Después de ese día, los cumpleaños de los tres hermanos Vitale comenzaron a festejarse, solo entre ellos. Hacían una que otra actividad o iban de paseo.
Pero solo duró unos pocos años.
Al siguiente año ya era una novedad que los Lombardi iban a tener un heredero, para después de eso hacer una gala con el traspaso de mando. Era a su parecer un poco exagerado montar todo un espectáculo, pero no era quien para contradecir u opinar. Cada familia tenía su costumbre.
Todo iba bien hasta que pasó lo inesperado.
—Suelta ya, Matteo —el hombre que usualmente estaba serio, ahora había cambiado y parecía preocupado.
Hizo una mueca y asintió, le gustara o no, debía contarle.
—La signora Lombardi está muerta —casi su vaso de agua se le cayó de las manos al escuchar eso.
—¿Qué?
—Nos lo acaban de confirmar, alguien entró atacarlos hace unas horas —la veía con pesar, también atento a las reacciones de ella ya que no era tonto para no saber que tuvo algo con él señor Lombardi y que le afectó mucho.
—No puede ser —susurró casi sin aliento.
No la quería, estúpidamente no la quería, no obstante, no le deseaba la muerte.
—Rossetta —la voz de Raffaello los interrumpió, automáticamente su mirada cayó en el jefe de seguridad de su hermana quien soltó un suspiro.
—Me retiro —no le dió tiempo de réplica a la chica, no quería más peleas con él.
—Debía hablar contigo —continuó una vez estaban solos.
Ella no contestó, lo analizaba en silencio. Hombros ligeramente tensos, perfectamente peinado, ropa nueva, manos quietas. Podía significar una cosa.
—¿Dónde estabas? —preguntó de repente, la mirada de él no cambiaba, no parecía culpable.
—Di una vuelta —dijo intentando descifrar la mirada de su hermana.
—¿Fuiste tú? —preguntó frunciendo el ceño.
—¿De qué?
—Ha muerto la mujer de Lombardi —esperó una reacción, algo que lo delatara pero casi se dió por vencida si no fuera porque tragó saliva—. ¡Raffaello estás loco!
—Deberías agradecerme, así puedes meterte en sus pantalones más seguido.
Silencio.
Los sonidos de su corazón zumbaban en sus oídos.
Su hermano lo sabía.
—¿Y si...?
—Rossetta deja de temer tanto —el puso los ojos en blanco cruzandose de brazos—, no eres más que una cobarde que no...
El sonido seco que hizo su mano contra su mejilla dejó todo el ambiente tenso. Raffaello sorprendido y desconcertado. Rossetta llena de rabia.
—Soy la que manda aquí —susurró casi sin voz—, ¡soy la que está a cargo de esto!
No hubo respuesta de él, solo que la miró amenazante.
Todo lo bueno que habían construido, terminó en ese momento.
—¿Qué quieres que haga?
—¡NADA! —explotó empujandolo—. ¡Sí tú quieres morir entonces hazlo! Pero no metas a Vincenzo y a mí en esto. ¡Eres un idiota!
—Ross...
—¡Cállate y vete a tu habitación! Puedo y quiero hacerlo, vete que estás castigado o yo misma te entrego, Raffaello Vitale.
—No le darías la espalda a tu familia, ¿o sí? —por un fragmento de segundos su mirada fue vulnerable.
—Si está en mis manos proteger a los que verdaderamente no traicionarían a nuestra familia, no lo dudaré, pero el que ponga en riesgo a nuestra familia —se acercó viéndolo molesta a los ojos y recalcar cada palabra que diría—, va a recibir su merecido.
◆◇◆◇◆◇◆◇◆
Respiró profundo antes de salir del auto, Matteo estaba alerta ya que muchos escoltas estaban esperándolos. Sin dudar caminó detrás de ellos que la guiaron hasta la segunda planta de la mansión, no podía observar mucho a su alrededor por culpa de los escoltas de Lombardi que le impedían dar otro paso que no sea el que ellos marcaban, en el fondo tenía miedo que supiera la verdad, y sí, le preocupaba porque al ser la máxima autoridad podía hacer lo que quisiera con ella y sus hermanos.
—Puede pasar —dijo uno con mirada tranquila, los ojos celestes de este eran muy brillantes a pesar de su lugar y lo que hacía.
Tocó la puerta para abrirla asomando la cabeza.
—¿Ciao...?
—Shh —cerró la boca de inmediato, entró más para ver de espaldas a Ricciardo Lombardi—. No hagas mucho ruido.
Obedeció sin entender lo que sucedía, cerró la puerta con cuidado y caminó hasta él pero se detuvo en seco cuando giró con una bebé en brazos. Su hija.
¿Su hija estaba viva? ¿Cómo?
—Ella es Safira —murmuró meciendo el pequeño cuerpo que tenía en sus brazos, parecía un muñeco por cómo se veía.
—¿Puedo verla mejor? —cuando asintió, recién siguió caminando hasta estar cerca. La bebé tenía unos rasgos finos y delicados, el parecido era más con su difunta madre aunque podía notar uno que otro pequeño parecido con su padre—. Es preciosa.
No mentía, la bebé era perfecta.
—Lo es —una sonrisa de cariño que jamás vió en él, la tuvo inquieta, parecía estar delirando—. Mi bambina es única.
—Por supuesto que lo es.
Siguió con la mirada al hombre que tenía en frente, este giró para dejarla en su cuna y arroparla con tanto cariño que hasta dolía.
"¿Mi padre habrá sido así conmigo alguna vez?"
—Lamento lo de tu esposa —lo decía con sinceridad, no sabía si él la amaba pero para que hasta hayan llegado a tener una hija juntos, suponía que sí.
—No lo pude evitar —cerró los ojos con expresión atormentada, se culpaba de no haber llegado a tiempo.
—Pero salvaste a tu hija.
Giró para verla, en esos ojos verdosos había compasión, lo que no había era ese brillo que ella tenía cuando lo veía siempre. Rossetta Vitale ya no lo quería.
—Sí —volvió a la bebé que dormía profundamente sin importarle los susurros de los mayores—. Me tocará criarla solo.
—Serás un buen padre o por lo menos uno mejor que el tuyo.
En eso ambos coincidían. Cuando hablaban siempre comentaban de cómo se verían cómo padres en un futuro, di bien Ricciardo fue el primero en serlo, estaban de a cuerdo que no repetirían los mismos errores que sus progenitores.
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Editado: 06.12.2024