RAQUELLE.
Las cosas que traían vida a esta casa inerte, como la sopa de fideos y el chef entusiasta, se han acabado. Yo las acabé.
La casa nos recibe con el vacio que ya es costumbre,en momentos como estos desearia que alguien estuviera leyendo en el sofa,al notar la expresion de molestia en la cara de Ryan y la manera frenetica en la que cierra la puerta, intentara mediar y dar consuelo a dos adolescentes que no saben gestionar sus emociones.Arrastro el alma torturada de mi mitad y me siento en el sillón, como siempre lo hago. Me quedo aqui un buen rato, sin intención de levantarme ni de decir nada. No tengo nada que decir.
Ryan sube las escaleras y se pierde en el largo pasillo. Espero no encontrarlo nunca.
Siento llamas en mis ojos, pero no me permito llorar. No tengo ese derecho, no tengo ninguno. Pasan horas mientras miro el ventanal, sin moverme ni un milímetro del sillón. No tengo hambre, ni sueño, ni sed. No tengo nada.
Ryan tampoco baja a cenar, y eso me hace pensar en nuestra conexión. Como mellizos, siempre bromeabas sobre sentir lo que sentía el otro, como si uno se golpeara y el otro sintiera el dolor también.
Me pregunto si eso es real, si puedo sentir lo que Ryan siente. ¿Esto es lo que él está sintiendo ahora?
En ese caso, ¿no me estoy lastimando a mí misma? Siempre consideré a Ryan como una parte de mi alma, como dos corazones conectados. Pero al final, quebré a ambos en un proceso infinito de salvación, una salvación falsa. Este es mi castigo por creer en una libertad inexistente. Si tengo que cargar con todo el dolor de Ryan, lo haré, con tal de que él alcance la felicidad que tanto anhela.
Pero yo acabo de destruir esa esperanza.
Incluso si lo había preparado para este destino, verlo con sus propios ojos es diferente. Yo lo hice experimentarlo de la peor manera.
En algún momento me quedo dormida. Sueños extraños se cruzan; veo a Ryan. Es más un recuerdo que un sueño. Está en la terraza tomando café y murmura algo que no puedo entender, pero recuerdo sus palabras. Las recuerdo perfectamente.Cuando me levanto al día siguiente, Ryan me ha tendido una manta encima. Recorro la casa en su búsqueda, pero no logro encontrarlo.
Y supongo que no quiere verme.
Trato de prestar atención a mis clases del día, pero es casi imposible. Mi estómago ruge de hambre, pero no tengo ganas de alimentarlo. ¿De qué me sirve un estómago lleno si tengo el alma vacía? No tengo ganas de aportar vida cuando me siento muerta.
El profesor de álgebra plantea ejercicios y me lanza una mirada, esperando que los resuelva. Finjo demencia y garabateo en mi libreta. Al notar mi reacción negativa, elige a alguien más, pero nadie logra resolverlo. Me mira de nuevo, esta vez con un pedido de ayuda. No era tan buen profesor como para hacer que la clase entendiera sus explicaciones, y a él realmente no le importaba. Yo siempre resolvía sus ejercicios, haciéndolo quedar como un profesor genial, pero no lo era en absoluto. Nunca se lo había dicho.
Pero hoy estoy de malas.
—Ni idea, profesor. No le entiendo mucho a su clase —respondo.
Lo dejo estupefacto. Algunos estudiantes asienten a mi comentario y añaden que ellos tampoco entienden varios de los temas, por eso fallan en los exámenes. El profesor empieza a sudar frío en esta situación tan incómoda, pero es salvado por el timbre del almuerzo.
Tomo un te negro mientras veo a Barbie pasar por el pasillo de la cafeteria, me encojo instintivamente en mi asiento, sintiendo la necesidad de ocultarme de ella.La directora pasa un rato despues y compra una goma de nicotina, la cual intenta disimular ocultando en su abrigo.Me mira y se que quiere decir,Es extraño. Una de nuestras reglas es no generar sospechas. La más importante de todas.
Nos dirigimos a su oficina, y puedo notar en su manera de caminar que algo le preocupa.
—Raquelle, toma asiento, por favor —menciona, hurgando en su escritorio—. Esta conversación será larga.
Acato sus órdenes y me acomodo en su silla color caramelo.
—Me preocupan dos cosas en este momento, y créeme cuando te digo que mi máximo al día es una.
—La escucho.
—Mañana es día de cartas —menciona, entregándome una lista de nombres—. Asegúrate de que estas personas envíen su carta, por favor.
La lista es encabezada por Ken, seguido de Barbie y Teresa, pocos nombres después de ellos.
—Hay un problema —comento con timidez—. Ken no envió carta la última vez. Dudo que quiera hacerlo ahora.
—Esa es mi preocupación —menciona con un gesto nervioso—. Averigua el motivo y cámbialo. Vuélvete su amiga, no hay nada que lo prohíba.
Y eso era lo más improbable del mundo.
—¿Cuál es la segunda?
—Tu hermano ha estado hurgando en mis cosas —dice, golpeando el puño contra la mesa—. Se ha robado algo.
—¿¡Qué!? ¿Está segura de que fue él? No tendría la necesidad...
—Ha sido él, Raquelle. Vino a decir disparates para distraerme y se ha robado algo —explica con un suspiro—. Te pedí que lo vigilaras.
—No... no entiendo por qué lo haría, pero me aseguraré de que no vuelva a ocurrir —aseguro.
Me dedica una mirada fría y se vuelve hacia la ventana. Es mi señal para irme.
Dos misiones casi imposibles: controlar a Ryan y hacerme amiga de Ken.
✩✩✩
—¿Podrías convencerlo? —pido.
—No lo creo —menciona Barbie, negando con la cabeza.
—Tú eres su... bueno, debes saber por qué no quiere enviar más cartas, pero puedes solucionar su conflicto. Su padre debe extrañarlo —intento convencerla.
—Raquelle. No —dice, poniendo sus manos en la mesa.
Solo Barbie podría convencerlo de enviarla, sin la necesidad de ser su amiga.
—Raquelle, entiéndeme. No puedo traicionar a Ken así. La directora nos ha estado ocultando cosas sobre las cartas, y lo sabes. ¿Por qué estás tan empeñada en esto? —cuestiona en un susurro.
Y me doy cuenta de que solo me estoy exponiendo.