BARBIE
Cuando tomas decisiones difíciles, no puedes evitar preguntarte si son las correctas. La posibilidad de equivocarte siempre está ahí, pero esa no es la parte más difícil. Lo complicado viene cuando la respuesta es sólida: "Pude hacerlo mucho mejor". Es una respuesta que te das a ti misma, no tiene que venir del juicio de alguien más. Es nuestra necesidad de odiarnos por cualquier cosa lo que nos destruye.
Tal vez mi mente está vacía, porque mis acciones, más que meditadas, son automáticas. En lugar de comprenderme, me confundo; en vez de superarme, pierdo contra mí misma una y otra vez.
Me pregunto qué mierda estoy haciendo con mi vida. ¿Qué hay en mi día a día que no me haga sentir profundamente miserable? ¿Qué existencia a mi alrededor puede darme aunque sea una pizca de felicidad, si estoy sola? Aquí, donde todos me ven, pero nadie se acuerda de mí. Donde solo puedo sentir compasión por mí misma y ganas de llorar por el mundo.
Si tengo todo lo que el mundo puede desear, entonces no tengo nada.
El ánimo se fragmenta cuanto más lo golpeas. Se encuentra pendiendo de un hilo que parece a punto de desgarrarse al mínimo toque. Mi teatro con Ken ha servido para proteger ese hilo. Sin embargo, hay pequeños golpes que aún logran penetrarlo, como la conversación innecesariamente incómoda que he tenido con Josh al encontrarlo en el pasillo, donde ha sido el unico en cuestionar nuestra relación hasta el momento . No por ser el más brillante, sino por ciertos rumores malintensionados que mencionó como "chismes extraños sobre Ken", de los cuales no tenía ni idea.Su opinion no puede importarme menos, pero su manera de expresarse de el realmente toco una fibra en mi, me alegro de que Ken no haya estado ahi para escuchar su charla repulsiva.
Hay días que se sienten más pesados, como si cargara con yunques en el alma que frenan mis pasos. Hoy es uno de esos días, donde me siento pesada, hundida, a la deriva. Después de un momento de euforia, de lucidez, solo puedo encontrar el hueco en mi corazón con el que tapaba esa falsa felicidad, esa falsa sensación de optimismo que trato de pegarme.
Estamos haciendo un circo innecesario. No hemos descubierto mayor cosa y empiezo a desesperarme. No ha pasado ni una semana, pero siento que me estoy sofocando, que nos he metido en una jaula que nos asfixia lentamente, y a las personas a nuestro alrededor también.
Y es el momento en que el desprecio hacia mí misma se vuelve imparable, porque no puedo detenerlo, porque soy yo quien se desprecia. Y es que al final es cierto: no hago nada bien. Todo mi esfuerzo se traduce en una mediocridad evidente, no solo en mi trabajo, sino también en mi manera de ser. Despreocupada, falsamente esperanzada, en mi manera de vestir sin preocupación. Incluso en mi manera de existir con los demás, me limito a ser un adorno más del entorno, aunque luche por ser parte de la conversación.
Puedo fingir que estoy cómoda, que sé qué hacer, que estoy en lo correcto, pero incluso en eso soy mediocre.
Y cuando miro al pasado, no veo una batalla librada con valentía, ni una lección significativa. Veo la consecutiva destrucción de mi propio ser, el sabotaje y la autocompasión que acaban conmigo mientras me hago bolita en el rincón de mi mente.
Ni siquiera soy capaz de ver lo que está frente a mis ojos.
Pienso eso a veces. Incluso cuando no lo pienso, permanece.
Si lo que hago lastima a otros, ¿entonces eso me convierte en un monstruo? Toda mi vida soñé con ser la heroína de alguna historia, pero estoy más cerca de ser aquella persona que dejan de escribir en la segunda temporada. No es culpa de nadie, es solo mía, por no dar lo suficiente de mí para ser mejor. Lo uso para ser peor.
¿Hay alguien en este mundo que me ame y me extrañe? Tal vez no lo merezco.
Ken acude a mi cuarto cuando la luna empieza a asomarse en el espeso cielo. De todas las personas, a él lo merezco mucho menos que a los demás.
No solo porque sea una persona dulce, amable y comprensiva, con un sinfín de cualidades que coexisten dentro de él, sino porque estar con él me hace sentir menos yo, menos Barbie, menos estúpida. No es como que él odie quien soy y trate de cambiarlo. Al contrario, él está conmigo independientemente de quién pueda ser. Nunca permite que hable mal de mí misma, es un abogado no pagado de mi persona, que lucha frenéticamente por esclarecer su inocencia, en la que ni siquiera yo creo.
Y tal vez Ken no se ha dado cuenta de lo mucho que aprecio su compañía, lo mucho que agradezco que cuente conmigo en sus planes y confíe en mí. Agradezco cada momento en el que mi soledad descansa cuando está conmigo. Desearía que la amistad con Ken durara para siempre, que nunca descubriera la oscuridad que contengo, lo mucho que molesto y lo poco que valgo.
Mientras mi gratitud hacia Ken evoca una conversación interna en mí, noto su rostro.
—¿Tu modelo no combinó con el paisaje o por qué esa cara? —bromeo, intentando evocar alguna risa en dos rostros inexpresivos que se miran sin mirarse realmente.
Ken evita mirarme, es algo común en su manera de ser. No es fan del contacto visual ni del corporal. Pero no parece su comportamiento habitual, es algo más complejo que eso.
Le invito a pasar con un gesto y entra sin decir palabra. Ken no necesita estar especialmente afligido o afectado para permanecer en silencio; de hecho, ese es su estado natural, pero de vez en cuando le pica el bicho de la parlanchinería y no para de hablar. Sin embargo, ahora no es ninguno de los dos casos.
—¿Sucedió algo? —pregunto.
—Creo.
—¿Te gustaría hablar de eso conmigo?
—No.
—De acuerdo, ¿quieres café? —propongo.
Ken asiente y yo bajo a la cocina rápidamente. Café con leche es su bebida favorita, después del té. Lo puede tomar a todas horas y en cualquier temperatura o preparación. A veces necesitamos algo que reconforte el corazón, algo que vaya más allá de las palabras.