—Señor —Tomasso irrumpió en su oficina, donde estaba leyendo las cartas con los informes de sus embarcaciones camino al continente asiático.
—Habla.
—Su hermano ha traspasado la frontera —de repente levantó la vista—, está aquí.
—¡Merda! —se puso de pie tomando su saco del respaldar de la silla, se colocó este mientras salía de la oficina—. Que no haya muchos hombres cerca del burdel, el resto controle sus hombres y cierren con llave la puerta de Aria.
—En eso están todos —asintió antes de ponerse en contacto con el resto.
Le impresionaba que tardara un mes en siquiera aparecer y decirle sobre la desaparición de su hermanita querida. Se esperaba de todo por parte del Vitale pequeño, pero estaba preparado y sabía fingir perfectamente. Su momento de actuar había llegado.
Notó a un pequeño grupo de sus hombres más fuertes custodiar la puerta de la chica, no quería que se involucrara ni tampoco quería que supieran de ella. A medida que descendía podía escuchar esa voz que le irritó toda la vida.
—Estás en mí casa, cálmate —demandó. Bajó los últimos peldaños y a paso lento se acercó aunque mantenía su distancia—. Tú y tu maldita gente tienen prohibido pisar mis tierras.
—¿Dónde está? —se giró para ver a su hermano. Su aspecto era deplorable, ojeras profundas debajo de sus ojos oscuros, tenía pequeños tics en su rostro producto de los nervios y de seguro la falta de sueño—. Raffaello dime.
—¿Quién? —frunció el ceño.
—¡Raffaello, habla!
—Baja tu tono —apretó la mandíbula conteniendo su rabia—. ¿De quién hablas?
—No finjas, lo sabes —negó, manteniéndose firme en su papel—. ¿Cómo no...?
—Sí no me dices quién es entonces no sé qué haces aquí.
—¡De Rossetta! —levemente ladeó la cabeza en una pregunta silenciosa, eso sirvió porque de pronto palideció—. No... tu... tu sabes.
Comenzó a tartamudear, su cuerpo temblaba y negaba sin parar con su cabeza. En ese momento dejó de actuar, era real su expresión de asombro, jamás había visto así a su hermano menor... y menos se preparó para lo siguiente.
—No, no, no, no —miró a todas partes, sus hombres los rodeaban, él parecía perdido—. ¡¿QUIÉN SE LLEVÓ A ROSSETTA?! ¡¿QUIÉN FUE?! ¿Quién...?
Pareció que su cuerpo no soportó el peso, cayó de rodillas, rendido, roto. Vincenzo Vitale estaba totalmente vulnerable y podía jugar con eso, pero no, por primera vez no quiso actuar de la misma manera que siempre.
—¿Quién se llevó a mi hermana? —murmuró con la voz quebrada. Sus lágrimas caían sin parar.
Su respiración se aceleró, una opresión fuerte tuvo en el pecho, su mente se desconectó de su cuerpo. Se agachó y lo envolvió con sus brazos en un fuerte abrazo. El llanto era peor, un llanto desgarrador que pedía ayuda a gritos, un alma que pedía ayuda... un alma que no podría ayudar.
"Lo siento, Vincenzo".
Se quedaron ahí juntos, por supuesto que pidió a sus hombres los dejaran solos, hasta Marcello y Tomasso dudaron un momento pero aceptaron, obviamente dirigiéndose miradas de odio antes que cada quién tomara su camino. No sabía cómo tratar el estado de su hermano. ¡Ahg! No le gustaba llamarlo así pero lastimosamente corría la misma sangre por sus venas.
Debía seguir fingiendo y tal vez si todo saldría como lo esperaba, iba a fingir para el resto de su vida.
—La encontraremos —dió unas leves palmadas en su espalda como consuelo—, pondré hombres de mi parte y la buscarán también.
La respuesta fue un sonido estrangulado, consumido aún por el llanto. Eso significaba unas largas horas así.
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Los días comenzaron a pasar. Escuchaba las noticias de Milán y de gran parte del mundo: "La misteriosa desaparición de Rossetta Vitale, jefa de una importante y renombrada familia de Italia".
"Jefa". Odiaba ese término porque las cosas no debían ser así.
Si volvía a ignorar ese tema, caía nuevamente sobre Aria, la chica misteriosa. Ella por suerte estaba recuperándose, ya casi no quedaban rastros del maltrato que alguna vez obtuvo. Pero lo que sí dejó a casi todos desconcertados fue la prueba de ADN y sus datos:
Nombre: Aria Favre.
Edad: 22 años
Nacionalidad: Italiana.
Familia: Sin datos.
Formación: Secundario completo.
Ocupación: Ninguna.
"¿Ninguna?" Observó a Tomasso que negaba.
—Hasta hace un tiempo era empleada de una industria textil, fue secretaria, pero ella renunció —le entregó otra carpeta que contenía fotos de ella trabajando y una en donde llevaba cajas—. Su motivo de renuncia era porque se mudaba.
—Así parece —contestó pensativo.
Sostuvo la última fotografía, notó que en su brazo tenía unos morados e intentaba ocultarlo con su abrigo oscuro. ¿Tal vez fue una ex pareja? Esa suposición lo enojaba, si ella apareció ese día así frente a él, era porque buscaba ayuda. Aria buscaba ayuda.
—¿Qué haremos con ella, señor? —soltó un suspiro dejando la fotografía junto con las otras, lo observó que estaba de pie con las manos juntas detrás de su espalda.
—Usarla —se encogió de hombros—. La mayoría insiste en un heredero y eso les daré, pero ella me ayudará a tenerlo. Mientras Rossetta siga fuera de nuestras vidas, se planeará una boda y un anuncio de un embarazo.
—Sí, señor —el otro hombre inclinó la cabeza, obediente.
—Me haré cargo de aquí en más, no quiero a nadie que me cuestione ni que hablen con ella —le dió una mirada de advertencia—, quién lo haga, aparecerá su cabeza en la plaza como decoración. ¿Entendido?
—Nadie interferirá, señor.
—Bene. Puedes irte —se puso de pie dispuesto a buscar la chica.
Tomasso hizo una inclinación de cabeza para ir a la puerta y abrirla para él. Salió de la oficina y fue camino a las habitaciones. Hacía unas horas mandó que le llevaran ropa nueva a la chica, esperaba que haya aceptado porque en ese poco tiempo que llevaba conociéndola supo que le resultaría un dolor de cabeza tras las veces que parecía desafiarlo cuando se enojaba. Soltó un suspiro al imaginarse la posible discusión con ella, tocó la puerta y esperó, hasta que segundos después ella abrió.
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Editado: 04.11.2025