Destinos Cruzados

Te perdono

 

Los días en aquel palacio fueron increíbles, no le alcanzaba el tiempo para recorrerlo y recibir las visitas de sus vecinos. Los que conocieron a su madre le recalcaban su parecido y la trataban con amabilidad, incluso con simpatía. En sus ratos libres caminaba por los amplios jardines sin dejar de lado a la señora Jones, una institutriz de edad avanzada que estaba allí para ayudarla a convertirse en toda una Marquesa, debía comportarse de cierta forma de acuerdo a su rango aunque sin dejar de ser nunca ella misma cuando se le escapaba su extrovertida forma de ser recibiendo miradas reprobatorias de la mujer. Solo le respondía con una mirada, una sonrisa y se encogía de hombros en forma de disculpa. La institutriz meneaba la cabeza reprimiendo una sonrisa de vuelta. Felicia la acompañaba a veces y otras estaba con su padre, pensar que algún día imagino que los príncipes y princesas no tenían necesidad de trabajar, pero aquello evidentemente era un trabajo bastante exigente. Entre la señora Jones, las largas horas de estudio y además las visitas constantes era agotador.

Una semana después estaba admirando un hermoso atardecer que caía sobre la larga fuente, sobre el agua parecía brillar el naranja y morado del cielo cuando unos brazos se enredaron en su cintura y su rostro se hundió en su cuello lentamente respirando su perfume, la sensación le hizo cerrar los ojos con un suspiro

- Te extrañe tanto que creí que estas tres semanas fueron eternidades – besó su cuello y ella giró en sus brazos

- Lord Craid es usted un descarado aún no soy su esposa y oficialmente no estamos comprometidos – le sonrió

- Eso es burocracia absurda - la pegó contra su cuerpo abrazándola – eres mi esposa desde hace años mi distinguida Marquesa de Nortfolk, digan lo que digan

- ¿Entonces por qué se dedica a hablar tanto en lugar de besarme?

Un beso que sabía a gloria, cada día parecían quererse más y necesitarse. De la mano iniciaron un paseo por el jardín y cuando cayó la noche las luces se encendieron en toda la mansión. Su padre y Felicia los esperaban para cenar.

 

 

A plena noche se escapó de su habitación a hurtadillas. Miraba a su alrededor totalmente descalza y reprimía la sensación de risa que le causaba, todo estaba oscuro solo entraba la luz de la luna por algunos ventanales. No quería despertar a nadie o que por mala suerte tropezara con algún objeto así que fue despacio por un pasillo pasando puertas de habitaciones en sigilo, por último entro en una que no tenía seguro puesto. Parecía divertirse mientras cruzaba y cerraba la puerta en completo silencio, al girarse lo observó a poca luz de pie frente a ella con esa sonrisa que hacía que su corazón latiera más deprisa y se acercó a él

 

- Pensé que no vendrías jamás – susurró

- Tenías razón fue divertido y mi corazón – tomó su mano y la colocó sobre su pecho

- No solo es divertido preciosa, es excitante – le hablo al oído – te extraño demasiado – besó su mejilla

- ¿Y tu herida? ¿Está bien?

- Pretendo demostrártelo – por fin ella dejó escapar una risita

- Quería que habláramos sobre muchas cosas... yo...

- Angy —dijo, inclinándose hacia ella y tomando su rostro entre sus manos— haremos el amor antes de hablar, ¿de acuerdo? Aunque la Iglesia y el Estado no reconozcan nuestro derecho a hacerlo.

- Yo lo reconozco —respondió ella — Y tú también. Es lo único que importa. Soy tu esposa !No!. Eres mi esposo.

Siempre había sido cierto, desde aquel momento en ese pueblo en la frontera con Bélgica cuando estaba aturdida por la conmoción y el pesar. Incluso entonces sabía que él era todo lo que necesitaría o querría en el mundo. Nadie, y menos las fuerzas impersonales de la Iglesia y el Estado, podrían destruir la santidad de aquella ceremonia

- Sí — Apoyó brevemente su frente sobre la de ella y cerró los ojos — Sí, eres mi esposa.

En la habitación había encendidas dos velas, ella había llevado una desde el recibidor al dormitorio. Mientras él se arrodillaba junto a la chimenea para encender el fuego, la habitación estaba helada y por su mente pasaron recuerdos gratos haciéndola sonreír

- A esta enorme mansión le cuesta un poco calentarse —dijo, poniéndose de pie la miró abrazarse frotándose para mitigar el frío. Se acercó a ella abriéndose el cálido y enorme albornoz antes de atraerla hacia él y rodearlos a los dos. Le apoyó la mejilla en la parte superior de la cabeza —. Déjame que te abrace y te bese así hasta que se haya calentado lo suficiente para desnudarnos y echarnos en la cama.

- Pero ella se echó a reír y levantó la cabeza hacia para mirarlo a la cara. —Hacía frío —le recordó— en nuestra noche de bodas.

- Dios santo, sí —respondió sonriendo— Y solo teníamos capas y una manta delgada en aquella pequeña habitación de posada

- ¿Y pasión? —preguntó ella. Él le acarició los labios con los suyos

- Seguro que te asusté horriblemente. No fue la manera de introducirte en la pasión que habría elegido para ti, si hubiera podido planificarlo...

- Fue una de las dos noches más hermosas de mi vida —le aseguró—. La otra fue en la cabaña cuando me dijiste que eras mío y que me amabas. Mira, el fuego ya ha caldeado el ambiente. – le sonrió y la besó en los labios

Al cabo de un rato, después de haberse acariciado con manos y bocas murmurado palabras cariñosas y de que él le hubiera poco a poco quitado la ropa dejando la suya en el camino se encontraron amándose en la cama y entregándose con pasión. Luego de que él penetrara profundamente dentro de ella ni siquiera había dos personas, sino que los dos parecían un único cuerpo, un corazón y un ser. Después de que se moviera dentro de ella y con ella durante largos minutos de placer compartido ni siquiera había una persona, sino una dicha ciega y absoluta.




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