KEN
—¿No deberías estar en tu fiesta? —pregunté mientras sorbía mis fideos.
Ryan soltó una risita desde la silla del escritorio.
—No estaba particularmente interesado en asistir —respondió a la ligera.
Volteé los ojos.
—Hablo en serio, si te estás perdiendo tu grandiosa fiesta por mi culpa, no te preocupes, yo estoy bien —dije con indiferencia.
—No te estoy culpando de nada. ¿Hasta cuándo vas a seguir alejándome? —preguntó.
Y me quedé sin palabras, porque no tenía una respuesta a esa pregunta.
Soltó un largo suspiro y fijó su mirada en la sopa aún humeante.
—Si es por Barbie, te aseguro que ella no es la persona que me gusta, y si a ti te gusta entonces yo... lo aceptaré —mencionó con la mirada fija en el suelo.
Sentí alivio al escucharlo, por alguna razón.
Esa no era la razón por la que lo evitaba, siempre había buscado una excusa, algo con lo que justificar mi falsa indiferencia a su alrededor, porque no era capaz de aceptar la realidad.
No respondí.
—Estás aquí aunque te haya ganado, agradezco eso —comenté.
Él sonrió cálidamente.
Sorbi mis fideos y el ardor en mi lengua combinado con el caldo tibio me hizo sentir increíblemente recuperado, no recuerdo la última vez que probé algo así, incluso se había tomado el tiempo de ponerle un huevo cocido. Cuando terminé mi sopa, tomé las pastillas y me acomodé en la cama.
—Voy a estar bien con esto, así que no tienes que preocuparte —comenté con tranquilidad.
—Las indicaciones dicen que puede empeorar la fiebre antes de sentirte mejor, así que me quedaré hasta que eso pase —argumentó.
No podía pelear con él. Tampoco quería, era una batalla perdida.
Los medicamentos empezaron a hacer efecto y empecé a sentirme soñoliento. Traté de no quedarme dormido, pero en algún momento me venció. Me desperté por el frío que recorría todo mi cuerpo a pesar de la gruesa colcha que tenía encima.
El reloj marcaba las 10:30.
Ryan seguía en la habitación, estaba sentado junto al escritorio con los brazos cruzados y los ojos cerrados, no estaba muy seguro si estaba dormido, pero no parecía cómodo.
Llevaba un traje extravagante, una camisa brillante de botones dorados, un colgante en la oreja y el cabello bien peinado. Verlo tan detalladamente causaba una especie de hormigueo en mi piel, parecía estar listo para la fiesta, me pregunté por qué terminó aquí.
Una idea extraña pasó por mi mente.
—Ryan —susurré.
Esperé no obtener respuesta para volver a enterrarme entre las cobijas.
—¿Mmm? —respondió abriendo los ojos.
—¿No quieres... sentarte en la cama? —pregunté con un hilo de voz.
Me miró con cara de pregunta.
Traté de mantener mi propuesta y el rostro rígido sin morir de vergüenza. Debía ser cortés con la persona que había venido hasta aquí solo para asegurarse de que esté bien, es lo justo. Se aproximó hacia mí sentándose en un extremo de la cama, me incorporé apoyando mi espalda en el respaldo.
—¿Soy yo? —preguntó.
—¿Qué cosa? —dije.
—El dibujo en tu libreta.
Trágame tierra y escúpeme en Marte.
Enterré la cara entre los brazos para soportar la vergüenza.
Ryan se rió alegremente.
—Voy a tomar una ducha, está haciendo mucho calor —di un brinco de la cama tratando de escapar de la situación.
—¿Quieres que te acompañe? —dijo en tono juguetón.
Le tiré una almohada.
El agua tibia de la ducha adormecía mis músculos, tratando de calmar el cosquilleo que sentía en el cuerpo. Traté de regular mi temperatura y lavarme la cara de muerto que probablemente tenía.
Me refugié en el baño un rato, hasta que no pude más y tuve que salir. Los rizos mojados me causaban escalofríos.
—Casi creo que te escapaste por la ventana —comentó.
Volteé los ojos.
Cuando Ryan se acercó y tomó la toalla que colgaba de mis hombros, frotó mi cabello con ella secando los rizos desordenados en mi cabeza.Sentí su tacto familiar, algo que no me hacía retroceder como solía hacer con otros, pero que había intentado imitar.
—Ya estoy mejor, puedes irte y gracias por venir —dije con una sonrisa falsa.
—No tengo ganas, tu cama es muy cómoda —respondió.
No podía ganarle.
—Como quieras, solo no me molestes —advertí tapándome con las cobijas.
Rogué poder quedarme dormido en ese preciso instante.
Conté ovejas, traté de dejar la mente como una habitación blanca y pensar en el himno nacional, nada funcionó.
—¿Por qué pensabas que me gustaba Barbie? —preguntó por fin.
Sus preguntas siempre me agarraban desprevenido.
—La escuela siempre hablaba de ustedes y le hiciste una fiesta de bienvenida —respondí tratando de esquivar el tema.
—A la gente le gusta inventar cosas, además la idea de la fiesta de bienvenida fue de Raquelle —protestó.
Siempre pensaba que podía verme la cara de tonto. Me molestaba.
—¿Y cómo explicas que tuviera tu camisa? —expuse.
Sentí que estaba haciendo la escena de celos más vergonzosa de la historia, sin ningún motivo. Quise sepultarme en las cobijas.
—Raquelle se la prestó, no tiene que ver conmigo —explicó.
Ah.
Me sentí aún más avergonzado.
—¿Por qué lo mencionas ahora? De igual forma a ti no te gusta Barbie —refunfuñé.
Sentí demasiada curiosidad por saber quién era la persona en el corazón de Ryan. Si no era Barbie, ¿quién podría ser?
—Entonces... ¿quién te gusta? —pregunté siendo lo más atrevido que jamás había sido.
Pasó un momento en silencio.
—¿Saberlo cambiaría algo? —dijo con tono bajo.
Su pregunta me confundió. No respondí.
Nos quedamos en silencio un buen rato.
La fiebre desapareció gradualmente y empecé a sentir más calor que frío. Cuando salí de las cobijas, el aire frío me peinó los rizos. Ryan estaba en la orilla de la cama con los brazos cruzados. Volví a meterme entre las cobijas aunque me estuviera asando, para evitar el cruce de miradas de Ryan, pero era muy tarde cuando sentí sus brazos alrededor de mí sobre las cobijas. Salí por uno de los extremos y me encontré con una sonrisa cálida. Las mejillas me ardieron al sentir su rostro tan cerca al mío.