No debería haberle afectado pero el recuerdo de cuando era niña y haber pasado situaciones similares, le hizo doler el corazón. No entendía el por qué hizo eso, Ricciardo mató a su esposa... ¿era capaz de cometer tal atrocidad con ella también? Mostró su verdadero lado, era un monstruo como lo fueron sus padres, como lo fue Ariel Lombardi, y ella lo mantendría alejado, no volvería a tener contacto directo.
Escuchó el llanto y el grito del niño pidiendo por su madre, dos de sus socios lo tomaron en brazos y salieron con él.
—¿Entiendes lo puto enfermo que eres? —le preguntó con un hilo de voz, viéndolo asqueada—. Acabas de traumar a un niño de por vida.
—¿Y eso...?
—¡Sí importa! —no midió sus acciones, solo lo abofeteó lo más fuerte que pudo, rompiendo su labio y haciendo un tajo en su mejilla ya que llevaba anillos qué podía provocar eso.
El lugar quedó en un silencio abrumador, el resto les daba espacio sólo a los protagonistas del problema.
Ella esperaba alguna reacción de él pero lo único que obtuvo fue una mirada preocupada y un rostro pálido. Esperaba a que se haya dado cuenta de su accionar pero no supo tampoco que el motivo de su estado era por otra cosa.
Jamás creyó ver a Ricciardo Lombardi tan vulnerable, lo había perdido todo. Su familia, su poder... y a ella.
Ese día fue el último el cual ambos compartieron un mismo lugar, porque ella se juró no volver ahí ni tampoco ver su rostro a pesar que en su memoria quedarían recuerdos de un casi algo.
◆◇◆◇◆◇◆◇◆
Al siguiente día transcurrió todo en silencio, nadie les había llamado, nadie les había dicho algo, solo sus socios estaban más que felices porque darían un gran salto en sus carreras.
Por un momento temió a que fueran atacarla pero después de la gala de la que no fueron invitados, todos aún estaban conmocionados por los franceses algo que también la tenía ansiosa porque no estaba segura si ahora que ella tenía el máximo rango podían tacharla como enemigo.
Todo era probable.
—Ross —dió un pequeño brinco en su asiento al escuchar que alguien la llamaba, era Matteo—, el signore Zanetti quiere hablar contigo.
—Sí, déjalo pasar —se acomodó en su asiento a la vez que cerró una carpeta, esperó y lo vió entrar con su porte elegante y juvenil—. ¿A qué debo su presencia?
—Para agradecerle —extrajo del bolsillo interior de su saco una caja de terciopelo roja, la dejó sobre el escritorio y se la entregó—, es mi ofrenda, sabe que estaré de su lado como mi padre lo hizo con el suyo.
Curiosa abrió la caja encontrándose con joyas que hasta algunas no había visto en su vida.
—Es demasiado, no puedo aceptarlo —negó clavando la mirada en los ojos celestes de él.
—Sí debe, como dije es un agradecimiento y estas joyas son exclusivas porque las diseñé yo —sonrió con arrogancia pero orgulloso.
Eso la hizo recordar que los Zanetti siempre pagaban con joyas, eran dueños de minas escondidas por gran parte del mundo, no era reconocido mundialmente como marcas que ya eran renombradas en las calles, pero él sí era renombrado en las sombras lo cuál lo hacía codiciado y peligroso.
Observó con cuidado cada pulsera, anillo y hasta un collar. Tenían esmeraldas, rubíes, diamantes y podía decir que habían algunos que tampoco conocía. Ahora entendía por qué era exclusivo.
—Grazie —le sonrió amablemente, asintió pensativa cuando una idea cruzó por su mente, así como le ayudó iba a devolverle el favor—, de ahora en adelante serás mi diseñador personal y el de mi familia.
—Sería un honor, signorina —sus ojos brillaron de alegría—, usted es la primera que aprecia mis diseños.
—¿Suyos? Pero si...
—No —negó lentamente—, mi padre tenía a sus diseñadores y nunca me tuvo en cuenta, ahora que estoy yo puedo libremente hacer lo que siempre quise y usted será la primera en exhibirlos.
No podía negar que estaba más que sorprendida, también admirada. Volvió la mirada a las joyas y podía notar que cada una tenía un diseño particular como la pulsera en forma de laureles, era plateada con esmeraldas en sus hojas, no era gruesa ni tampoco muy fina, tenía su punto en que hacía confiar que podía durar por mucho tiempo.
—En ese caso, tendrás mi primer pedido —le sonrió de lado.
Si ella estaba comenzando un nuevo legado para los Vitale, empezaría desde ese mismo día.
—Usted dirá —sacó una pluma y una pequeña libreta de su saco listo para anotar.
Ella le indicó lo que deseaba y él procuró cumplir con sus expectativas.
Los días siguieron pasando y de apoco el resto iba dándose cuenta lo que los Vitale habían provocado y que terminaron ganando. También se dieron cuenta de la falta de confianza por parte de los Lombardi, muchos se sintieron traicionados y eso a Rossetta le encantó ya que en parte era su propósito. Así como ellos la hicieron a un lado ahora les tocaba.
Ojo por ojo.
Hubieron muchos que intentaron aprovecharse de su posición y por supuesto que los ignoró o en otros casos les cedió cierto lugar pero en un rango más bajo. Dejó en claro que hay que ganarse los lugares y quién lo hiciera estaría casi en la cima como lo están ahora sus socios. Todos ellos habían salido ganando abriéndoles oportunidad a todo el mundo, era hora de expandirse aún más en países que sabían no eran conocidos o nunca les dieron el tiempo de saber quienes eran realmente.
Pero lo que Rossetta estaba segura es que era mucho poder lo que estaba en juego y manejarlo no sería tan fácil.
—¡Ross! —ella se arrodilló y esperó mientras lo veía correr a su encuentro, abrió los brazos recibiéndolo—, sí volviste.
—Siempre volveré a ti mi bello piccolo —lo abrazó fuerte para después llenar de besos su rostro escuchando las risas de su hermanito.
—¿Iré a casa contigo? —sus ojos castaños brillaban de felicidad y su sonrisa fue ancha cuando ella asintió—. ¿Jugarás conmigo?
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Editado: 05.11.2024