Destinos Cruzados

Capítulo 17

Al parecer fueron horas o días que estuvo inconsciente, no podía saberlo con exactitud, hubo momentos que abría sus ojos y cada vez que lo hacía eran escenarios diferentes, su cuerpo seguía sin reaccionar, lo sentía diferente de por sí pero creyó que era debido a la droga que aún hacía mella en su sistema. Sus ojos por fin fueron abiertos, sus sentidos se activaron, un horrible olor agrio inundaron sus fosas nasales provocando que su estómago se revolviera. Se contuvo, su curiosidad por saber en dónde estaba era más grande. No estaba atada, pudo identificar que estaba en el suelo boca arriba, había poca iluminación en el lugar, el techo parecía haber tenido mejores días, de a poco forzó a sus brazos moverse estos dolían pero no le fue un impedimento para levantarse hasta dar su espalda en la pared. Observó el pequeño lugar, habían dos camas mal cuidadas, un pequeño guardarropas y una ventana donde se podía ver gruesas rejas en este.

"¿Dónde estoy?"

Pensó frustrada, el no poder hablar le imposibilitaba llamar la atención. Esperó un momento más, recuperando de a poco la movilidad en el resto de su cuerpo, tras varios intentos logró que sus piernas respondieran y terminara de pie algo tambaleante. Frente suyo estaba una puerta blanca, se acercó a paso lento hasta tocar el picaporte y tratar de abrir, tiró de este varias veces y aún así no cedía. Estaba encerrada. Golpeó sin parar la puerta, debía saber donde estaba. Su insistencia funcionó, escuchó el tintineo de llaves y la puerta se abrió de golpe revelando una mujer de mediana edad.

—¿A caso quieres estar en la habitación de castigo? —la voz rasposa de esa mujer coincidía con su aspecto deteriorado, que a pesar del maquillaje exagerado tapara gran parte de sus imperfecciones, seguía viéndose mal—. Oh, eres la nueva. Cámbiate, tu compañera te dará indicaciones.

La puerta se cerró nuevamente con llave. Ahora estaba más confundida.

No le importó lo que ella dijera, la desesperación por salir y saber dónde se encontraba era mucha más en ese momento. Buscó en su cabello una orquídea dorada que su hermano le había regalado, la colocó en la ranura de la puerta e intentó abrirla varias veces, pero se alejó y ocultó esta cuando la puerta nuevamente se abrió revelando una joven chica, sus ávidos ojos azules la observaban.

—¿Eres Marie? Me llamo Evolet —su sonrisa era tensa, sus labios temblaban—. Soy tu compañera de habitación, tenemos mucho de que hablar.

Notaba que era mucho más bajita, dudaba de su edad. La ropa hostentosa que llevaba puesta... era terrible, y ahí supo en dónde se encontraba. Era un prostíbulo. Su hermano la había dejado tirada ahí.

—Ven, espero te quede. ¿Qué talla eres?

No sabía ni cómo reaccionar, se sentía pertubada, ella lo decía con total naturalidad.

Comenzó hacer señas, sus manos temblaban haciendo que no pudiera comunicarse bien. La chica rubia fruncía el ceño sin entender lo que hacía. Se le acercó y sostuvo sus manos.

—¿Puedes escucharme? —asintió frenéticamente—. Bien, no estaría entendiendo lo que dices, cálmate. Respira y vuelve a explicar bien.

Hizo caso. El pánico iba apoderarse de ella pero no lo permitió. Cerró los ojos, reunió fuerzas nuevamente para calmarse y así comenzarle a explicar.

Había algo en Evolet que le parecía familiar, rasgos que le hacía recordar a cierta persona pero descartó esa idea, debía de olvidarlo. Rossetta lo único que quería era salir de ese lugar y enfrentarse a su hermano.

¿Dónde estamos?

—Bueno, ya lo sabes —hizo una mueca de disgusto, cuando negó y volvió a preguntar sobre el lugar, quedó pensativa—. Si mal no recuerdo porque lo escuché una vez, estamos en Venecia.

Venecia. La tierra de Raffaello.

Negó rápidamente volviendo a sentir esa presión en su pecho, la respiración agitada y el corazón martilleando sus oídos. Iba a entrar en pánico.

—¿Marie? —¿por qué la llamaba así? Ambas giraron al escuchar la puerta golpear con brusquedad—. ¡En un momento!

Su cuerpo fue sacudido por la chica, eso ayudó a concentrarla.

—Escucha, nosotras no tenemos ni voz ni voto en este lugar, si no seguimos sus reglas van a terminar por llevarnos a la habitación de castigo y pocas hemos salido vivas —en su agarre pudo sentir como tembló su cuerpo, de seguro ante un mal recuerdo—. Haz caso a todo lo que te dicten, no hay escapatoria más que... seamos vendidas, hace mucho no ocurre eso. Sólo cuida de ti, ¿está bien? Mantente viva.

La frialdad de sus palabras le había sorprendido, se preguntaba desde cuándo esa chica estaba ahí.

A la otra esquina de la diminuta habitación estaba el baño, fue a cambiarse, quitándose la ropa que había quedado desde que se la llevaron de su casa. La dejó a un lado para colocarse el corsé diminuto junto a una lencería exótica de color negro que hacía resaltar su pálida piel. Se odió al verse al espejo, el ácido subía por su garganta y rápidamente tuvo que ir al sanitario a vomitar. Asco, eso sentía de sí misma y de lo que iba a venir.

◇◆◇◆◇◆◇◆◇

Como lo imaginó, fue obligada a ir de cama en cama. Había perdido la noción del tiempo. Día tras día era utilizada al antojo de hombres de todas las edades posibles, de todos los estatus. No había rastros de sus ganas de vivir. Evolet a veces la animaba pero eran vacías sus palabras, ella tenía muchas secuelas en su piel que pronto pasarían también a su cuerpo.

Cada vez se sentía peor, dolores se acentuaban en su cuerpo magullado, cuando volvía lo único que hacía era vomitar lo que más podía, y sin darse cuenta estaba más débil. Una mañana despertó con terribles dolores abdominales, supuso que era eso. Evolet pidió ayuda urgente cuando notó su estado. La mujer de mediana edad llamada Catherine, le gritó e insultó por no saber cómo cuidarse y que seguramente lo hacía propósito para sólo salir de ahí.

—Esto te costará caro, ingrata.

Un médico vino a revisarla, les confirmó lo que todos temían: un embarazo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.