Las grandes regiones enviaron a las mujeres capaces de cumplir con el rol de Consorte; de inmediato, Reuben cayó enamorado de Verona. Las historias cuentan que fue mucho más allá de simple vanidad, que realmente se entendían, porque ambos creían que el fin justificaba los medios y el de ambos era liderar el Imperio a la prosperidad.
Lo escuché toser antes de que se sentara en el sofá del pequeño salón, quizás me equivocaba, pero se veía más cansado y enfermo de lo que había visto antes. Aparté la mirada, no me sentía mal por eso. Tampoco me dolía imaginarme que era él y no mis hermanos los que morían en aquella pesadilla.
Un padre al que no le podía llamar tal y una hija que, en el fondo, deseaba su desaparición.
—Te estás demorando demasiado en lo que te pedí, Zissel.
Me agarré las manos con fuerza sobre el estómago, no quería que viese lo mucho que me afectaba.
—Lo siento, no he tenido ningún síntoma. Pero no tengo dudas en que sucederá dentro de este invierno, padre. Como dije, no planeo defraudarte con esto.
—¿Es así, Seamus? Porque no me gusta esperar, Zissel, lo de tu dama de compañía puede repetirse si me estás mintiendo. —Se sirvió una copa de alcohol, el olor me llegó de inmediato haciéndome arrugar el ceño levemente. Él lo notó, elevando una ceja sin diversión—. Es solo una bebida, Zissel, no exageres. Pero tienes razón en no beber, una madre no puede hacerlo. —Se rio—. ¿Y bien, Seamus?
No quise verlo, tragando saliva de solo pensar en todas las formas en lo que esto podía acabar mal.
—Su Majestad, como le mencioné por carta, han estado durmiendo en el mismo cuarto desde hace ya un tiempo. Pero, mi madre siempre decía que cuando una mujer sufría de demasiadas presiones, le era imposible tener un hijo, suelen perderlos.
La expresión en su rostro cambió a una más sombría y yo intenté mantenerla, no podía demostrar lo mucho que apreciaba esa pequeña intervención.
—Una mujer solo sirve para tener hijos —meció la copa—, pero considerando que mi querida hija no es mejor que la de una sirvienta cualquiera... —Tragué saliva, bajando la cabeza—. Quizás tienes razón, ¿he sido demasiado duro contigo, Zissel? Puedes decirme.
—Son tus peticiones y las respeto, es mi deber cumplirlas —dije, las palabras me sabían mal y temía arruinar más las cosas—, pero también acepto que la presión no me ha hecho muy bien.
Lo escuché reír bajo.
—Zissel, ¿por quién me tomas? ¿Por un estúpido?
Me tensé aún más, sintiendo la sangre irse de mis mejillas hasta mis pies. Había demasiadas razones por las cuales podía matarme y no dejaba de pensar en la maldición.
—Jamás podría siquiera insinuar que mi padre es estúpido. —Cuando me atreví a verlo de nuevo, sus ojos estaban en mí como un halcón con un pequeño roedor, listo para tragárselo. Sin sonrisa, solo una profunda mirada sombría.
Me recorrió un escalofrío. Todo fue demasiado rápido, la respiración ahogada de Seamus y el sutil movimiento de la mano de mi padre.
Cuando volteé tenía una larga flecha a centímetros de mí a la altura de mi cuello hecha de agua. El grito no alcanzó a salir de mi garganta y caí de espaldas al piso, mirando el filo, la fina punta que brillaba ante la luz del candelabro como una aguja, lista para atravesarme.
Abrí la boca con todo mi cuerpo temblando, incapaz de apartar la vista de aquella flecha.
—Su Majestad Imperial —lo llamó Seamus, en un susurro que parecía rogarle que no lo hiciera.
—Recuerda esto, Zissel. No estoy jugando, no tientes mi paciencia. Tengo ojos y oídos en todos lados, no hay nada que se me pueda escapar, así que no intentes volverte en mi contra. —La sólida figura se desarmó en miles de gotas que regresaron al florero junto a la ventana—. Solo necesito los poderes de ese bárbaro de Anglesia y para eso no te necesito a ti, podría usar a cualquier mujer en Inwelz. Así que hazlo o vete olvidando de este jueguito.
⚜
No estaba lista para enfrentar a Priel, a nadie. Cerré la puerta de mi antiguo cuarto, los horribles recuerdos sumaron a los recientes. Había elementos en aquel lugar que no habían cambiado, parecía que, incluso después de tantos años, yo tampoco. Seguía siendo una niña inútil que no podía hacer nada más que llorar.
Jadeé, agarrándome el pecho. ¿Debía solo hacerlo? ¿Tener un hijo? ¿Y luego qué? Olife me mataría. Mataría a mi hijo antes de que naciera. Y si nacía sin poderes sería un niño inútil, igual que su madre, mi padre tomaría otras medidas. Y la pesadilla, Priel tendría razones para vengarse de mi padre, acabando con sus hijos como quizás haría él.
Por el rabillo del ojo vi uno de eso vestidos que Samanta me obligaba a usar, sus dedos enterrados en mi antebrazo, las constantes burlas, los días de hambruna, las miradas de reojo. Toda esa gente que sabía lo que pasaba, pero aun así decidió ignorarlo, que decidió dar vuelta la cara solo para no verme.
El florero, el maldito florero del que tuve que beber agua porque no tenía qué más beber en esta habitación.
La sangre me hirvió, solo dos pasos y ese jarrón estaba en mis manos.
Grité, grité hasta que mi garganta dolió y lo destrocé contra el suelo, el agua y las flores saltaron por el cuarto con los trozos de vidrio. Pero no me detuve ahí, agarré el horrible vestido y lo partí a la mitad, descociéndolo como el pedazo barato de tela que era y luego agarré el otro montón y lo tiré encima del jarrón roto.