Su cabeza había comenzado a doler, se torturaba en estar repitiéndose una y otra vez por haber reaccionado tan impulsivamente como lo hizo esa mañana. En el espejo había un reflejo de sí mismo, un Raffaello deshecho, desesperado y en alerta a cada detalle. Se odiaba por comportarse así. Pero a pesar de todo debía aparentar alguien que no era y así se procuró mostrar mientras terminaba de abotonar su camisa azul, para ir directo al comedor.
—Lleven a la signorina al patio, desayunaremos juntos ahí —arqueó una ceja ante las miradas atónitas de las empleadas—. ¿A caso no escucharon?
—Scusi, signore —ellas reaccionaron y rápidamente fueron a la cocina.
Caminó por el pasillo que llevaba al patio trasero, el día estaba un poco nublado pero era perfecto, por suerte el calor comenzaba a disminuir y eso significaba que su piel dejaría de sufrir tanto. Se detuvo a medio camino cuando notó la silueta de la chica, estaba de espaldas y parecía observar algo que él no sabía. Estaba nuevamente sorprendiéndolo y eso lo desconcertaba, parecía ir varios pasos adelante.
—Veo que te aburrió el encierro —habló una vez que se acercó a ella manteniendo un pequeño espacio prudente entre sus cuerpos.
—Me gusta el día, se siente bien —se encogió de hombros soltando un suspiro—. Pero si te molesta puedo regresarme.
—No —su cuerpo reaccionó sin pensarlo, colocando una mano en su hombro.
—Está bien —su cuerpo se tensó y relajó al mismo tiempo cuando ella llevó una mano a la suya.
Lo confundía, si bien pudo haber estado con muchas mujeres, jamás estuvo con alguna que lo quisiera por una noche o tuviese el deseo urgente de alejarse de ella. Aria transformaba su malestar en calma y comodidad hasta con sólo verlo.
—Scusi —un carraspeo llamó la atención de ambos—. El desayuno.
—Ven —esta vez fue él quien sostuvo la mano de ella para guiarla al asiento, esperó a que se sentara para acomodar su silla.
—Con su permiso —las empleadas se despidieron con un asentimiento de cabeza y así dejarlos solos.
—Adelante —ofreció mientras se sentaba en la cabecera, a la izquierda de la pelinegra.
El desayuno era abundante y muy saludable justo como el médico había pedido, frutas, jugos naturales, todo lleno de proteínas que a ella le faltaba, su cuerpo seguía débil a pesar que sus marcas habían desaparecido casi por completo. Él solamente tenía su taza de café y una tostada con miel, le traía viejos recuerdos ése desayuno que se convirtió en una rutina por muchos años... Una rutina que le traía recuerdos que ahora pesaban.
—¿Sólo desayunas eso? —desvió sus ojos a los de ella que sostenía un tenedor para pinchar las frutas del pequeño tazón frente a ella—, ¿te gustaría un poco de frutas? ¿O cereal?
Se quedó en silencio por unos largos segundos, no sabía qué contestar realmente. Por un lado sus impulsos agresivos estaban por hacer acto de presencia y responder de la peor manera posible, no debía ella por qué importarle lo que hacía y lo que no, al final no lo conocía de verdad. O eso creía.
—Ten, prueba —su boca quedó entreabierta, su voz no salió. En cambio su mente quedó en blanco cuando ella pinchó un poco de fruta y acercó el tenedor a él—, es dulce, sí, pero hay agua por si quieres luego o tienes tu café.
Tuvo que tragar saliva al intenso sentimiento que de pronto surgió en él, no sabía a qué se debía. Iba a negarse, pero en ese momento su cabeza pareció fallar nuevamente, se vió a sí mismo nervioso y confundido. Ella seguía viéndolo con curiosidad, sin decir nada más, sin alejarse, sin presionar, sólo a la espera.
—Bene —murmuró con voz ahogada, sostuvo el tenedor con la intención de él llevarlo a su boca pero ella no lo soltó, la pequeña corriente eléctrica lo paralizó y más cuando empujó este a su boca para terminar con la comida dentro.
—¿Ves? No está mal —su sonrisa era radiante, la pequeña risa de ella le hizo dar cuenta que parecía un idiota embelesado por su belleza, por ella.
—Mm sí —contestó luego de masticar rápidamente. Sí era dulce, muy dulce para su paladar que tuvo que tomar un trato de su café amargo.
—Al parecer no eres tan fan del azúcar —ella por su parte siguió comiendo.
—No —hizo una mueca mientras sacudía la cabeza—, lo dulce no me gusta.
—Lo sabía, por eso tu café amargo.
—¿Cómo lo sabías? —frunció el ceño, nunca le había comentado ni cuando esas veces tomaba su taza de café al estar acompañando a ella en su habitación.
—Bueno... —bajó la mirada, luciendo apenada, algo que le resultó encantador—, un día dejaste tu taza y yo tenía sed, creí que era un café común pero me llevé la sorpresa de que no era como pensé.
—¿Es enserio?
—Sí —le dedicó una mirada inocente, sintió un cosquilleo en su espalda baja, tuvo que mantener a raya ese sentimiento extraño que cada vez surgía con más fuerza y rapidez.
—No lo vuelvas a tomar —se concentró en su plato, manteniendo una fingida mirada obstinada—, no es bueno para tu salud.
—Como tampoco para la tuya.
—Aria —la fulminó con la mirada, a lo que ella se dobló de la risa—. ¿A caso dije una broma?
—Scusi —se pasó un dedo por un ojo limpiándose una minúscula lágrima producto de la risa—. Me gusta hacerte enojar.
—No soy tu payaso —arrugó la nariz con molestia.
—No lo eres.
—Entonces basta.
—No —una chispa de furia ahora tenía en sus ojos—, eres divertido para mí.
—Aria, lo advierto una última vez.
La chica había tomado una gran confianza con él, cosa que ya le parecía una equivocación el haber bajado la guardia y dejarla libre.
—Los demás podrán ver esa mirada que ahora tienes y ellos tener miedo, como lo tuve al principio —hizo una pequeña pausa al tomar un poco de su jugo—, pero no han podido conocerte bien como yo sí.
—Mientes, no me conoces.
—¿No? —su sonrisa ahora era juguetona—. ¿Entonces por qué hemos salido y compartido más tiempo juntos?
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Editado: 04.11.2025