Destino encantado

Descanso

Me refugio en la habitación, sumida en la oscuridad, y me dejo caer sobre la alfombra sin encender la luz. Acuno mis rodillas con fuerza, siento un nudo en la garganta y un ardor en los ojos que anuncia las lágrimas que se aproximan. Me resisto, intento regular mi respiración sin éxito. Esto se siente como una pesadilla de la que no puedo despertar, como un recuerdo incómodo del que no puedo escapar, a pesar de abrir los ojos una y otra vez. ¿Por qué lo hago si sé que no funcionará? Ni siquiera estoy segura de lo que siento. Quizás tomo una decisión precipitada, quizás solo me estoy consolando ante el rechazo.

Las lágrimas comienzan a emerger, una tras otra, como si estuvieran esperando su turno para reclamar cada parte de mí que duele. Me siento cobarde por llorar, patética, como si hubiera un público invisible que me juzga en silencio, porque yo misma me juzgo al mirarme.

Pensamientos aún más patéticos y autocompasivos invaden mi mente. Me pregunto si soy suficiente para esto, para cualquier cosa en realidad. La verdad es que no soy realmente buena en nada, nada lo suficientemente bueno. Creo que la gente a mi alrededor lo sabe, por eso se han alejado uno tras otro, para no hacerlo tan obvio. Pero desearía ser lo suficientemente algo, cualquier cosa, tal vez entonces las personas se quedarían conmigo, o me elegirían.

No culpo a mis padres por abandonarme, ni a Skyper por odiarme, ni mucho menos a Raquelle por ya no querer ser mi amiga. Me culpo a mí por no ser suficiente para que decidan quedarse a mi lado.

¿Realmente siento algo o es solo mi deseo de aferrarme a alguien desesperadamente?

Cuando finalmente tomo conciencia, el dolor de cabeza me invade y los ojos me pesan. Las piernas me hormiguean, entumecidas en la misma posición. Me siento ridícula por derrumbarme así, por todo. Como si eso fuera a cambiar algo en mi vida. No soy lo suficientemente fuerte para soportarlo.

Pero duele, y eso debería ser razón suficiente para permitirme sentir lo que siento.

La noche pasa mientras yo intento salir del llanto que me sumerge en mi propia melancolía. Cuando estoy a punto de lograrlo, mi propia mente, que siempre parece jugarme en contra, agrega un recuerdo que me trae un sentimiento aún más deprimente, y las lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas, las cuales parecen entretenerse con este círculo vicioso en el que estoy envuelta.

El sonido de las campanas me saca de mi bucle infinito, devolviéndome a la realidad. Extraños ecos de los cuales no sé su origen, siempre me hacen poner los pelos de punta, pero esta vez hurgan en mi mente y sacan el sentimiento de melancolía, escondiéndolo en alguna parte en la que no podrá encontrar por lo pronto.

En unas horas son los exámenes y no tengo ni cuerpo ni cabeza para eso ahora, soy un desastre.

Trato de limpiarme la cara y los mocos, siento la cara pegajosa y la boca seca. Me aproximo a la barra de la casa comunal, la cual es especialmente tenebrosa ya esta hora debe serlo aún más. Bajo de puntitas y me sirvo un vaso de agua, que se ilumina gracias a la luz nocturna que entra por el ventanal. Me quedo con la mirada fija en el agua que circula hasta mi vaso, absorta en la nada.

Unas pisadas que hacen crujir la madera de las escaleras detrás de mí me hacen saltar del susto.

Podría jurar que se me sale el alma en ese momento.

En medio de la oscuridad una silueta borrosa baja las escaleras, con los hombros encorvados, sostiene la baranda con una mano extrañamente larga, parece estar murmurando algo que no entiendo. Retrocedo en la cocina al ver la figura acercarse aún más. Tenía entendido que no había animales salvajes en el bosque que rodea el instituto, pero empiezo a dudar de la veracidad de esas palabras. De tanto llorar se me habían dañado los ojos. O tal vez me había vuelto loca.

Camino sigilosamente hacia un rincón oscuro de la cocina y la criatura humanoide se acerca al grifo. El ventanal ilumina el rostro de la figura, que no podría definir con sinceridad.

Pero esos rizos me dan una idea.

-¿Conocido? —susurro mientras salgo de la oscuridad del rincón.

Pega un salto, casi dejando caer su vaso de agua.

—Casi me matas del susto —dice Ken, tocándose el pecho.

—Y tú a mí. Creí que eras un oso... o un extraterrestre —reclamo.

—¿No era más lógico que fuera una persona, tomando en cuenta que miles de estudiantes duermen aquí? —se queja con molestia.

Jamás había notado molesto a Ken, a excepción de con la directora, pero realmente no me molestaba; esto parecía un poco más él.

—Si bajas como un zombie, ¿qué más puedo pensar? ¿Estás bien? —digo mientras tomo de mi vaso.

—Estoy enfermo, un resfriado por el mal clima. ¿Tú qué haces aquí? —dice, mirando el ventanal.

—No podía dormir, vine por agua —menciono levantando mi vaso.

Él también lo levanta.

—Perdón... yo solo estoy algo... no sé qué me pasa —explíco con un suspiro.

—También me molestaría si me asustan —menciona alzando los hombros.

—No solo estás resfriado —menciona arqueando la ceja.

La luz de la luna delinea su piel pálida, tiene los rizos revueltos y los ojos vidriosos. Definitivamente tiene cara de enfermo, pero no se siente como solo eso.

No responde, en su lugar se sienta en la barra y mira su vaso de agua.

Siento que no quiere hablar, lleno mi vaso de agua y me dirijo a las escaleras.

—¿No tiene sentido que la vergüenza cada vez que abre la boca? —escucho detrás de mí en un tono bajo.

Eso ya es pasarse de la raya, me da muy fuerte. Eso me pasa por tratar de ser amable; Lo asusté pero no era para reaccionar así.

Me volvo, mirándolo fijamente.

Me mira estupefacto y luego estalla en una carcajada.

—Me refiero a mí. Ahí está la prueba —dice, tratando de contener la risa.

Eso me hace reír, porque a mí me pasa lo mismo. Pero Ken no debe saberlo por ahora.



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En el texto hay: romance, boyslove, girlslove

Editado: 18.11.2024

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