BARBIE.
Algunas veces me pregunto cómo me veré cuando sea mayor. Tal vez cuando ya haya experimentado todo lo brillante y fluorescente de este mundo, todo lo rápido y desenfrenado y me sienta mejor con lo opaco y cálido, con las tardes en los parques paseando a mis ochocientos gatos, tomada de la mano de la persona que amo. Imagino mirar su rostro, con los surcos característicos que indican cuánto le he hecho feliz, al punto de que la sonrisa le haya dejado marca en el tiempo. Pienso en que tengamos bufandas a juego porque sería lo más adorable de este mundo. Que tenga el cabello blanco y me encante. Todo lo que uno espera disfrutar cuando solo queda un suspiro de vida, sin arrepentimientos porque lo anterior fue maravilloso... aún lo es.
Ahora tengo 17 años y siento que solo he tenido una probadita de lo bello del mundo. Esa pequeña mezcla untada que queda en la cuchara cuando haces galletas. Yo he probado eso, pero aún no el resultado que saldrá del horno. El tiempo que han estado ahí me parece eterno. Tal vez alguien olvidó programarlo y, sin que nadie se entere, se están quemando.
No tengo el cabello blanco perlado ni he sonreído por el tiempo suficiente como para que las comisuras de mis labios sepan el gesto de memoria. Tampoco he hecho a alguien tan feliz como para que decida quedarse a mi lado.
Pero si hay algo en lo que alcanzo a asemejarme a la mujer que seré en 70 años, es que cada día me siento menos ligera. Mi peso aumenta aunque esté en el mismo punto de la balanza. Actúo con tranquilidad, que no es más que indiferencia, y cada día funciono menos. Me siento como un mueble que no aporta nada a la decoración, que cada día se vuelve más un estorbo. ¿Adónde se fue toda la vida que un día sentí dentro de mí?
Los últimos días se sienten vacíos, y no lo entiendo completamente. Todo me pesa un poco más, cada vez me siento más agobiada. El aire parece más opresivo cada vez que intento levantarme. Fui ilusa al creer que esto sería sencillo. Perdí más de lo que gané.
¿He logrado escapar? No.
¿Estoy castigada? No.
¿Estoy causando molestias a mis amigos? Sí.
¿Me duele el pie? También.
No creo que mis sentimientos sean fruto de mi intento frustrado de escapar de esta prisión. Creo que todo se cocina a fuego lento dentro de mí hasta que alguien levanta la tapa de la sartén y todo sale volando. La directora levantó esa tapa y ahora me tiene, o más bien, yo me tengo, en una jaula que yo misma creé, pero que ella vigila. Sigo escapando como una rata de sus manos. Me pregunto quién se rendirá primero.
Pero algo es seguro: las cosas que suceden aquí no son normales.Hay algo mas.
★★★
Ken ha estado cuidando de mí todo este tiempo, como un amigo, un padre o un hermano, con una devoción que no he notado ni en mí misma. Tengo tanto que agradecerle, pero sinceramente me preocupa su terquedad en cuidarme a costa de descuidarse.
Lo veo dar vueltas en el piso como si lo picaran hormigas por media hora. Quiero preguntarle qué le inquieta, pero no me salen palabras. No quiero hablar con él, aunque aprecio cada minuto de su presencia. ¿Eso tiene sentido?
Me levanto para ir al baño, aunque en realidad no necesito usarlo. Solo quiero que sepa que estoy despierta, por si quiere hablar conmigo. Un acto de cobardía. Me siento en el piso marmoleado y miro el techo. Espero el tiempo que considero prudente para alguien que va al baño y pienso.Porque parece que lugares como estos están diseñados para reflexionar sobre la vida.
La noche anterior, cuando me desperte a medianoche por una gotera en la biblioteca que me caia justo en la cara. Ken y Ryan, en esa noche, en ese momento. Me siento profundamente sola. No tengo a nadie que me adore de una manera tan devota.Y tan melancolica a la vez.
Pienso en Ryan, en cómo realmente no lo conozco lo suficiente. Tal vez nadie lo hace. Ni siquiera él mismo. Siempre lleva una máscara: una sonrisa de charlatán, un chiste estúpido listo en el bolsillo. No sé quién es en realidad. Pero tal vez esa noche pude vislumbrar la sombra del hombre que es y cuánto miedo tiene.
Eso me da miedo a mí también. Porque se aferra a la única persona que podría conocer algo de él, pero siempre está huyendo.Aun así, no puedo evitar notar la adoración en sus acciones cuando se trata de Ken. Aunque siempre esconde la mano, arriesga, pero luego se arrepiente.
Al menos alguien se arriesga. Parece que lo único en lo que se parecen es en el rostro.
Las voces en mi cabeza empiezan a hacerse audibles. Eso me da miedo. Pero no son solo mi imaginación. Parecen provenir del fondo de la pared y se hacen más claras a medida que acerco mi oreja. Intento concentrarme lo más posible en las voces, pero no alcanzo a descifrar ninguna palabra. Son dos personas. Una conversación. Lo extraño es que ninguna de las voces tiene el tono profundo de Ryan. Dos voces femeninas intercambian palabras en algún lugar de la casa, hablando bajo, aunque un eco amplifica sus murmullos.
Salgo del baño buscando una segunda opinión de lo que acabo de escuchar, pero Ken está tan plácidamente dormido que no me atrevo a molestarlo. Ya me estoy arriesgando al estar aqui, puedo descubrir algo por eso.
El pasillo está ampliamente iluminado, y las luces de la sala son más tenues, creando un ambiente cálido. Me acerco a hurtadillas al borde de la habitación del segundo piso, desde donde tengo vista hacia la zona social por la barandilla de cristal. Ryan está en la cocina, concentrado picando vegetales. Raquelle está sentada en el sofá frente a la escalera. Frente a ella, una mujer de cabello aperlado. Solo necesito ver un fragmento de su vestido para saber quién es.
Los mismos viejos enemigos.
Raquelle tiene una expresión extraña, como si estuviera siendo juzgada. La voz recta de la directora resuena con eco en cada palabra.
―¡Tardaste mucho tiempo! Ahora Barbie no está por ningún lado. ¡Te pedí que midieras tus actos!―exclama la directora con furia.