Lo sé ahora. Con tan solo ver sus ojos, podría haber adivinado que algo no está bien con él. Pero ni siquiera me atreví a mirarlo, incluso cuando se marcha.
Raquelle no vino a hablar conmigo, vino a buscarlo. ¿Cuánto tiempo ha estado vagando? Ha venido porque no tiene otro lugar donde quedarse y yo no me doy cuenta. Soy un idiota completo.
Tal vez debería sacarme el cerebro y ponerlo en un vaso con agua por un rato, a ver si deja de hacerse tantas ideas estúpidas.
—Puedo salir cuando ellas se vayan, si te sientes más cómodo —propone Ryan, que no se ha movido desde que cerró la puerta.
—Está bien, puedes quedarte aquí —declaro.
Puedo pretender que es un fantasma buscando asilo en medio de la tormenta. Si eso funciona, puedo seguir con mi vida sin prestarle más atención. Este podría ser un buen comienzo para empezar a pasar la página. El choque siempre es bueno para superar las cosas, no tengo ningún problema con esto.
El fantasma se acomoda en el sillón y observa el tapiz horrible de las paredes.
El aire del baño se condensa entre el clima frío y el agua caliente. Podría quedarme aquí para siempre... no, no podría. Lo haré. El espacio es lo suficientemente grande como para acostarme sin poner la cabeza en la taza del baño, y si inclino un poco las rodillas incluso podría evitar golpearme con el lavamanos al despertar. No se le puede pedir más a la vida.
¿Y si quiere entrar al baño?
¡Que se vaya a otro lado! ¿O debería irme yo? Tal vez Teresa me aceptaría después de regañarme un par de veces. Siempre lo ha hecho. Cada que tengo miedo, acudo al lugar en el que los fantasmas se espantan, y no al contrario.
¿A qué le tengo miedo ahora?
No es algo que pueda explicarle con palabras si me lo pregunta. Ni siquiera me lo puedo explicar a mí. Es un fantasma que me causa terror porque está más vivo que cualquier otro. Me sigue a todos lados aunque he hecho todos los exorcismos posibles. Siempre vuelve.
Y lo he dejado entrar a mi iglesia. Siempre termino bajando la guardia.
Asomo la cabeza hacia el exterior para verlo sentado en la misma posición, mirando hacia algún lugar, tan perdido en sus pensamientos que no nota mi mirada en lo más mínimo. Retrocedo para abrir la puerta ruidosamente, incluso carraspeo. Me peino el cabello con la mano y miro la ventana empañada. Por un segundo, busco en ella lo que le parece tan interesante. Pero no soy un chico cool, entonces por eso no lo entiendo.
—Puedes tomar un baño si deseas —ofrezco, como si todo el mundo compartiera mi manía de bañarse antes de dormir.
Noto la ropa que lleva puesta: una camisa de botones y un pantalón de poliéster. Si tuviera que dormir con esa ropa, me pegaría un tiro en este mismísimo momento. No hay combinación más incómoda.
—Hay una pijama extra en el vestier, puedes usarla —no la uso regularmente. No la he usado nunca.
No está siendo tan desastroso. Esta situación habría sido más compleja si se hubiera ido al cuarto de Barbie. Teresa lo habría sacado ya por la ventana.
Ryan se pone en marcha apenas se lo digo. Me tumbo en la cama, listo para fingir que me he quedado profundamente dormido y no tener ninguna conversación incómoda. Sin embargo, mi estómago empieza a rugir, recordándome que no he comido más de tres cosas hoy.
No me animo a salir a cenar para ser bombardeado con preguntas que no deseo responder. Tal vez Ryan tampoco.
Me acerco al cajón y noto la escasez en la que me encuentro: un paquete de papas, un sobre de miel y dos pasteles de queso con jamón. Bastante extraño. No tendría problema en comerlo si no fuera porque tengo a un invitado que siento el deber de impresionar. Mientras pienso en cómo hacer funcionar esta mezcla, Ryan sale del baño. No lo vería dos veces si no fuera porque no lleva nada puesto en la parte superior.
—La camisa es demasiado angosta de las mangas —explica.
Ah.
Busco en mi clóset alguna cosa que pueda usar para tapar su pecho antes de que mi cabeza me traicione y se convierta en un tomate. La ropa vuela fuera de los cajones y, en el fondo, por fin encuentro una opción óptima: una camisa espantosa, la cual en un principio no era tan grande, pero al parecer ha crecido más que yo con el paso de los años por tanto uso. Está algo llena de pintura, pero por su color opaco no se nota tanto.
Se la ofrezco a Ryan, tirándola en su cara, y minutos después sale con ella puesta. Es justamente de su talla. Pero ya nada parece poder bajar el calor que me hace picar las orejas.
—Puedes comer esto —digo, ofreciéndole un pastel de queso con algunas papas de pollo dentro. Debe pensar que soy el peor anfitrión del mundo y el chico más raro de este planeta—. Yo... no he tenido tiempo de...
—Es perfecto, gracias. —sonríe.
Es basura.
Un chico atlético amante de la comida casera está siendo torturado terriblemente al ser obligado a comer un sándwich ultra procesado con pedazos de plástico sabor a pollo.
¿Esto es a lo que llaman venganza?
Tomo el paquete transparente de la mesa y saco la barra de pan del empaque. No quiero parecer descortés con su regalo, así que lo divido por la mitad y tiendo una de las partes hacia él.
Una miga de papa se cae de su boca cuando sus labios se curvan de la misma manera que sus ojos. Si me confesara que le saltó encima a lo que se podía llamar barra de pan antes de traerlo aquí, no me sorprendería. Esa imagen mental me traiciona al notar su cara examinando la lámina de pan pisado. Me mira aún con las pestañas cubriéndole parte de los ojos.
—Lo he aplanado con un libro, lo juro.
Qué esfuerzo sobrehumano tengo que hacer para que no se me salga la comida por la nariz. Me cubro la boca, pero es casi imposible. Si él también lo pensó, ¿Cómo podría creerle que no lo pisó con entusiasmo antes de traerlo?
Yo lo habría pisado... pero no lo admitiría.
Niego con la cabeza.
Y la comida puede continuar en silencio, a excepción del viento que bate las cortinas y las sombras que bailan en la alfombra. Me intereso por ellas, por su manera de formar figuras en mi cabeza, lo que me lleva a fijarme en la mano de Ryan que reposa en el suelo. Tiene los dedos levemente separados, con la palma acariciando el terciopelo. Sus manos tienen una buena proporción, una muñeca alargada y elegante. La forma de sus dedos es esbelta y apuntada en las yemas, sus nudillos tienen un leve tono rojizo y, cuando están tensionados, sus vasos sanguíneos dibujan caminos a lo largo de su brazo.