Llegado el día viernes, Rossetta cumplió con su palabra y fueron de visita a la casa del manager que tenía cuentas pendientes con ellos. Irrumpieron en la gran casa del hombre, no era una mansión como se esperaba, pero sí podían dislumbrar el gran garaje porque habían autos de alta gama fuera de este como si el propósito fuese una exhibición de autos. ¿Con qué propósito? El ser presumido, pero los vecinos debían ser idiotas para darse cuenta que un manager de un jugador de fútbol no tan reconocido tenía esos lujos que tal vez podría llegar a los de las grandes ligas.
El clima cada vez le parecía más extraño, hacía calor ese día y el sol le hacía entrecerrar los ojos a pesar de llevar lentes de sol puestos. Aún no llegaban a mitad del día y el ambiente se sentía pesado, pero no tanto como su conciencia, eso ya no.
Habían dos grandes hombres musculosos que cuidaban la entrada, estos por supuesto que impidieron el paso y pronto estaban pidiendo refuerzos por el intercomunicador que llevaban, pero no pudieron hacer más, los hombres de ella los tomaron por la fuerza a la vez que terminaron por dispararles pero no con intenciones de matarlos sino reducirlos y que no interfirieran. La castaña mientras tanto estaba rodeada por un gran número de hombres que daba por seguro que Matteo fue quien exigió esa seguridad para ella. Se abrió paso por la sala al entrar, buscaba con la mirada indicios de que estuviera ahí pero al parecer no había ni un alma.
—Busquen al sujeto por toda la casa, revisen hasta detrás de muebles por si encuentran algo —su serenidad con el asunto los tenía al resto más confiados, de pasar a escuchar que era débil a como se mostraba, pensaban que sólo eran rumores de por ahí.
Su jefe de seguridad se quedó a su lado en todo momento, la había obligado a colocarse un chaleco antibalas por si todo se descontrolaba, aunque de igual manera él iba a protegerla con su cuerpo.
—No hay rastros de que esté, signorina —uno de ellos aparece negando, el resto confirmaba que en ninguna parte estaba.
—Esa lacra se nos escapó —susurra pensativa pero luego recordó que los autos estaban afuera y eso fue una pista que no interpretó al principio—. El garaje.
Giraron al escuchar un motor.
—¡Que no escape!
Un grupo que se encontraba entre los alrededores fueron informados, actuaron rápido y bloquearon el camino con las camionetas en las que habían llegado.
—Buen trabajo —soltó un suspiro de alivio al ver por uno de los ventanales que pudieron atraparlo—. Atenlo a una silla aquí.
—Sí, signorina —asintieron y se alejaron a sus compañeros de afuera que lidiaban con un loco prácticamente.
—No bajes la guardia —le susurró Matteo aún estando cerca de ella—, que no te afecte lo que diga, porque no es verdad.
Levantó la mirada a él asintiendo, habían cosas pendientes de ella que aún debía aprender y solo él podía guiarla.
El ajetreo los hizo ver hacia adelante donde el hombre forcejeaba para poder escapar.
—¡¿QUIÉNES MALDITAMENTE SON?!
—Sabes quienes somos, no nos tomes de idiotas —ella lo observó con aburrimiento.
—¿Y tú, niña? ¿Quién eres?
—¿Que quién soy? —esperó a que lo sentaran para acercarse, él se removía como si bichos le invadieran el cuerpo—. Tu conciencia que quiere que pagues lo que has robado y no te pertenece.
—Yo no los conozco —el pánico en sus ojos marrones era tan visible que parecía dejar traslucir el terror en su alma.
—¿Ah no? —llevó un dedo a su mentón levantando este, pero ella no se inclinó en ningún momento, mostraba superioridad—. ¿Qué sucedería si buscamos tus cosas?
—¡No toquen nada! —un escalofrío le recorrió al moreno representante de fútbol cuando los ojos olivos de la chica parecían darle una advertencia de muerte.
—Traigan todo, busquen registros y cuentas bancarias, todo de valor es nuestro ahora —se dirigió al resto sin verlos, quería comprobar hasta donde podía llegar la presión.
Es lo que siempre disfrutó, la presión que ejercía en los demás.
—Tú nos debes mucho dinero —lo soltó para comenzar a caminar por su alrededor pasando un dedo por el largo de su brazo y el ancho de sus hombros—. Apuestas, apuestas y más apuestas, pero, nuestro pago nunca llegó.
—Lo invertí todo —había comenzado a sudar, sabía de lo que eran capaces.
—¿Desviar los fondos a otros negocios, le llamas inversión? —observó rápidamente a Matteo dándole la señal que comenzara con la tortura pensada—. Dinos con quiénes hacían tratos.
—Con... con nadie más... —su respiración había aumentado, sentía que podía asfixiarse—, lo juro... ¡AHH!
El desgarrador grito del hombre la hizo dar un pequeño salto, su jefe de seguridad le había quebrados dos dedos a la vez.
—Dinos —insistió automáticamente.
—¡De verdad! —otro grito desgarrador y más huesos rompiéndose resonaron por la sala.
—Habla, no tenemos todo el día —sujetó con fuerza su rostro, trataba que la viera a los ojos.
—¡Los ingleses! —un grito más resonó antes que su jefe se la quedara viendo.
—Ese malnacido —susurra con desprecio, ella no sabía de quien hablaba ya que no del todo enterada, y ahora estaba descubriendo un nuevo lugar donde está ya invadido como Colón lo hizo en América.
—Háganlo dormir, limpien todo y váyanse —ordenó el mayor señalando al resto que acataron la orden en el momento.
—¿Ya puedes contarme? —preguntó cuando iban a la camioneta, él dió una mirada al chofer para que los esperara y así el resto los dejaran solos.
—Hay un grupo de mafiosos en Inglaterra, uno del que muchos aborrecen y tu padre no estaba excluido —suelta un suspiro viéndola fijamente—. Tu padre dejó un petitorio antes de morir, del cuál los tres hermanos deben cumplir.
—¿Un petitorio? —lo mira extrañada, eso ella no lo sabía, había encontrado muchos testamentos de todo lo que le correspondía cada hermano, pero no lo que se refería.
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Editado: 05.11.2024