—¡Ann!
—¡Voy!
Trato de acomodar al enorme vestido que me roza las nalgas y me aprieta los pechos. Es verde y enorme. ¿Qué onda con esta tradición? Este vestido ha sido usado por todas las primogénitas de mi familia. ¡Y no puedo creer que sea la más grande! Tratando de quitar la horrible imagen de mi bisabuela más delgada y linda que yo en su momento, bajo las escaleras tratando de no romper el vestido. Mamá y papá miran sus relojes mientras me esperan al inicio de las escaleras. Mamá toma mi mano al bajar y me jala rápidamente hacia afuera.
—¡Mamá! Duele, ¿sabes?
—Llegar tarde a tu fiesta de cumpleaños... Dios, en serio. Sólo a ti se te ocurre.
—No es que sea del todo importante. ¿Sabías? Sólo cumplo años. Ni siquiera cuando fui mayor de edad...
—Calla. Calla. Sube al auto y ya.
Prácticamente empuja mi cabeza dentro del auto negro. Mi familia es muy acomodada a decir verdad. Siempre han tenido dinero, todos son socios de una empresa familiar de mercadotecnia que inauguró hace muchos años mi tatara tatara abuelo Juliano de la Cruz. Era un latino que había migrado a nuestro país en los tiempos de su esposa. Pero no sé mucho de ellos. No he oído la historia del todo. Sólo sé que son los primeros forjadores de la empresa y, por lo tanto, de la unión familiar. Suspiro preguntándome qué habría sido de nuestra familia sin él. ¿Seríamos pobres? O... Dios. No sé nada acerca de nada. Sólo que desde niña han sabido que soy especial. Por ser primogénita. Además. Suelo preguntarme siempre porqué no he hecho lo mismo que mis primas. Amigas. O esas chicas. En realidad mi sueño es ser una ermitaña. Vivir en las montañas lejos de todos. Con un montón de libros y muchos perros. En una casa pequeña. Acogedora. No en una casa grande y fría que no hace más que agobiarme. Los sueños de las personas demuestran lo puro de su alma. Y sé que la mía es oscura. Porque sería feliz si no tuviera que lidiar con las personas. Me incomodan. Toda la familia Dallas me incomoda. Y muy en el fondo. Desearía que murieran todos. Perturbador, si. Pero la sinceridad es mi mayor punto.
—Llegamos.
Suspiro y abro la puerta. Cuando salgo me encuentro con un bosque que sube a una montaña. ¿Qué demonios? Me vuelvo hacia mis padres. Ellos me miran esperando que suba.
—¿Es broma?
—Sube. Ahora.
Papá sonríe. ¿Ahora se entiende porqué los odio? Trato de mantener la compostura y sonrío.
—¿No vienen?
—Lo haremos. Después de ti. Sólo anda.
Los miro unos segundos más, vuelvo a mirar hacia la montaña. Parece bastante empinada. Gruño y levanto la falda del vestido para darme mayor comodidad. Gracias a Dios me puse zapatos bajos sin que mamá lo notara. Una de las muchas ventajas de ser alta, es que todos piensan que usas tacones. Y mi madre no pasaba conmigo mucho tiempo. Comencé a subir y volví mi rostro para mirarlos por sobre mi hombro.
—Si es un estúpido castigo por llegar tarde... Lo lamentarán.
—También te amamos.
Resoplo y subo con más rapidez para poder dejarlos atrás. ¿En qué piensan esos tipos? ¿No ven que es mi cumpleaños? Me hacen usar un vestido incómodo que parece más antiguo que el Papa. Avanzo varios metros y siento como mis piernas comienzan a desfallecer. ¿Qué esta montaña no tiene fin? Voy bastante rápido. Ya debería haber llegado. Me mareo rápidamente. Tengo mareos.
—¿Qué?
Siento las contracciones en mi estómago. Me detengo entonces. Un dolor fuerte se instala en mi pecho. En mi cabeza. Estoy empezando a perder la razón. Y entonces todo es negro.
Estúpidos padres. ¿No podían haberme dado un aventón? Por eso los odio. Dios. Desearía poder levantarme ya.
—Oye. ¿Estás viva?
Abro uno de mis ojos. Me topo con un chico de ojos grises. Me levanto de golpe. ¿Qué es esto? No estoy en el bosque más. Estoy junto a un lago. Muy limpio para estar en la ciudad y puedo ver como el cielo se junta con la tierra en este horizonte sin fin. ¿El extraño me trajo? Me vuelvan hacia él y suelto una carcajada. Lleva un traje extraño. Con levita. Saco. Y unos tirantes.
—¿A dónde vas? ¿A una fiesta de disfraces?
—¿Discúlpeme?
Me levanto incómoda por el vestido y miro a mi alrededor. No parece haber nadie. ¿Es que mis padres me engañaron? Vuelvo a ver a ese sujeto. Se ve particularmente joven. Pero viste como un anciano de los sesentas. Su mandíbula es pronunciada. Su barbilla es semi partida y sus labios son gruesos y masculinos. Blanco. Cabello castaño. Mis mejillas se calientas.
—¿Sabes dónde están todos?
Frunce el ceño nuevamente. Se levanta y sacude su pantalón gris. Suspira mirando el cielo y vuelve a mirarme.
—Creo que se ha golpeado muy fuerte la cabeza, señorita mía. Debería volver a su hogar ahora. Que una muchacha ande sola por estos lugares, a merced de los extraños... No es algo que yo aconsejaría.
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Editado: 12.04.2018