Destinos Cruzados

Capítulo 1: Rossetta

—Signorina Vitale, la signora Vitale espera en su oficina —estaba cansada y quería descansar, pero uno de sus hombres la detuvo en pleno camino.

No dijo nada solo dio un asentimiento de cabeza. 
Se daba una idea de lo que su madre quería hablar, sin dudas se defendería de todo lo posible, ya no volvería a quedarse callada y menos si el trabajo de su madre es rebajarla. 

De camino al tercer piso de la mansión, recordaba lo sucedido en la mañana el cual fue el entierro de su padre, a su izquierda tenía a su hermano del medio que permanecía en silencio con sus lentes oscuros puestos pero en todo momento firme y sin agachar la cabeza, sin inmutarse. En cambio a su otro costado estaba su hermano menor que se aferraba a su mano y dejaba caer lágrimas silenciosas, le dolía profundamente su estado que no pudo evitar tomarlo en brazos dejando que se aferrara a su cuello y ella responderle abrazándolo en modo de protección. 
Todos los presentes los observaban con falso pesar y falsas sonrisas de pena, a todos fulminaba con la mirada y en su mente los odiaba a más no poder, lo bueno es que sus lentes oscuros ocultaban lo que realmente veía. 

Observó la ventana brevemente, aún habían nubes que indicaban lluvia próximamente y no estuvo equivocada cuando las primeras gotas comenzaron a caer. Odiaba la lluvia, odiaba el frío porque le hacía acordar el vivir en esa mansión. 

—¿Debías demorar tanto? —al abrir la puerta, el primer regaño llegó. 

—Estaba ocupada —lo estaba, su hermano no se encontraba bien y temía que pudiera pasar a peor su salud—. ¿Qué deseas...?

Un sonido agudo la aturdió por varios segundos, el picor en su piel comenzó como el ardor en su labio. Su madre la había abofeteado.

—¿Qué crees que haces? ¡No eres una niña! Toma tu lugar y empieza tu deber —la mujer fingía estar enojada pero en realidad estaba tranquila por una razón que aún desconocía. 

—Por respeto a mi padre, no lo ocuparé todavía —fue más un murmullo que la afirmación esperada. No se sentía capaz de tomar ese lugar detrás del escritorio, no todavía. 

—Él ya no está, no volverá y esto no se manejará solo.

—¡Tú deberías ocupar el lugar! ¡Eras su esposa! —no pudo más que reclamarle.

—¡Era! No pienso tocar eso y tu no me vuelves a levantar la voz, soy... —tenía su mano alzada lista para abofetear nuevamente pero fue detenida y apartada de manera brusca por la chica. 

—Juliana —detuvo su accionar y la alejó de ella—, no eres más que eso, no voy a permitirte que vuelvas a colocarme un dedo encima.

Sabía que si no frenaba el abuso de ella, jamás podría parar y lo peor a eso es que terminaría acostumbrándose, sino fuese por lo que le enseñaron a defenderse, seguiría el mismo camino y eso realmente ya no quería. 

—¡Soy tu madre!

—Perdiste ese derecho hace mucho tiempo —su expresión de miedo había desaparecido, ese golpe le hizo entender que sería la última vez que bajaría la cabeza a modo de sumisión—, perdiste la mayoría de derechos en este lugar y sólo eres una más del montón. 

—Mocosa, cuidado con lo que dices porque puedes perder la lengua —su mirada destilaba veneno, inclusive más que su lengua.

—¿Esa es tu mejor respuesta? ¿Amenazar a tu propia hija? ¿Tú inversión?

—¡Eras y eres un error! —la observó abrir mucho los ojos, sorprendida pero no arrepentida de sus palabras. 

—¿Entonces por qué decidiste tenerme? —preguntó en un susurro casi derrotado, eso dolía más que su indiferencia. 

—Haber pasado por la cama de tu padre fue un error, haberle dicho que estaba embarazada fue aún peor —la mirada verdosa de la mujer se cristalizó y por breves segundos parecía indefensa—, nunca pensé que su padre nos obligaría a unirnos, recuerdo que dijo claramente...

Quién comete una imprudencia lo paga, ya sea para quien esté a su lado como para mismo.

—¿Y por qué no te alejaste si tanto te aborreció?

—Porque debía cumplir máximo un año y medio con el matrimonio para poder ser libre pero... —las emociones volvieron a golpear su pecho, las palabras eran difíciles de articular cada vez más— quedé embarazada nuevamente y ya no pude escapar porque sí quería a quien llevaba esa vez, Raffaello. 

Decir que eso no dolía era poco, no sentía celos de su hermano, ellos no mantenían una buena relación de hermanos y lo que le dolía es que se dejaba influenciar por ella, todo el veneno que esparcia lo dejaba más en su segundo hijo. Ella sabía que su hermano estaba más condenado que ella misma.

—Pero lamentablemente lleva su sangre también, la que no quería y la que fallé dos veces —la expresión dura volvió a la mujer, se notaba su mandíbula apretada y los músculos del rostro tensarse y marcarse.

—Crees que me vas a conmover y no es así, vuelvo a repetirlo —se cruzó de brazos manteniéndose firme— no tienes ningún derecho aquí, no tienes nada que hacer ya.

—Por fin seré libre, eso me alegra —una sonrisa forzada dibujó en sus labios—. Addio, Rossetta —la mujer observó a su hija, conservaba ese aire ganador y arrogante como lo fue siempre, solo que a Rossetta no le parecía el mismo.

No se despidió, sabía de sus teatros para después responder sus problemas y eso era un tema que debía arreglar con su jefe de seguridad. La observó caminar lentamente luciendo su vestido largo esmeralda, esperando más de su salida triunfal.

"Qué artista".

Tomó una larga respiración profunda estando sola de una vez. Dirigió su mirada al escritorio donde aún conservaba cosas de su padre, un portaretrato con su hermano menor, un reloj de arena que le hacía recordar cuando lo usaba para entrenarla en cuanto a pensar diversas estrategias para evadir la justicia o traer nuevas mercancías que adquiría con negocios en otros países. Se acercó a este viendo que la parte de abajo estaba lleno y arriba totalmente vacío, y eso le resultó un poco escalofriante porque antes que él muriera estaba cayendo arena y ahora ya no. Lo sospechoso es que nadie podía entrar ahí sin su permiso.




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