RAQUELLE.
Un día soleado, unas cuantas semanas después de las vacaciones de verano, una nueva estudiante se integró al último curso del instituto. No era algo inusual, no debía serlo, pero definitivamente lo era.
Barbie era la luz del día y la oscuridad de la noche. Había algo en ella que te hacía sentir que el mundo estaba cautivo en los destellos de sus ojos. Que era la dueña de todo, de las estrellas, de la luna y de tu alma, incluso antes de conocerte. Pero no era su manera de actuar, que destilaba una energía que hacía bailar las aletas de las orejas al escucharla. No, no era nada de lo que decía o su apariencia, que ha variado incontables veces en mis borrosos recuerdos, era ella, solo lo que estaba dentro de su ser, lo que te hacía sentir atrapado y dichoso de estarlo.
Nada cambió mucho en todas las variantes, pero disfruté leer la misma historia porque cada libro recopilatorio, parecía despertar en mí un recuerdo diferente de cada momento. Y en mis anhelos, deseaba recordar su rostro. Tal vez, si lo hubiera hecho a tiempo, no estaría en este problema.
Ella y Ken conectaron inmediatamente, tan rápido como se puede. Me he convencido de que están destinados. Todas las veces que han conectado son la muestra de que hay lazos que deben cruzarse por lo menos una vez en la vida, incluso esta caótica ocasión no es distinta.
Ambos parecían brillar con la misma intensidad, incluso en las ocasiones en las que uno se alzaba sobre el otro. Uno era el faro y el otro la isla. El capitán del equipo, el mejor alumno, junto a la representante estudiantil, la mejor alumna. Ambos, los reyes de la generación. ¿Cómo eso no puede ser destino?
La directora decía que el destino es un hilo muy fino que se tensa y se enreda, pero nunca se corta. No he encontrado un argumento para no darle la razón.
Yo siempre estuve en las sombras, escondida en una de las esquinas o siguiendo sigilosamente sus pasos o su risa, siempre con seriedad y cautela. Nunca tan escandalosa y comunicativa como esta vez. Deseaba lo que Barbie tenía con todo mi ser. Quería ser la persona con estrellas en los ojos, el amor de todos a mi alrededor y quería a alguien que me amara como todos la amaban a ella.
Tal vez quería sus ojos cerúleos en mi rostro, o las ondas doradas que caían sobre sus hombros. Tal vez quería todo lo que no podía tener, todas esas veces, siempre deseando algo inalcanzable. No es diferente ahora, deseando lo imposible, pero hay algo que aún se siente ajeno, y es ese deseo de destruirla que se apoderó de mí cada vez.
Y por eso cometí todos los errores que se han cruzado por mi vida. Fueron crímenes premeditados por un odio mundano, causado por una vida vacía y sin sentido.
Causando que este sufrimiento se repitiera sin fin ni clemencia.
¿Por qué tenía que hacerlo? No considero que mi ira sea desmedida, y menos contra alguien como Barbie. Entonces, ¿por qué la he asesinado cada vez sin piedad? Después de todo, terminé siendo justo la persona que nunca quise, el monstruo en lo alto de la torre. A pesar de la intervención de la directora, nada de eso cambió, solo que esta vez Barbie sigue aquí. ¿Debería darle las gracias a esa maldita por eso?
Esa mujer tiene una manera de escribir que me resulta difícil de descifrar, tal vez porque nunca escribió para mí, o para nadie en realidad. Solo era su bitácora de una repetición infinita de eventos, una y otra vez. La mantenía entretenida. Pero sus escritos siempre narran con una profundidad un tanto superficial los sentimientos de los demás. Después de todo, parece disfrutar especular sobre ello.
Sin embargo, su descripción siempre encaja conmigo. Eso es lo que soy.
Solo una Veladora puede recordar los sucesos incluso cuando todo inicia nuevamente. Los demás solo sentirán un piquete de aguja antes de levantarse en la mañana, en el mismo día y el mismo año, una y otra vez. La directora una vez me dijo que solo lo que una Veladora hace permanece en el tiempo. Por ese motivo aun puede conservar los libros que escribió de relatos de cada cosa que paso en cada repetición aun después de que esta termine, aunque pueden desgastarse, no desaparecen. Todo lo que yo haga ahora, permanecerá para la siguiente vida y posiblemente para siempre. Pero no he hecho nada real. No he escrito una pila de libros como ella, ni anuarios obsesivos sobre los demás. No he hecho nada.
Y es un arma de doble filo, porque mi existencia es tan efímera como cuando no era una Veladora. Pero eso no me molesta, porque también significa que los sentimientos que he generado en otros, cuando todo empiece otra vez, serán olvidados por todos, menos por mí. Y esa es la piedra que he de cargar cuesta arriba en la colina de la culpa. Pero puedo vivir con eso.
Solo existo ahora. Solo estas memorias de esta vida me pertenecen. Aunque haya vivido cientos de veces antes, al final ninguna de esas memorias me pertenece del todo, solo fragmentos tormentosos de noches nubladas que vagan en mi mente para atormentarme de vez en cuando.
Pero hay cosas que sí recuerdo.
Recuerdo vagamente a un conejo de peluche de franjas negras con blanco, el señor Cebra. Lo perdí hace tiempo. Aún no entiendo cómo, en este lugar nada sale ni entra.
Un hombre alto, que elijo recordar con la sonrisa de Ryan, y una mujer hermosa que elijo pensar que era mi madre. A veces lo pienso. Si es un recuerdo o un sueño, no hay manera de saber la diferencia. Ryan tiene recuerdos de estar jugando al fútbol con nuestro padre, comiendo galletas con nuestra madre. ¿Quién era yo para romper sus ilusiones? Es mejor vivir sin conocer algunas verdades.
Pero algunas veces debes revelar secretos que no son tan importantes para proteger los más destructivos. Porque mentirle se siente como una tarea demasiado compleja, pero la verdad que le revele seguramente le resulto extraña y poco creíble, pero tuve que contársela, para salvar a Ryan, o a mí, de la destrucción. Engañé a más personas de las que puedo recordar, fingí ser una aliada, pero siempre he sido la enemiga de todos. Por lo menos sé que Barbie no heriría a Ryan. A diferencia de mí, el corazón de Barbie es puro.