Estaban a quince minutos de llegar a su destino, hacía tiempo no pisaba la tierra que lo vió crecer que esperaba algún día tomar y tenerlo todo. Si bien tuvo que hacer un gran viaje para poder ingresar al lugar que quería, sentía que valdría la pena. El plan estaba trazado, sólo esperaba que nada le impidiera su paso.
—Quiero que estén atentos, saldrá por la puerta principal y nosotros iremos por atrás —habló a su jefe de seguridad, del cuál repitió lo mismo por el intercomunicador al resto de los hombres—. Confío en sus habilidades.
—Sí, señor —tanto el chofer como Tomasso contestaron firmes.
Sabía que la mansión estaba rodeada de incontables hombres que la custodiaban, pero también sabía que todos se movían hacia donde Rossetta y Vincenzo se iban, según Ruggero, éstos estarían al frente y él se encargaría de alejar una gran cantidad para así pasar y hacer lo que necesitaban. Su tiempo era corto, los segundos corrían y así fue cuando llegaron. En silencio esperaban, con el corazón latiendo fuertemente y la respiración pausada, una segura convicción que todo saldría bien.
—¿Cuándo será el momento? —su pregunta fue inocente pero curiosa.
—Cuando lo sientas —la observó que caminaba con una vara en la mano, moviéndola a su costado—. Es cuestión de instinto, Raffaello.
Ahí estaba, otro de sus entrenamientos. A veces notaba en los ojos de su madre que no quería hacerle daño y se convencía de eso, que sólo le enseñaba a estar alerta, saber qué hacer en futuros casos.
—¿Instinto?
—Sí, sale de adentro de tu cuerpo, uno que habla en tu cabeza y te dice qué hacer y cómo reaccionar.
Fue inesperado. Ella hizo el amague de golpearlo pero su cuerpo reaccionó, con su mano izquierda sostuvo la muñeca de ella, sujetando con fuerza esta.
—Bene, de eso hablaba —ella sonrió satisfecha—. No dudes, jamás.
Por supuesto que no.
—Ahora.
Salió del auto a penas escuchó la voz de Ruggero, sabía el camino de memoria, debía atravesar el pequeño bosque que los ocultaba para así llegar al gran patio trasero. Esquivó con rapidez las ramas que intentaban frenarlo, por suerte desde chico su progenitor lo llevaba a esa zona cuando era niño y lo dejaba para que volviera solo, casi todos los días hasta que aprendió salir de ahí con agilidad y rapidez. Eso hizo. A lo lejos notó un movimiento, un hombre queriendo acercarse a ella pero fue detenido por Ruggero. Rossetta estaba de perfil, esperó no ser notado y por suerte no pasó ya que parecía concentrada en sus manos. Agradeció que el césped ocultara sus pasos, y al ella colocarse de pie, fue demasiado tarde.
—¿Qué sucedió, hermanita? ¿No puedes hablar? Por supuesto que no, disfruté verte sin lengua —sonrió de lado observándola en el suelo, el golpe que le había dado la dejó mareada.
Un año antes tuvo otro encuentro con ella donde la pelea fue más fuerte aún, no estuvo solo, Tomasso lo ayudó a inmovilizar a la castaña para así llevar a cabo su pequeño plan macabro.
—Es una advertencia, hermanita —se colocó encima de ella inclinándose, observando sus inútiles lágrimas caer, su mirada de súplica que no servía de nada—. Dame el poder y te dejaré en paz.
Le sacó el pañuelo que cubría su boca, quería oír la respuesta.
—No —dijo con voz desesperada y áspera, con el tiempo había perdido gran parte de su voz—, no eres capaz de tener algo así, menos a un traidor.
Ella escupió a un lado, el insulto que él odiaba. Eso lo enervó y no dudó en hacer lo siguiente.
—Bene, no digas que no te lo advertí —sacó su daga y con ayuda mantuvo la boca de ella abierta, no lo dudó más, clavó la hoja afilada en su lengua para proceder a cortarla. Los gritos desesperados y el temblor de su cuerpo le dió mayor satisfacción.
Ruggero sacó de su blazer una jeringa, al quitarle la tapa pinchó el brazo de ella, era una buena cantidad para hacerla dormir por muchos días. Ella tambaleó, la confusión de su rostro le causó gracia, sin contenerlo le dió una bofetada haciéndola caer.
—Y eso, por quitarme todo —sonrió ampliamente cuando los ojos de ella se cerraron y su cuerpo se inmovilizó.
—Creo que fue mucho la dosis —giró la cabeza a Ruggero que fruncía el ceño—, perfecto para que llegue a Venecia.
—Vamos, hay que llevarla.
Junto con el castaño emprendieron el viaje de vuelta al auto donde fue ocultada en el baúl. Ruggero no podía acompañarlos ya que levantaría sospecha de su repentina desaparición cuando se suponía que debía reunirse con ella. Fueron por caminos alternativos, nadie se fijó en ellos, eso le extrañaba también ya que desde que tenía el máximo poder jamás volvió a estar sola pero esta vez sí, algo más había que no podía saber qué era. De igual manera estaba agradecido de poder llevar a cabo su plan.
—Sigamos —dijo volviendo acomodarse en el asiento. Un pequeño viaje los esperaba.
Tenía la vista fija en el paisaje pero en realidad no prestaba atención. De pronto una extraña sensación en el pecho lo invadía, quería odiarse por sentir pero parecía incapaz de sentir alguna otra emoción que la extraña opresión en el pecho. ¿Estará mal del corazón? ¿Su salud no iba bien? Más preguntas se hacía, preguntas en vano porque muy en el fondo sabía el verdadero motivo, ya lo había pasado antes.
—Señor —parpadeó al escuchar una voz hablarle repetidas veces—. ¿Iremos directamente al lugar o dónde quiere llevarla?
Dirigió su mirada confundida al espejo retrovisor, encontrándose con la de Tomasso. Frunció el ceño sin entender del todo, pero de pronto pareció volver a la realidad y esa molestia que sentía por fin se fue.
—Al burdel —dijo con voz baja, carraspeó al notar la debilidad del tono—, hay que llegar lo más pronto posible.
Nadie más volvió hablar. Esperó dentro del auto mientras su chofer y su jefe de seguridad se encargaban de sacar a Rossetta del baúl. Sí observó el lugar en donde estaban, era un edificio común de dos pisos, algo colorido, demasiado disimulado, pero que sabía en las noches el pecado bailaba con gracia adentro. De no ser por una de las chicas que tuvo un encuentro hacía mucho tiempo, no hubiese concretado su plan. Fue cuestión de una suma grande de dinero, un poco de lujos y silencio a cambio de silencio.
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Editado: 26.07.2025