Lo siguiente que hizo y no dudó fue en ir al hospital donde se encontraban la mayoría de los heridos de aquella gala y donde también estaba Ricciardo siendo atendido. El lugar estaba repleto de los hombres de Lombardi, era obvio que no la dejarían pasar. Por una de las entradas al hospital, se hizo pasar de enfermera colocándose el uniforme de ellas que logró conseguir entre los lockers donde guardaban sus pertenecias, se puso unos guantes de látex blancos, un barbijo que tapaba la mitad de su rostro y por último se tomó el cabello para que no la identificaran fácilmente. Tomó una planilla antes de salir bajo las atentas miradas de muchos hombres, se encaminó al pasillo principal donde estaba una de las secretarias disponible.
—Ciao —trató de parecer lo más amable posible—. ¿Podrías recordarme dónde se encuentra Ricciardo Lombardi?
La mujer de mediana edad se encontraba sorprendida y algo asustadiza.
—Baja la voz —dijo en un murmuro indicándole con la mirada a los hombres que deambulaban cerca—. Aún en terapia intensiva, ha perdido mucha sangre y se está pidiendo más donadores.
El aliento quedó atascado en su garganta con sólo escuchar eso. ¿Tan mal estaba? Al parecer esa gala fue terrible.
—Sí.. no me habían informado eso último —se vió obligada a reaccionar y responder, la mujer le dedicó una mirada curiosa como si empezara a dudar que ella no es una enfermera más—. Iré a revisar otros pacientes, me avisas por si acaso.
—Por supuesto —asintió volviendo a bajar la mirada ante planillas que tenía en manos.
En silencio pasó de nuevo entre los hombres manteniendo su papel. Los carteles le indicaban donde ir y así llegó al segundo piso, para su suerte nadie la detuvo y al pasar esas puertas se encontró con ella. No sabía si debía hablarle pero si quería saber sobre Ricciardo Lombardi, no había más opción.
—¿Cómo está Ricciardo? —se quitó el barbijo y desató su cabello ondulado sintiéndose más cómoda.
—¿Qué haces aquí? —hizo una mueca de desagrado observando a la castaña con desdén, cosa que no le afectó en nada a Rossetta porque estaba acostumbrada a esas miradas.
—Él es mí amigo y socio, me importa su estado —avanzó con la intención de ir averiguar más pero una mano apretó su brazo con fuerza.
—Tú no irás a ninguna parte —la voz amenazante de la pelinegra la dejó levemente aturdida, el ambiente pronto se había convertido en uno tenso que dificultaba la respiración.
—¿Che?
—Lo que escuchaste —se había acercado para verla fijamente con fiereza, sus ojos celestes parecían a punto de estallar de furia—. Ricciardo es mí marido y tú no tienes ningún derecho de acercarte a un hombre casado.
—Estás mezclando las cosas, cara —tiró de su brazo pero no sirvió de nada, las uñas de ella se estaban clavando en su blanquecina piel—, suéltame.
—Vete —inclinó la cabeza hacia un costado en una expresión macabra sin dejar de verla a los ojos.
El corazón de Rossetta latía rápido ante la aprensión que esa mujer le generaba. No estaba en sus planes que pasara eso, solo quería saber de su amigo.
—Me sueltas —esta vez forcejeó tratando de safarse.
Esa mujer estaba loca.
—No te quiero cerca de mí marido nuevamente, ni tampoco los engendros de tus hermanos, tienen prohibido —eso la enfureció pero ella fue más rápida y dobló su brazo adormeciendo este para soltarla.
—¡Maldita! —la observó con resentimiento, quería atacarla pero se contuvo cuando una idea pasó por su mente—. Se van arrepentir.
—Demuéstralo —le sonrió con suficiencia soltándola—, eres sólo una niña.
Desvió la mirada a las puertas dando una mirada de solsayo para asentir lentamente.
¿Per che, Ricciardo?
No se detuvo, salió de la sala de espera para buscar rápidamente a sus hombres, el brazo le dolía cada vez más y eso la estaba asustando porque no podía en ese momento estar mal. Esperaba que no le haya hecho tanto daño porque necesitaba todo de sí para poner en marcha su plan cuanto antes posible.
◆◇◆◇◆◇◆◇◆
Como era de sabido, terminó regañada por su jefe de seguridad y por su hermano aunque este último se lo veía más divertido. No pudo callarse y dejarlo pasar, por supuesto que no, la habían herido, le habían dado la espalda cuando ella tendió la mano para ayudar y eso no lo podía ignorar.
En cuanto a su brazo, sí dolía, mucho. Para su suerte no era grave y con alguna crema que aliviara el dolor y unos ejercicios que debía cumplir, estaría como nueva.
—¿Cuándo se supone que llevarás a cabo ese plan que tu mente está maquinando? —se acercó interesado con una sonrisa ladina—, ya era hora que hicieras algo divertido.
—Que te escapes cuando voy por mis negocios, no es mi culpa que te pierdas de la diversión —a penas dejó ver una sonrisa que terminó en una mueca de dolor al mover bruscamente su brazo queriendo alcanzar una caja que tenía guardada en lo alto de su guardarropas.
—Tengo cosas más importantes que hacer —hizo un ademán con la mano restándole importancia.
—Entonces no digas que no hago algo divertido —lo mira señalando con el mentón la caja negra para que la ayudara a bajarla.
—Vuelves en una pieza, estás rodeada de hombres, es obvio que lo hacen por ti —él se acerca y lo alcanza fácilmente pero no se lo da sino la abre para ver—. Ahora soy curioso.
—Raffa, definitivamente no conoces a tu hermana mayor —puso los ojos en blanco esperando a que dejara de ver las tarjetas de presentación con los socios más importantes que su padre había logrado conseguir—. Necesito hacer llamadas, dame.
—Nombres interesantes —levantó una leyendo en silencio y así lo hizo con la siguiente—, títeres interesantes.
Recibió la caja sin dejar ver la macabra sonrisa de su hermano, estaba emocionado por lo próximo que vendría.
Las siguientes dos horas se dedicó a contactar a los socios de su padre, muchos se los escuchaban inquietos tras lo sucedido y en cómo los Vitale quedaban parados frente a todo ese desastre ocurrido. Pero de lo que Rossetta estaba segura es que pondría a muchos arrodillarse en sus pies. Una nueva era iba a nacer...
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Editado: 06.12.2024