Destino encantado

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BARBIE.

—Si seguimos así, se me van a terminar derritiendo las neuronas —protesto.

—Está bien, dejémoslo aquí y mañana veremos si te acuerdas de la mitad de lo que pasó —argumenta Ken.

Tiene razón, pero realmente no me molestaría olvidar todo esto y pensar que es solo un sueño. Podría pretender que lo es, pero alguien sigue caminando por la habitación mientras chasquea los dientes sin control. Eso hace que ambos estemos de los nervios. Aunque los suyos parecen más evitables que los míos, él no tiene que preocuparse por la carta. Mientras tanto, yo sigo lidiando con la idea de que haya torres de libros que hablan de mí o de alguien que se supone que debo ser. Y ahora el libro ha desaparecido por arte de magia de mi cuarto. Este tema me causa tanta ansiedad y confusión que deseo no tener que pensar en ello nunca más.

No descarto la posibilidad de que mi mente me esté engañando. Aunque todo apunte a que no puedo explicar esto de manera racional, aún intento meter toda la información dentro de teorías lógicas que no terminan de encajar. Solo hay una cosa que se repite en mi cabeza en un bucle infinito:

La expresión de culpa de Raquelle.

Entré a su casa, a su cuarto, busqué entre sus secretos, robé uno de ellos y la forcé a contarme otro. Pero por alguna razón, su cara siempre está teñida de remordimiento.

¿Qué es su culpa? ¿por que no puede decírmelo? Si tuviera la confianza de decírmelo, yo tendría la valentía de enfrentarlo junto a ella.

Porque no puedo odiarla y eso me carcome un poco más de lo que me gustaría, porque siento que mi vida se está saliendo de mi control.

—Es la primera vez que tenemos tantos cabos y, ¡sorpresa!, empiezan a conectarse —murmura Ken, sentándose junto a mí.

Veo las líneas que parecen una biblia en su libreta y me siento mareada.

1.Cartas extrañas en los libros de la biblioteca.

2.¿Dónde están los padres de los Lee?

3.Veladora.

4.Cartas no entregadas por parte de la directora.

—¿De qué trata el tercero? —pregunto.

—Cuando saliste, Raquelle se quedó intentando abrir la puerta por su cuenta, pero al cabo de unos minutos empezó a decir cosas sin sentido. Dijo que las Veladoras no hacen bien su trabajo.

—¿Tú crees que ella se haya llevado el libro? —pregunto. Al final, Raquelle es la persona que más sabe del tema entre nosotros.

No la vimos en toda la noche hasta que llegó a su cuarto con las botas mojadas.

—Solo si ella lo trajo en primer lugar. Nadie más sabía que estaba aquí —deduce Ken, mordisqueando la punta de su lápiz—. También, el cabo 2 se une con la razón por la que no lograste huir... aunque no lo entiendo muy bien. Tal vez este lugar usa más seguridad de la que pensamos. Tal vez hay una barrera invisible que no nos permite salir de aquí.

Midge dijo que su sistema de seguridad no era la razón por la que no pudimos escapar esa noche.

—Aun así, ¿Cómo se conecta eso con los padres de Raquelle? Además, realmente no creo que el mundo tenga la tecnología para hacer eso aún. Es muy extraño.

—Lógicamente ilógico. Puede que los Lee hayan entrado a este lugar de manera irregular, no por deseo de sus padres y es porque este lugar no es un instituto común o... tal vez nos estamos guiando por cosas demasiado coherentes.—concluye

Temo atravesar la línea de lo coherente, porque si nos adentramos en ello, podríamos encontrarnos con una verdad sin sentido.

—Tal vez estamos encerrados aquí debido a algún código de seguridad que desconocemos. Algo puede estar pasando fuera, y debemos quedarnos aquí —comenta.

—¡Ya estamos rayando en lo fantasioso! Por eso debemos dormir —insisto.

Intento cortar el tema antes de llegar a conclusiones que no me dejen dormir por la noche, aunque ya siento que es un poco tarde para eso.

A Ken no le queda más remedio que hacerme caso. Se envuelve como una sardina en una sábana y se acuesta en la alfombra. Aprecio su compañía en momentos como estos.

Me cuesta conciliar el sueño, como si algo muy malo fuera a pasar si me quedo dormida. Finalmente, cedo muy tarde en la madrugada, pero no logro hacerlo por más de unas horas. Cuando por fin deseo rendirme, el sol empieza a asomarse entre las montañas. Decido que hoy quiero ser la primera en el desayuno.

El comedor se encuentra completamente vacío, a excepción de una mesa en el fondo donde están dos mujeres. La mujer de overol devora unos huevos con tocino que dan envidia, mientras la de vestido Vinotinto sostiene una taza de café y un cigarrillo.

Me he levantado un poco dormida. Siento que sigo soñando.

Tomo la bandeja con delicadeza para no hacer ruido, la deslizo por la barra con cuidado y tomo el desayuno lentamente para que las pinzas no castañeen al agarrar las cosas. Me siento en una mesa cerca del pilar del medio del salón, donde, si soy afortunada, no me verán.

Trato de no generar un contacto visual accidental mientras camino por el salón.

Deslizo la silla con delicadeza y me planto como si fuera una pluma. Mastico con lentitud, tratando de no producir mucho ruido. El sol apenas alcanza a asomarse en el horizonte. Las nubes grisáceas parecen pronosticar una tormenta inminente. Pero el sol sigue ahí, terco, como si no quisiera dar paso a la lluvia por ahora.

Espero a que lleguen más personas, pero eso no pasa en los diez minutos que estoy allí.

—¿Crees que ya hayan limpiado el segundo auditorio? —expresa la señora Roxell.

—Lo ordené desde ayer en la mañana. Debe estar listo —contesta la directora sin mucho interés.

—¡Perfecto! ¿Qué crees que deberíamos proyectar? —cuestiona.

—Mmm, no lo sé. Tengo asuntos pendientes con los que ponerme al día, no estaré ahí para verla —comenta sin pensar demasiado.

—¿Qué tal una de viajes en el tiempo ? Esa es buena... o mundos paralelos! No, no, tal vez Alienígenas , esas me gustan —propone con entusiasmo.



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En el texto hay: romance, boyslove, girlslove

Editado: 12.05.2025

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