—Estás muy pensativo.
Tenía otra de sus tantas reuniones en la mansión pero como siempre escapaba un momento cuando se sentía ahogada de tanto, por suerte Vincenzo y Ruggero se encargaban de ayudarla un poco o iba a estallar con las miles de quejas y las diferentes maneras de persuadirla para que el resto consiguiera lo que quisiera.
—¿No deberías estar allá? —su cabello perfectamente peinado ahora se desordenaba con el viento.
—Puedo hacer lo que quiera, soy la jefa —se encogió de hombros despreocupada.
Esperó la respuesta de él, lo veía dubitativo, no eran tan cercanos pero no llevaban ese vínculo tan formal y distante como para el resto. Es verdad que no debía meterse en sus asuntos porque no son suyos ni de su incumbencia, lo que le hizo preguntar por su estado es gracias a lo que mostraba porque Carlo Zanetti no demostraba debilidad, jamás. Esta nueva imagen tenía desconcertada a Rossetta.
—Las vueltas de la vida supongo me llevaron a este conflicto —un suspiro de su parte hubo, haciendo que lo viera—. Los Kuznetsov otra vez jodiendome la existencia.
Ya entendía, los rusos con más poder de joyas en todo Rusia y hasta se podría decir del mundo, ellos siempre buscaban la manera de adueñarse del que quería tener algún negocio con las piedras preciosas, si eran en blanco les gustaba la idea de refugiarse como caras bonitas, si era en negro mayor el interés. Zanetti tenía las dos cosas juntas lo que significaba una gran competencia para el ruso. No era secreto que varias veces intentó robar sus minas. Un teléfono descompuesto mejor dicho, unos decían que habían atacado a las minas secretas que tiene en Italia, otros informaban que eran de África y así sucesivamente lo que provocaba enfrentamientos por quien mentía más, la única verdad es que todos coincidían la fecha exacta en que fue atacado, pero no la ubicación.
—Tienes nuestro apoyo, si quieres puedo reunirme con ellos —ofreció transmitiendo tranquilidad, le debía por haberla ayudado cuando lo necesitó.
—Puedo yo, grazie —su terquedad era lo primero que relucia—. Algo más pasó.
—¿Qué fue si se puede saber?
—Yo... —otro suspiro de pesar se escuchó—, pedí la mano de la hija de Kuznetsov.
Lo miró atónita, no podía creer lo que escuchaba. Eso no era común de ver, sólo se negociaba, vendía o apostaban los hijos de los jefes para mantener su prestigio y demostrar lo capaces que son.
—Carlo, ¿te estás escuchando?
—Sí, Rossetta —por primera vez decía su nombre y no le molestó, él sabía ubicarse—. No soy como todos ustedes.
—¿Entonces?
—Que supongo lo mismo que tú —puso los ojos en blanco al notar la mirada extrañada de ella—, anduve con su hija a espaldas.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—Que tu situación es parecida porque andas con el hijo de Lacroix.
—¿Cómo? —fue inevitable ocultar su sentir, su piel se volvió fría y blanca, el corazón martillaba sus tímpanos—. ¿Quién...?
—Nadie —aclaró rápidamente—, yo los vi en la sala.
Cerró los ojos llevándose una mano a la frente, sabía de cuando fue. Un mes atrás estaba tonteando con Thomas, recién había llegado y sus manos ágiles no le dieron chance a frenarlo. A la vez sintió vergüenza porque alguien los había visto y ni siquiera dejaba que su hermano los viera ya que eran momentos íntimos.
—A todos nos pasa, está olvidado eso —al ver como la chica se mortificaba suavizó la situación—. A lo que iba...
—Procura que nadie los haya visto a ustedes —siguió la mano a su cabello rizado haciéndolo a un lado—, y que ese ruso no te mate.
—¿Pero crees que haya alguna chance?
—De que te maten, sí —volvió a verlo—. Él querrá negociar para darte a su hija, así es esto y lo sabes.
—No le daré mis minas.
—Eso lo sabe —asintió pensativa—. Podríamos buscar otra garantía.
—¿Cómo cuál?
Ambos guardaron silencio, cada quién en sus pensamientos tratando de encontrar alguna solución. Pero la mente de Rossetta recordó algo que podría funcionar.
—Tu cueva de Venecia.
—No —su respuesta fue tangente.
—Sí —habló antes que se negara nuevamente—. Raffaello no te dejará pasar, ya eliminó a varios de tus hombres y lo seguirá haciendo cada vez que intentes entrar. Si le das la cueva, esta sola pasará a manos del otro y ya no será un problema para ti sino para el ruso.
—Vendrá a reclamarme —mira sus ojos castaños con obviedad.
—Que lo haga, él quería tus joyas y ése será su precio —el silencio de él lo tomó de manera positiva, estaba considerándolo—. Encontrarás en otra parte ese monto que está ahí, siempre encuentras más.
Tras la conversación con él y cómo debería proceder, fue de vuelta a la reunión para terminar con todo, quería de una vez que la dejaran tranquila aunque eso era difícil y más si cierto rubio invadía sus pensamientos.
Pero a quién le sorprendió más fue a Ruggero, su insistencia había vuelto acompañada de esta vez con unos grandes celos, odiaba verla con Lacroix, intentó sobrepasarse y ella con agilidad lo esquivaba y apropósito hacía que fuese de viaje muy lejos por largos periodos de tiempo así no tendría que lidiar cerca sus comportamientos extraños.
A Vincenzo también lo veía un poco extrañado, se acostumbró a sus bromas y como el pobre inglés caía en cada una de ellas, intentaba no reírse cuando veía a su rubio aparecer con harina y agua encima o trampas caseras que debía de admitir que su hermano le encantaba hacer desde niño. Eran infinitas las bromas que hacía pero últimamente parecía distante y las veces que quería hablar con él siempre aparecía algo y se iba.
◇◆◇◆◇◆◇◆◇
Los meses se convirtieron en años y para cuando se dió cuenta ya habían pasado cuatro años. Cuatro años llenos de aventuras con su familia, donde habían sucedido cosas buenas y malas a la vez. Su avance y retroceso también con la relación que llevaba, cada vez eran peores las discusiones y ella estaba segura que el final de ambos estaba más cerca. Tenía mucho que agradecerle a Thomas Lacroix por todas las cosas que le había enseñado, pero también por haberle dado la ilusión más grande en su vida, soñó mucho con un futuro juntos pero nada era para siempre.
Otro de los malos sucesos fue hacia mediados del año anterior donde ella misma se sentía mal, todos lo notaban y sólo Thomas lo hablaba ya que lo que estudiaba les permitía a todos saber exactamente lo que pasaba. Con los años Rossetta había empezado a perder la voz, al principio creyó que se trataba de alguna infección pero al tener la consulta con su pareja y decirle la verdad, eso la asustó.
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Editado: 01.04.2025