Destinos Cruzados

Prólogo

Uno nunca sabe lo que le depara en el camino de la vida, la mayoría de las veces se crean tangentes que lo lleva a otros caminos que a lo mejor no estuvieron en sus planes pero pueden ser para bien o para mal en su vida. No obstante, y aunque tarde en pasar, hay soluciones en los conflictos que se presentan. 

Eso es lo que ella creía al ver a su padre dejarlos, al cerrar los ojos supo que todo estaba en sus manos. Nació lista para eso, nació para eso, se preparó y ahora era momento de tomar su lugar. La voz de su madre hizo eco en la habitación sumida en el silencio y la oscuridad.

—Está hecho, es hora.

Le dirigió una de sus miradas más frías que podía dar, desde que había engañado a su padre sólo palabras de veneno salían de su boca. Sospechaba que ella había tenido algo que ver sobre la salud de su padre el que lo llevara a su muerte pero no estaba segura y tampoco podía culparla sin pruebas que lo confirmara.

—Lo sé, madre —fue lo único que contestó antes de despedirse de su progenitor por última vez dedicándole una mirada de dolor y un pensamiento que permanecería por siempre en su mente: ¿Por qué?

Sabía que estaba condenada. 

Se encaminó a su habitación donde una de las empleadas la esperaba cabizbaja. Fue por un baño el cual no duró mucho y se cambió por un vestido negro largo y liso, con mangas de encaje y pequeños diamantes incrustados en la cinturrilla. Su maquillaje no fue ostentoso al igual que el peinado en su cabello castaño que se mantenía suelto. Una última vez se observó, estaba lista como su madre le había dicho.

Al salir de su habitación se dirigió a las escaleras pero paró en seco al escuchar sollozos. Dio unos pasos a la puerta entreabierta que estaba a su lado.

—¿Vincenzo? —veía una figura en la cama y también como se sacudía a causa de los sollozos—. Hermanito.

—Ross —susurró con voz ahogada—. Él me dejó solo.

Una mueca amarga se formó en sus finos labios, su padre al único que quería era a su hermano menor.

—No estás solo, estoy contigo, piccolo —encendió la lámpara para sentarse en el borde de la cama luego y así abrazarlo donde él se refugió en sus brazos como solía hacerlo desde que tenía uso de razón.

Su madre lo aborreció al nacer, ella quería un hijo con su amante pero no lo consiguió, fue con su padre y al igual que Raffaello, su hermano del medio, y ella, no los quería. Siempre les daba la espalda, jamás los apoyó. Su hermano terminó en brazos de una madre sustituta en su primer año de vida, pero ella exigió que volviera y así se encargó de criar a su hermano pequeño.
Puertas afuera la familia era perfecta, era el modelo del resto de los mafiosos, la imagen que debían mostrar era pulcra y decidida.

—Lo sé —el niño se alejó un poco para verla, en sus ojos castaños solo había lágrimas que no dejaban de caer.

—Entonces no lo dudes —sujetó su rostro limpiando las lágrimas en un gesto tierno—. Yo estoy aquí y mientras esté vas a estar seguro. 

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Estuvo unos largos minutos hasta que él logró dormirse, quedaría custodiado por una de las chicas del servicio y cinco de sus mejores hombres.

—Vámonos, Rossetta.

La voz de su otro hermano se hizo presente. Lo observó que ya vestía con su traje negro, a pesar de tener solo quince años, aparentaba más. Tal vez sus facciones duras y su neutral mirada lo hacían de ese modo, pero no podía negar que era muy parecido a su madre en tanto el aspecto como en las actitudes que ella odiaba, la única diferencia es que sus ojos castaños eran como los de su hermano y su padre, en cambio ella sólo contaba con ojos verdes olivos como su madre.

No le respondió sino caminó y bajó las escalares para salir de la mansión y dirigirse al auto negro lujoso donde entró primero y luego su hermano. Ellos no podían faltar a la gala que siempre se organizaba para las familias más influyentes de la mafia Italiana, y ahora que ella era quien estaba a la cabeza de su familia con más razón no podía faltar al evento. Su madre no quería el puesto ya que siempre era la "dama en apuros" que no movía un dedo. Pues ahora tendrá que hacerlo porque las cosas iban a cambiar mucho.

—Signorina —su chofer ofrecía su mano para salir, la aceptó mientras sujetaba un poco su vestido para no tropezar con este al caminar.

Su hermano le ofreció el brazo y ella lo aceptó a regañadientes, no le gustaba compartir tanto espacio con su hermano, fue consciente cuando los nombraron y todos los ojos curiosos se posaron en ellos cuando notaron que su padre y madre no estaba.

–... signorina Rossetta Vitale, il signore Raffaello Vitale. 

Ellos se adentraron al lugar lleno de murmullos y miradas interrogativas.

"Sí, es lo que piensan"

—Buonanotte —se sorprendió ligeramente al encontrarse el jefe de la Cosa Nostra, quién mandaba en todos, quien tenía el máximo poder—. Quisiera hablar con usted, signorina Vitale.

—Sin mi presencia no se podrá —la voz grave y molesta del hermano del medio lo interrumpió. 

—No es necesario, espérame Raffaello —ella ordenó y no le quedó más que obedecer y alejarse—. Scusi, usted me dirá, signore.

—¿Tu padre...? 

—Murió —dijo y sintió un amargo sabor en su boca.

—Mis condolencias a su familia —la sinceridad en sus ojos oscuros eran notorios.

Grazie —las miradas estaban comenzando a molestarla más y eso la colocaba nerviosa.

—No es necesario que permanezcan toda la noche en la gala.

En otro momento hubiese desistido pero esta vez le tomaría la palabra, no le gustaba dejar solo a su pequeño hermano menor. Y no con su madre. 

Intercambió algunas otras palabras como las de quedar en reunirse en su casa para colocarse al día de todo y así ella empezar a cumplir su nuevo rol: la Jefa de los Vitale.




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