Sin darse cuenta el año había corrido y estaban a punto de iniciar uno nuevo, a pesar de todo Rossetta mantenía la llama viva de las fiestas para sus hermanos que siempre mostraban entusiasmo esas fechas. Era feliz con verlos a ambos, lo duro que debieron pasar los tres con la ausencia de sus padres, fue un largo proceso de convivencia y paciencia que debían aprender.
Observó el gran árbol navideño decorado con luces y adornos plateados que tenía a su lado, soñaba que en algún futuro lo pudiera compartir con su alguien especial como Matteo le había dicho, él le hizo creer en el amor.
Recordó la pequeña historia sobre su amor perdido, él tuvo a alguien alguna vez pero desapareció como por arte de magia, la ha buscado hasta al cansancio pero jamás se supo de ella. Sólo tiene el recuerdo de alguna vez haberse enamorado y haber entregado el corazón a la persona correcta, por eso la entusiasma que en algún momento de su vida llegará y cuando pase que no lo deje ir.
Estaba segura que no sentía nada por Ricciardo Lombardi, era atracción física nada más, aprendió a verlo como un amigo con beneficios y no como el mafioso con que se acostaba de vez en cuando. Las esperanzas de ellos murieron el día que el padre de él los vió hablar en una gala, él reiteró que no podía suceder nada ya que él sería obligado a contraer nupcias y lamentablemente terminó siendo real. Días atrás se vieron por última vez, una despedida algo dolorosa pero debían de terminar, acostumbrarse no era bueno si sabía que esa persona se iría.
Su mirada fue a parar a las luces brillantes que se veían a lo lejos, fuegos artificiales iluminaban el cielo nocturno.
—¡Feliz año nuevo, Ross! —sintió los pequeños brazos de su hermano menor rodearla.
—Feliz año, Rossetta —su otro hermano también la abrazó, estaban helados, lo más probable es que venían de afuera.
—Feliz año, hermanos —correspondió el abrazo de ellos con una gran sonrisa.
La noche era perfecta.
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—No te hace bien esto, ya déjalo.
—Solo quiero saber quién es —dijo con desinterés pero ni ella misma se lo creía.
—Rossetta —negó cuando no le hizo caso nuevamente, le entregó unas hojas que su jefe le había mandado para ella—. Carla Broggi.
Frunció el ceño al escuchar el nombre de la prometida de Lombardi. Su padre decía que no eran muy rentables y se perdía el tiempo con ellos, habían mejores que podían traer muchas ganancias. También sabía que el señor Broggi solo tenía una heredera y era esa chica que por supuesto tenía la misma edad del otro italiano, otro detalle que sumar en su lista de inseguridades.
—Buen trabajo, déjame todo y yo lo revisaré mejor —extendió la mano para recibir los documentos y dejarlos en su escritorio.
—Por si te sirve, están en quiebra, solo usarán a los Lombardi para recuperar lo que perdieron —arqueó las cejas sorprendida al escuchar ese detalle—. Me retiro.
Marcello hizo una inclinación de cabeza antes de retirarse.
Ella por su parte buscó el motivo de la quiebra y era simplemente por apuestas que no sólo el padre de ella hacía sino el resto por igual, las deudas lo pagaba con Carla y saldaría todo si se la entregaban a ellos.
—Que miserable —susurró al leer eso.
Había una foto de la chica, era alta de cuerpo esbelto, castaña, su piel era un tono más trigueño y sus ojos...
—Oh por todos cielos —se tapó la boca soltando la foto.
Si no fuese por el tono de la piel, era casi como verse al espejo. Ariel Lombardi era un hombre muy perverso, todo lo que a su hijo le gustaba se lo prohibía pero le deba a cambio algo parecido para que no quedara disconforme. Eso hizo con ella.
Con más razón debía alejarse de él y sólo hablar lo justo y necesario porque a su pesar eran socios, debía perdurar eso le gustara o no.
En el transcurso de los meses llegó el día que todos esperaban, fue invitada pero mandó a su hermano del medio alegando que ella estaba en un viaje y mentira no era, pero decidió retrasar el vuelo para ir un momento. A escondidas del jardín decorado con muchas rosas blancas que a ella le desagradaba porque tenía su teoría de que traían mala suerte; se encontraba a lo lejos, oculta se mantenía y por suerte no había nadie en la parte de atrás como para preocuparse que alguien la viera, muchos de los invitados que podía observar eran de los más cercanos, eran los que más rango tenían.
—Rossetta, dije que no es bueno... —escuchó un susurro detrás de ella.
—Será un momento, Matteo —susurró también, a través de sus lentes oscuros veía cada cosa.
—¿Cómo puedes no odiarlo?
Buena pregunta.
—Simplemente no puedo —se encogió de hombros—, cuando quieres a alguien no puedes odiar.
—No es lo mismo.
—Tu me enseñaste, ¿no lo recuerdas? —giró un poco su cabeza para verlo que apretaba los labios, sabía que se arrepentía de sus palabras pero ella lo entendía.
—Ahora sí, vámonos —ambos vieron al frente cuando los murmullos comenzaron a bajar.
Ellos se escondieron un poco más al lado de un gran arbusto que también contenía rosas como parte de la decoración. Ella lo vió y solo suspiró, había aceptado que no estaban hechos el uno para el otro. Él se lo veía desanimado, parecía en shock, perdido, debajo de ese traje gris hecho a medida estaba desecho.
Deseaba que la viera una vez más pero no pasó sino lo contrario, otra mirada la taladraba y era el padre. Se tensó creyendo que haría algo pero no, el hombre en silla de ruedas solo la veía con desprecio, ese hombre aún tenía su prejuicio contra ella ya que era la primera mujer en dirigir una mafia italiana pero le había dado una oportunidad para ver como los lobos la devoraban así ella se daría cuenta y dejaría su lugar al hermano del medio, o el mejor de los casos, quedarse con todo. Pero ella ya no se dejaba intimidar.
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Editado: 05.11.2024