"Si quieres resultados diferentes, haz las cosas de manera diferente"
Isabel abrió el portón y allí, recostado de una enorme moto Honda CBR 2015 color rojo con encadenado, dentro de unos hermosos pantalones negros a juego con una camisa azul cielo manga larga y mocasines oscuros estaba el dueño de aquella mirada que reflejaba el mar.
Se subieron al corcel de acero y emprendieron el camino a una discoteca localizada a orillas de la playa, la arena decorada con antorchas en columnas, las mesas de madera pulida, separadas unas de otras por tumbonas de cuerina blanca, el reflejo de la luna llena iluminando todo el ambiente y el olor a salitre flotaba en el aire.
No habían muchas personas, el mesonero trajo un servicio de whisky, se sentaron uno al lado del otro conversando de los gustos y los planes que cada quien tenía para el futuro próximo, a ella le gustaba la costura y enseñar, soñaba tener un colegio de buenos modales, él sabía de negocios, explicaba algunos proyectos que tenía para formar empresas, una constructora por ejemplo.
Bailaron música country, música moderna, merengue, salsa, la hora loca y de pronto todo quedó a oscuras, solo los iluminaba la luz de la luna, Max le sonreía tiernamente, no podía evitar esa sensación de encantamiento que ella producía en su ser, cruzó el espacio seguro de Isabel y la levantó en sus brazos fuertes y musculosos, ella quedó rendida ante él, se miraron, sus caras se acercaron, incluso sus labios estuvieron a unos escasos centímetros unos de los otros pero, no pasó más nada, rieron, las puso en la arena y volvieron a sentarse, Max era aficionado a la magia, no perdía oportunidad para hacer mini shows donde fuese y delante de cualquiera; desaparecía una moneda entre sus cabellos, de su dedo pulgar sacaba un pañuelo que desaparecía en la palma de la mano, finalmente, un truco muy especial: llenar uno de sus puños de agua y al pasarla al otro puño de desvanecía; a ella le causaba aquello tal sorpresa que nunca pudo descifrar como lo hacía pero, ¡oye! Obviamente era agua !En fin! él le dijo:
- Cierra los ojos para hacer un truco más -el último-
Isabel siguió sus instrucciones no pasaba nada, dejó escapar una risita nerviosa, entrelazaba las manos sin cesar, esperando... Max disfrutaba verla ansiosa, alargó lo más que pudo ese instante y antes de que la venciera la curiosidad le robó un beso, fue un beso superficial, un beso colegial, labios contra labio, unos escasos segundos, él amó aquellos labios carnosos, calientes y sensuales que nunca olvidaría y ella amó aquella sorpresa, aquella gentileza, aquel olor a mar y el olor de sus manos tocando su cara.
La luz de la luna desapareció entre la nada dando paso a un sol radiante, sin percatarse había desaparecido la noche de forma fugaz.
- ¿Y ahora qué hacemos? -Le preguntó Max- con picardías
- Pues... llévame a mi casa, porque ya es muy tarde y necesito descansar.
- Está bien, pero antes iremos a desayunar. No puedo llevarte a casa con el estómago vacío.
Fueron a un restaurante situado en la planta baja de un centro comercial. Diseñado especialmente para la clientela fiestera, Isabel se comió tres arepas una de carne mechada con queso amarillo rallado, una reina pepiada y una de salchichas. Max la observaba espantado <<que tragona es esta mujer>> tomaron jugo de lechosa y se marcharon, al llegar a su casa se despidieron con un beso en la mejilla.
Era mediodía cuando las campanadas del móvil la despertaron, en la pantalla el mensaje de su galán
"¿cómo va el día, qué estás haciendo ahora?"
Por la experiencia de los años sabia que todos los galanes y los mujeriegos usaban los mismos trucos. Las mismas palabras, los mismos mimos, la misma forma de insistir, el mismo patrón y aún así le gustaba.
"Me estoy despertando, tengo que cocinar y preparar mi semana de trabajo".
Evitando ser tan obvia mostrando su gran interés por él, quería ser valiente y comportarse como una mujer de mundo que no se enamora de las primeras palabras de amor que un hombre le dice, al parecer la frialdad de sus palabras le pusieron freno a Max sin embargo, hombre al fin insistió de nuevo:
"¿Qué harás esta noche?"
"Hoy es domingo y mañana debo trabajar"
"Me gustaría volver a verte"
"Hoy no puedo, tiene que ser en la semana, nos podemos tomar un café"
"¡Si eres aburrida!"
"Lo soy ¡sí soy aburrida!" -respondió molesta- "es mejor que lo sepas desde ahora, no quiero que tengas una imagen de mi que no soy"
Recostada en su cama se mordía los labios, evocando los recuerdos de aquella noche en la discoteca, pensando que probablemente todo quedaría hasta allí; el universo no todo lo puede dar... o tal vez sí.
Siguieron escribiéndose por días, él pasaba muchas horas metido en la oficina siempre cavilando entre números y archivos, ella cuidando de un anciano travieso que la mimaba por ser la más graciosa de las enfermeras que lo atendía, trabajaba duro, era responsable y evitaba a cualquier costo las quejas de los pacientes que estaban a su cargo, este era un anciano gordito que a duras penas se sostenía de pie, una mañana le dijo:
- Isabel ve al armario y saca una maleta negra que está allí, sácala con mucho cuidado y pásale cerrojo a la puerta que no quiero que me interrumpan mis hijos.
Obedeció sin chistar, le pasó el cerrojo a la puerta y con aquella maleta empolvada en mano se sentó frente al anciano, llena de curiosidad, ansiosa por descubrir los secretos que se albergaban allí dentro.
- ¡ÁBRALA!
Frente a ellos una máquina, con chupones iguales a los de las maquinas que están en el hospital, de esos que se adhieren a la piel y se colocan en el pecho.
- Con esa máquina podemos rejuvenecer, ponte un chupón en cada mejilla. Yo te diré cuando quitártelos.
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Editado: 05.12.2024