A veces el amor de tu vida
llega después del error de tu vida.
Hablando de dolores insoportables en la vida, ¿cómo olvidar esa primera fractura que provoqué en mi cuerpo por culpa de mi inevitable torpeza? Recuerdo que estábamos jugando soccer con mi hermano en compañía de un par de amigos de los alrededores de mi antigua casa, era la más pequeña, no solo de estatura, también de edad y de inocencia. Creo que por eso se les ocurrió la magnífica idea de ayudarme a trepar esa valla para ir a recoger el balón que había caído al otro lado de esta, definitivamente yo era la más menuda de todos, y yo, como la niña inocente de los peligros de las caídas de esa magnitud procedí a hacerlo sin importar las consecuencias. Resultados, tropiezo al estar encartada con el balón entre las manos y no tener bien un lugar del que sujetarme, caída de dos metros y fractura del brazo derecho.
Lo sé, un auténtico "aush", tres meses en cama y un enorme yeso incluso más grande que el mismo brazo alrededor de este por más de diez semanas, foto escolar en la semana y varios días de clase tratando de escribir con la mano izquierda, igual a desastre.
Sí, definitivamente la torpeza y yo somos tan compatibles que duele.
Por lo menos ahora soy ambidiestra.
Cuando finalmente pude abrir los ojos tuve que parpadear varias veces para adaptarlos a la luz, el dolor se disparó de inmediato pero fue un poco más soportable que antes, aun me sentía demasiado débil pero por lo menos ya sentía todos las partes del cuerpo de la cintura para abajo y ya podía mover los dedos. No estoy muerta, gracias Dios mío, sabía que no me querrías contigo tan pronto.
Giré un poco la cabeza tratando de que el poco campo de visión que tenía en esa posición tan poco favorable se paseara alrededor de la habitación, fue cuando mis ojos se toparon con la Señora Aimee acostada en una camilla a mano izquierda de la mía; entrecerré los ojos y la miré con confusión, fue cuando sus ojos celestes se toparon con los míos y sus labios se curvaron hacia arriba en una media sonrisa.
—Declan —me llamó— estoy tan feliz de que despertaras, tu madre y todos estábamos tan preocupados por ti —se sentó lentamente en la cama y siguió sonriéndome de manera conciliadora, le devolví la sonrisa antes de hablar.
—¿Qué haces aquí? —Fruncí el ceño al verla con esa horrible bata de hospital aquí en California— ¿Pasó algo? Todos jurábamos que para este momento todavía estarían a varios kilómetros de distancia.
—Nada grave cariño, al menos no con nosotros, todos estamos bien, Eli nos llamó y nos comunicó lo que pasó; venimos de inmediato, no tuvimos de otra —sonrió—, la transfusión de sangre fue todo un éxito, gracias a ella pudiste volver a abrir los ojos a la vida.
Parpadeé varias veces con confusión antes de preguntar:
—Tú me donaste la sangre ¿verdad? —pregunté aun cuando la respuesta era casi obvia, ella asintió y yo negué con la cabeza— ¿Por qué?
—Éramos compatibles, eres la mejor amiga de mi hija, tu madre es mi amiga y me importas; no podía dejar que murieras sabiendo que podía hacer algo para evitar esa tragedia.
Le sonreí nuevamente y ella solo negó con la cabeza mirando el techo, suspiré; algo muy dentro de mí me decía que eran otras las razones, aunque eso probablemente sea sugestionado, no tendría sentido y no me llegan a la cabeza otras razones por las que ella pudiera hacer eso por mí aparte de las ya citadas.
—Señora Aimee, la foto de su...
Iba a seguir hablando pero la puerta se abrió abruptamente mientras mis padres entraban a la habitación y ahogaban expresiones de alivio y asombro en partes iguales. Mi madre caminó hasta mi cuerpo e intentó abrazarme pero yo fingí un dolor que en realidad no sentía y ella se apartó al ver mi rostro compungido. Estoy molesta con ella, si ella en primer lugar no hubiera reaccionado de esa forma tan horrible y me hubiera dejado explicar la situación, yo no estaría aquí; de cierta manera este accidente fue su culpa.
—Hija, yo —intentó decir mirándome fijamente a los ojos pero yo me volví para mirar hacia la otra dirección en la que estaba ella—, sé que estas enojada, sé que en parte este accidente fue por culpa mía y de mi nefasta reacción —la voz se le cortó y yo sentí una punzada en el pecho pero solo guardé silencio—. Perdóname mi amor, debí haber sido más comprensiva, pero yo...
No pudo seguir hablando porque empezó a sollozar de manera agónica, entiendo que se sienta culpable y me duele verla así, pero ella se equivocó, no puedo perdonarla sin antes darle un pequeño escarmiento de indiferencia. Me volví para mirarla nuevamente y mi padre ya la tenía abrazada, nuestras miradas se cruzaron y pude percibir lo afectado que él también estaba.
—¿Estás bien? —me preguntó sin dejar de abrazar a mi madre y yo asentí con la cabeza mirándolo con una sonrisa leve; en esta guerra fría con mi madre él no va a estar involucrado, él no hizo nada malo, él intentó prevenir el desastre pero eso no fue posible, no fue su culpa.
—Me parece el colmo que no le permitan a una preocuparse por la gente que quiere; no me importa que solo pueda ingresar la familia, ella es como mi hermana y también estoy en mi derecho de verla —escuché la popular voz directa de mi amiga y no pude reprimir una pequeña risa, las costillas me dolieron como el infierno pero lo pasé por alto; me volví con dirección a la puerta y la vi ingresar en la habitación con una enfermera detrás de ella tratando de detenerla.
—Señorita Sayers, no puede entrar, hay mucha gente en la habitación, no puede...
—Déjela por favor, solo serán unos minutos —intervine yo cuando las vi entrar en el cuarto; los ojos mieles de mi amiga se toparon con los míos y la sonrisa que se disparó de inmediato al verme me llenó de ternura. Sin importarle las palabras de negación que le despedía la enfermera, corrió hasta donde yo estaba y me abrazó con fuerza; sentí un dolor leve pero lo ignoré, la había extrañado y estaba feliz de tenerla conmigo en momentos de crisis como este.