuenta.