Destinos Cruzados

Capítulo 12

El caos se desató después de esa noche, todos preocupados por lo que sucederán con sus negocios, algunos a favor y otros en contra, unos enojados por la poca seguridad y el resto reforzando lo suyo. El rumor de la división de poderes de los Vitale se había esparcido como hojas esparcidas por el viento, nadie sabía cuál sería el siguiente paso y hasta los principales socios y manos derecha de Rossetta estaban desconcertados y enojados por haberle advertido antes sobre Raffaello con su comportamiento aplastador y altanero. Las consecuencias habían llegado y lo hecho dejó heridas profundas en todos los aspectos.

La primer mujer en ser jefa de una mafia y ser quien llevara la Cosa Nostra, preocupaba su equilibrio y en cómo manejaría el caos producido. Les gustara o no admitirlo Raffaello consiguió lo que quería, pero lo extraño es que así como hizo ese daño también desapareció de la nada. Todos ahora se miraban con desconfianza tratando de descubrir quién más era el traidor porque solo no pudo hacer ese plan.

¿Pero dónde estaba? ¿Cuál era su próximo movimiento? ¿Realmente habría otra guerra?

—¡Ross! —correspondió el abrazo de su hermano cuando este se acercó corriendo.

—Vin —lo separó para besar sus mejillas.

—¿Te sientes mejor? Es bueno volver a verte aquí, prometo no haberme sentado en tu lugar, no podría —sus ojos castaños tenían de nuevo un brillo de emoción que hacía días habían desaparecido.

—Por supuesto, no fue nada grave —mintió con tranquilidad, tenía una extraña molestia en su garganta pero lo dejó pasar creyendo que con el tiempo mejoraría—. ¿Por qué? El día que no esté al mando te tocará a ti.

—No lo haré, esto es tuyo —dijo volviendo a sofá individual frente al escritorio.

—Es nuestro, de los dos —ella caminó a su asiento tras el escritorio, había uno que otro papel pero todo más ordenado.

—Rossetta —la miró con disgusto.

—Vincenzo —fijó la mirada oliva en sus ojos, demostrándole que hablaba enserio—. Empezarás a practicar, no me importan tus berrinches, ya no eres un niño.

—¿De verdad me dejarás? ¿Con ese monstruo no fue suficiente?

—¿Eres capaz de traicionar a tu sangre? Dime —arqueó una ceja de manera burlesca.

—Jamás —afirmó seguro, su boca se torció con asco—, no me compares con ese.

—No lo haré, no eres como él —se inclinó apoyando las manos en la superficie de madera—, eres mejor, Vincenzo Vitale.

Hubo un extraño brillo en los ojos de él, anhelo e incertidumbre se mezclaban y Rossetta por primera vez no pudo acertar lo que su hermano menor estaba pensando al respecto, pero al parecer había aceptado su destino también. La mente de un adolescente era compleja, pero él sí era más inteligente y aunque sus impulsos a veces ganaban, sabía cómo enfrentar las cosas con la cabeza fría.

Las siguientes semanas se había propuesto buscar respuestas y dar respuestas a quienes también respondían por ella, los culpables aún no aparecían, presentía que estaban cerca pero no podía afirmar nada aún.
En sus momentos libres se dedicaba a pasar tiempo con su hermano —cuando estaba, ya que a veces viajaba por algunos negocios— y a escribir en su diario algunos sucesos o sólo desahogarse.

Un sonido la hizo saltar de su lugar y cerrar su diario de golpe a medio escribir.

—Son los malditos franceses e ingleses —escupió con asco.

—¿Qué? —lo miró extrañada hasta que bajó la mirada a las dos carpetas que tenía en frente suyo.

—Ellos ayudaron a Raffaello, ahora están de su lado —abrió una de las carpetas indicándole en una hoja—, varios de nuestros hombres están muertos y otros se rindieron los cobardes.

Observó las imágenes que habían, sus investigadores de verdad habían trabajado excelente ya que tenía las respuestas que necesitaba.

—Quiero sus cabezas destrozadas, quiero de pruebas sus brazos y si descubro que son de otras personas juro que todos pagarán por igual —golpeó la mesa haciendo que todo vibrara—, ¿entendido, Matteo?

—Sí mi señora —inclinó la cabeza obediente a la vez que dejaba ver un poco su venda en la parte detrás donde aún estaba cubierta por la gran herida que le habían provocado, era un milagro que su jefe de seguridad siguiera vivo.

—Manda a todos que los acorralen para que no escapen de Venecia, un paso en nuestras tierras y tienen la obligación de eliminar a todo ser asqueroso y traicionero que quiera pasar los límites.

—Ahora mismo los enviaré —se alejó hacia la salida pero fue detenido cuando lo llamó.

—Controlen esa plaga —lo observó que se daba vuelta para verla—. También necesito que me traigas más información porque ya es hora de eliminar a esos.

—Lo haré, con su permiso.

Al salir, ella volvió a observar las imágenes y más la de los ingleses. Lacroix, Arthur Lacroix que estaba acompañado de sus hijos gemelos Evan y Thomas. Sabía de lo que era capaz esa familia como también podían contaminar.

—Les llegó su hora —dijo viéndolos—; voy a cumplir tu petición papá.

◆◇◆◇◆◇◆◇◆

Vincenzo había asegurado el estar listo, quería cumplir con lo que su padre había pedido antes de morir y a Rossetta no le quedaba más de otra que ir a Londres donde se escondían a la vista de todos. Le repitió más de cinco veces lo que harían y cómo se manejarían, muchos estaban a favor de sus negocios y hasta los grandes rangos de la monarquía también. Todos sabían todo.

Eran conscientes que en cada esquina eran vigilados por los hombres de Lacroix, pero eso no le importó a Rossetta, se paseó libremente para desconcertarlos porque, ¿quién pensaría que haría algo una jefa de la mafia que pasea libremente por las calles de la vieja Inglaterra? Estaba funcionando, nadie se le acercaba, nadie decía nada. Nadie sospechaba de nada.

—¿Has podido ver algo? —le preguntó a su hermano al llegar a la terraza de un edificio.

—Hubo movimientos de ellos, salieron pero los perdieron de vista —baja los binoculares soltando un suspiro—, habrá que seguir mañana, está por anochecer.




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