Desayunaron muy temprano con el sonido de los pajaritos y por primera vez solos, la miró buscando la forma de sacarle alguna conversación preguntándole si durmió bien. Ella se encogió de hombros y con una sonrisa le contesto que no dormía bien desde hacía mucho tiempo, eso lo tenían en común. Luego le dijo que se sentía con energía suficiente para lidiar con los niños del muelle, le devolvió la sonrisa dulce y tomó su mano.
- Me gustaría tanto volver a verte reír, saber cómo puedo hacer para que...para que seas feliz
- Créeme que yo también quiero lo mismo Bruno, quiero encontrarme nuevamente con el que solías ser
- Tal vez tengas razón y sea solo cuestión de tiempo – acaricio su mano – es todo nuevo para ambos prácticamente es como estar recién casados – sonrió
- Si tienes razón es nuevo – lo miró por unos segundos sin palabras – creo que nuestro matrimonio fue parte de un sueño de alguna vida pasada
- Pero fue real aunque nos durara dos días, ahora solo quiero que recuperemos a los amigos que fuimos y compartamos todo, por muy malo que sea
- Apartó la mirada y con ella su mano – Algún día te lo contare todo no porque no confíe en ti, es porque aun... aun me pesa mucho – él tomó su mano y sus miradas volvieron a cruzarse - ¿de verdad cuando regreses nos iremos los dos solos? Porque me gustaría mucho volver a Dorset contigo
- Te prometo que de regreso iremos a donde tú quieras – mirarla sonreír hacía que su mente se pusiera en blanco y su corazón estuviese en paz, aunque solo durará unos segundos
Los caballos estuvieron listos galoparon al paso hacia el muelle uno junto al otro conversando sobre el mar y la pesca, una de esas conversaciones que solían tener sobre la naturaleza que a ambos tanto les gustaba. Cuando llegaron como siempre la recibían con sonrisas y abrazos, la esperaban a ella, pero fue una grata sorpresa también recibir a Lord Craig quien no resistió la idea de acompañarlos en la barcaza que siempre salía a esa hora a pescar. Por más que los pescadores insistieron en que una barcaza de pesca no era lugar para un Lord él con una enorme sonrisa se quitó su sombrero, chaqueta y el corbatín de seda decidido a acompañarlos.
Dejó su ropa a manos de su esposa quien lo miró con una amplia sonrisa y se hizo con una docena de hombres a la mar; Angy se quedó con las mujeres y los niños colaborando con las labores, preparar las cestas en donde colocaban el pescado según su tipo, luego agrupaba a los niños para enseñarles las letras. En cuanto le dijeron que no asistían a ninguna escuela por qué solo eran los hijos de los pescadores se entristeció, era injusto que no aprendieran. A ella le hizo mucha falta saber leer y escribir aunque solo fuera la hija de unos granjeros el conocimiento de aquello era tan indispensable para cualquier persona sea de la clase que fuera. Entonces decidió que cada día les leería y les enseñaría lo básico como a ella le enseñaron los Dustin. Era una de las cosas que quería hablar con Bruno, pero estaba convencida que su familia se opondría y sería motivo de discusión. Madame Esther no le tenía buena voluntad, pensó que Daisy podría ayudarla, pero descartó la idea cuando la trató como ignorante frente a el señor Marco, no sabía si era correcto como su esposa que planificara una pequeña escuela para los hijos de los pescadores después de escuchar hablar de la importancia de las decoraciones creía firmemente que era mejor construirla en lugar de una fuerte, además él siempre estaba ocupado con el Conde o estaban rodeados de gente y no encontró el momento oportuno, aprovecharía que estaba allí para proponérselo, ese pequeño proyecto la hacía muy feliz y la llenaba de ilusión.
Para cuando regresaron traían un enorme botín y ya eran pasadas las diez de la mañana. Los peces atrapados en las redes cayeron sobre las cestas de mimbre junto con otras cosas que también arrastraron. Las mujeres se encargaban de separarlos según su tamaño y clase, después los trasladaban en carretas y carromatos para distribuirlos en el pueblo, la pesca era solo una de las comercializaciones de las que se encargaban los Craig. Vació la red que traía en una de las cestas y el viejo pescador al que le decían Stingray (Mantarraya) se acercó, con su bastón de madera apartó a los pescados inspeccionando lo adquirido y miró a su señor sonriendo
- Lord Craig debería ser pescador y no estar encerrado entre paredes
Había salido impecable del muelle, regresó con su fina camisa arruinada arremangada en sus brazos, húmedo de sal, su cabello despeinado y sus botas llenas de arena. Precisamente eran las cosas que le molestaban a su padre, pero él ya no estaba para reprender su conducta. Sonrió ampliamente a Stingray que recordaba ya era viejo cuando de muchacho se escapaba al mar
- Tienes razón viejo Stin, debí serlo
- Sin embargo cada quien con su destino y el tuyo estaba fijado, allá en la casa grande con sus cuellos largos, oropeles y miradas sobre el hombro – rió mostrando los pocos dientes amarillentos que le quedaban – vamos a ver cómo le fue, hace años que no salía del arrecife - con el palo curvo que usaba de bastón movió un par de peces grandes y en el fondo toco un caparazón de alguna piedra – el mar le ha hecho un regalo, recíbalo o se pondrá furioso mi Lord
- Se agachó hacia la piedra que era de unos diez centímetros y la alzó hacia él – es una piedra quizá un coral – limpio un poco – tiene que ser un coral
- Tómala jovencito....y ven conmigo - sentenció golpeando el piso con su palo de madera
Renqueando apoyado en su bastón caminó hacia la playa. Bruno lo siguió de cerca con el coral en mano. El sonido de las olas romper en la orilla era el canto alegre de aquella mañana, lo hacía sentir de alguna manera libre el olor del mar siempre le traía recuerdos de una adolescencia rebelde, pero a pesar de las oposiciones de su padre y la insistente persecución de su tía fue feliz, nunca le faltó nada. Lo observó sentarse con dificultad en una gran roca frente a la playa y divisó el paisaje con un suspiro, más allá un grupo de niños jugaba en la orilla y Angy corría frente a ellos descalza, sosteniendo su vestido con una mano y con la otra sus zapatillas y medias. Los niños mojados de pies a cabeza con tan solo finos pantalones beige que se le pegaban al cuerpo corrían tras ella riendo y tentándola a entrar en el agua.