KEN
La gran noticia me sienta bastante bien, y el hecho de que Barbie también esté aquí es reconfortante. Creo que mi padre estaría orgulloso.
Mi padre. ¿Cuándo fue la última vez que le envié una carta? ¿Cuándo fue la última vez que me respondió? Soy su único hijo y he dedicado mi vida a cumplir sus expectativas. He seguido cada una de sus órdenes al pie de la letra, pero ¿qué consegui? ¿Ni siquiera puedo sentirme orgulloso de mí mismo? Nada parece valer la pena.
Recuerdo fragmentos de una de sus cartas y deseo con todas mis fuerzas borrar ese recuerdo para siempre. Me siento mareado, con la frente ardiendo, y me refugio entre las cobijas, esperando que el sueño me libere de estos pensamientos que me atormentan. Pero incluso en mis sueños, el recuerdo persiste, aferrándose a mi mente como una sombra oscura. Alguien llama a la puerta y me levanta.
Barbie.
No podemos reunirnos hoy, realmente no tengo cabeza para nada ahora, solo quiero dormir hasta el final de los tiempos.
La noche se siente más larga de lo habitual. Repaso algunos apuntes para los exámenes, pero mi cabeza da vueltas. Intento dormir, pero la sed me despierta constantemente. Los sueños tampoco me brindan descanso; en ellos siempre aparece mi padre o una tormenta, a veces ambos. En otras ocasiones, son simplemente recuerdos: momentos de años atrás, con Ryan y yo haciendo tareas en la azotea de su casa o jugando en la nieve. Las pesadillas son fugaces, pero me dejan empapado en sudor. Cuando eso sucede, tomo mi libreta y sigo estudiando. Empiezo a confundir lo que es real y lo que no.
✩✩✩
Al día siguiente, me esfuerzo al máximo para no derramar los mocos sobre el examen. Cuando termino, siento alivio. La directora hace una citación y todo lo que dice suena borroso para mí, me siento fuera de mí mismo, mi piel se siente caliente. La voz de Ryan me saca del trance. Cualquier deporte me da igual, pero le guardo un cariño especial al baloncesto y un desprecio sin razón al rugby.
Pienso en lo tedioso que sería tener la motivación para volver a practicarlo por mi cuenta una vez tomada la decisión. Para arte haría una pintura probablemente, pero me costaría más motivarme para practicar baloncesto; después de todo, no lo dejé porque quisiera.
Ryan se acerca a mí y trato de darme la vuelta, pero soy demasiado torpe.
—¿Quieres practicar hoy en la tarde para la competencia de baloncesto? —pregunta con un tono suave.
Me toma por sorpresa, pero acepto sin pensarlo, ignorando el hecho de que jugaría contra Ryan.
Tomo algunas de las pastillas que quedan; debo pasar por la enfermería en la tarde por más, pero estoy muy cansado para ir. Tomo una ducha, pero aún siento calor en mi interior. Me pongo un suéter pese al calor y salgo de la casa comunal.
Cuando son las 6, llego a la cancha. Ryan está reunido con el otro competidor.
Viste una camisa negra con blanco de baloncesto del número 8.
Ryan plantea las reglas como un juego uno a uno: se deben completar tres anotaciones, el ganador se queda en el juego, el perdedor cambia con el otro jugador. Quien pierda tres veces está fuera del juego.
El otro chico y Ryan se lanzan al juego con determinación. La intensidad llena el aire mientras la competencia comienza. Ambos demuestran habilidades impresionantes, pero Ryan destaca con su agilidad y destreza. Cada movimiento es fluido, como si la pelota fuera una extensión natural de sus manos. Su contrincante, un jugador robusto, intenta bloquearlo con fuerza, pero Ryan parece anticipar cada movimiento.
Con una rápida finta, Ryan pasa la pelota por debajo del brazo del otro jugador, esquivándolo con agilidad. Con un giro rápido, se coloca en posición y lanza la pelota con precisión milimétrica. El sonido del balón al atravesar la red resuena en la cancha, indicando un lanzamiento impecable y sin fallos por parte de Ryan.
Es realmente impresionante. El juego no dura mucho antes de que Ryan descalifique a su oponente con tres cestas.
El siguiente soy yo. El perdedor pide una ronda de redencion, lo cual no me molesta, si no fuera asi, no tendria la oportunidad de jugar contra el y tendria que pasar directamente a Ryan.No me siento intimidado; tal vez fascinado es la palabra.
En la siguiente ronda, el otro chico se abalanza sobre mí con determinación, intentando arrebatarme la pelota, pero se la niego hábilmente y la pelota parece bailar entre mis manos. A pesar de ser más alto y corpulento que yo, enfrentarlo se convierte en un desafío que estoy dispuesto a superar. Con mi mejor táctica, paso la pelota por encima de él, lo que lo obliga a retroceder y girar en el último momento para intentar recuperarla. Sin embargo, aprovecho la oportunidad para recuperar la posesión de la pelota justo cuando se dirige hacia el aro.
Esta maniobra lo deja tan perplejo que no puede seguirme hacia el otro lado, donde anoto fácilmente. No puedo evitar celebrar para dejar fluir un poco de la adrenalina en mis venas, doy una vista rapida a Ryan que mas alla de una mirada fugaz, es una de desafio.La segunda anotación también es mía. Pero para la tercera, el chico parece enrojecer de furia. Sus movimientos, más que ágiles, son torpes y llenos de ira. En varias ocasiones, intenta derribarme de manera desleal, pero logro esquivar sus ataques y liberarme de sus agarres. Al pasar la pelota por debajo de su brazo, me cruzo para recuperarla, un movimiento característico de alguien que conozco bien. Rápidamente, me muevo y encesto sin problemas.
El perdedor nuevamente parece verde de la rabia, se acerca más de lo debido a mí y casi choca su frente con la mía. Es definitivamente más alto que yo; su cercanía me resulta desagradable. Pero no pienso retroceder, he ganado de manera justa.
Mientras pienso eso, un balón rebota contra la cabeza del tipo, haciéndolo encogerse de dolor.
—¿No sabes perder? —Ryan dice desde las gradas. —¿Debería haberte roto el brazo para que no puedas competir? Lárgate de aquí antes de que reconsidere esa opción.