Destino encantado

Pesadillas

Me incorporo, empapada en sudor, en mitad de la noche. Las pesadillas han vuelto, como tantas otras veces. No emito un solo sonido; ya estoy acostumbrada a esta sensación. Mi pecho duele y la falta de aire me abraza. Giro por la habitación en un intento desesperado de recuperar el aliento. Aunque parece una estrategia ineficaz, trato de anclarme al presente, a mi cuarto en la oscuridad, pero mi mente sigue atrapada en el eco de las voces de la pesadilla. Como siempre, esas voces quedarán tatuadas en mi memoria.

A la 1 de la mañana, lo que menos me apetece es pelear contra seres invisibles. Así que lo mejor que puedo hacer es materializarlos para encerrarlos en un lugar en el que nunca vuelva a verlos. Me inclino frente a la cama y, no, no voy a rezar, porque realmente no sé cómo se hace. Arrastro mi diario desde la oscuridad debajo de la cama.

Podría esconderlo en algún lugar seguro, entre cajones cerrados con llave o camuflado entre mi ropa, para resguardar lo que alberga en sus páginas. Sin embargo, no hay nada que desee menos que proteger las palabras que documentan mis noches. Vive bajo mi cama porque es el lugar donde residen las pesadillas.

Escribo palabras que solo yo entenderé después, una razón más para no esconderlo. Dibujo los recuerdos de mis sueños con trazos descuidados, omitiendo detalles que podrían desencadenar pánico. Cuando siento que la imagen que atormenta mi mente se ha trasladado al papel, la respiración vuelve a mí.

Coloco el diario en el suelo y me dejo caer en la cama con alivio. ¿Cuándo terminarán estas pesadillas? ¿De dónde vienen? ¿Puedo llamarlas pesadillas si en realidad nada malo sucede en ellas? Mi mente, inquieta tras despertarme en la oscuridad, formula preguntas sin respuestas. Que se joda.

Tal vez soy demasiado cobarde para enfrentarlas, o demasiado loca para pensar en pelear contra algo que esta en mi propia cabeza.

Aplico el truco que ideé para evitar a mi propia cabeza, que parece estar en mi contra, y cuento ovejas. Finalmente, encuentro descanso.

Me incorporo de nuevo, esta vez no por una pesadilla, al menos aún no. El despertador resuena con intensidad, empeorando mi humor desde el primer momento. No recuerdo cuándo fue la última vez que me levanté con el pie izquierdo; bueno, siendo zurda, hace tiempo que no tengo un buen despertar. Me dirijo a la cocina y tomo un sorbo del elixir que me devuelve un poco a la vida; cómo amo el café.

Debo tener una auténtica cara de funeral, porque Skipper frunce el ceño al verme. Creí que podría ser un buen momento para soltar una broma sutil y dar inicio a una conversación, pero se va antes de que pueda decir una palabra. Ha estado actuando así desde que llegamos, todas lo hacen. Extraño cuando aún nos comportábamos como hermanas; ahora ni siquiera parece que lo seamos. Siento una punzada de culpa en el estómago; yo no elegí esto.

Hoy comienza mi nueva pesadilla, entre todas las que he vivido y soñado últimamente, esto podría incluso emocionarme un poco. Mis padres tomaron la valiente e inesperada decisión de enviarme a una escuela a miles de kilómetros de Malibú, en medio del bosque. Solo pensarlo me da escalofríos: un instituto en mitad de la nada, con personas que no conozco y sin tecnología. Parece el escenario perfecto para una película de terror. Termino mi café mientras dibujo en la pantalla de mi celular; realmente lo voy a extrañar.

Concluyo los preparativos y mi madre viene por mí.

—¡Te acordaste!—le digo con ironía.

—No lo decidí yo, fue tu padre-—dice mientras subo al auto.

—¿No decías que las cosas se decidían en familia?— pregunté.

Noté que ella no quería tener esta conversación, yo tampoco. Pero aún estoy molesta y el viento helado que me da en la cara por la ventanilla me hace querer llorar. No es el viento, es esa maldita pesadilla de anoche. Es el hecho de que mis hermanas no quieren dirigirme la palabra, que tenga que enfrentarme a gente que no conozco en un lugar que no conozco. Claramente no es el viento, es el hecho de que mis padres nos abandonan en medio de la nada. Miro a mi madre que va con la vista fija en el camino. Siempre ha sido así, sin expresar ninguna emoción, en blanco.

El viaje no dura más de dos horas, lo suficiente para causarme náuseas; los viajes por carretera no son lo mío. Mi madre se despide. Por primera vez, puedo notar un poco de nostalgia en su rostro. Me acomoda el cabello antes de que salga del auto. No hay "hasta pronto" o "nos mantendremos en contacto". Veo cómo se aleja hasta que la pierdo. Tengo miedo de ver lo que me espera: un castillo con grandes torres que hace sombra, parece el lugar en el que un vampiro ermitaño sufría hace siglos.

Avanzo hacia la entrada, un poco lejana de donde mi madre se despidió. Realmente estaba apurada por abandonarme. Camino a paso lento, disfruto un poco de la vista. Noto que los árboles rodean casi completamente la escuela, como si protegieran algo sumamente valioso. De cerca, no es tan escalofriante. Parece una estructura moderna combinada con el castillo del conde Drácula. Con torres extremadamente altas, ventanas oscuras que apenas permiten divisar sombras que se mueven de un lado a otro. Mi apreciación minuciosa es interrumpida por una mujer que me saluda desde la entrada, viste elegantemente, con un collar de perlas y una sonrisa que podría describirse como amable.

 

—¡Bárbara! Qué gusto tenerte aquí —dice mientras me estrecha la mano con calidez.

—Barbie —digo sonriendo.

—¿Disculpa?

—Mi nombre, Barbie para los amigos —digo con una risa incómoda.

—Bárbara entonces —dice con voz seria.

Eso me causa gracia y suelto una carcajada. Al parecer, no lo dijo con la intención de ser graciosa y me mira con desaprobación. Empezando con el pie derecho otra vez.

—Bueno, Bárbara, has llegado un poco tarde al semestre escolar, pero no te preocupes por eso. Asignaré a un estudiante para que te ayude a ponerte al día con lo sucedido antes de tu llegada —me dice mientras entramos.



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En el texto hay: romance, boyslove, girlslove

Editado: 05.11.2024

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