Destinos Cruzados

UN FANTASMA DEL PASADO

Cuando por fin llego al salón, siento que los pulmones me van a estallar. El profesor ya está a punto de cerrar la puerta y, por nada del mundo, quiero quedarme fuera. No con él. No con el mismo ser que parece haber sido enviado por el mismísimo demonio para amargarnos la existencia académica.

—Cinco segundos más y le tocaba ver la clase desde la ventana —murmura, sin molestarse en disimular su desprecio. Le dedico una sonrisa forzada, de esas que no llegan a los ojos, y me escabullo dentro mientras él cierra la puerta con un golpe seco. Camino rápido entre los escritorios y me dejo caer en el primer asiento libre que encuentro, aún con el corazón golpeándome el pecho. Saco mis apuntes como si eso pudiera borrar mi entrada dramática, y me obligo a respirar con calma mientras me acomodo en la silla. La clase comienza, y como siempre, el profesor se transforma en una especie de predicador literario. Su voz retumba en el aula, recitando pasajes de autores clásicos como si cada palabra fuera un conjuro sagrado. Habla con tanta devoción que por momentos parece olvidar que estamos aquí, medio dormidos o deseando desaparecer. Aun así, no me atrevo a distraerme. Sé que es capaz de soltar un examen sorpresa con la misma facilidad con la que respira. “La disciplina es la base del aprendizaje”, repite como un mantra. Casi puedo ver esas palabras flotando en el aire, mientras yo solo pienso en lo bien que me caería un café ahora mismo.

Cuando al fin suena la campana, siento una felicidad inmensa, ya tengo las manos entumecidas de tanto escribir y los tímpanos de las orejas apunto de entran en un colapso existencial. Recojo mis cosas, y le envió un mensaje Alexa – ¿Nos vemos en la cafetería para comer? Necesito café y un poco de tu drama para despejarme –

Su respuesta no tarda en llegar – ¡Claro! Y tengo noticias. Hay un nuevo alumno en el instituto, y dicen que está guapísimo. ¡Ya sabes que tengo que contártelo todo! –

Ruedo los ojos, pero sonrío ante su entusiasmo. Le respondo rápido –

–¿Nuevo amor a la vista? Te espero, pero no me vengas con que ya estás planeando boda – Un segundo después, otra vibración –Aquí la única que sale con esas eres tú – Puedo imaginarla levantando una ceja, ofendida, mientras se cruza de brazos y finge indignación. Sonrió y guardo el móvil. Mientras termino de guardar mis cosas, unas manos suaves cubren mis ojos por detrás. No necesito pensarlo demasiado. Conozco perfectamente ese tacto, ese aroma.

—Adivina quién soy —susurra cerca de mi oído, su voz me provoca ese cosquilleo que hace reaccionar mi cuerpo como una tonta.

—Noah, sé que eres tú —respondo, dejando escapar una pequeña risa, aunque esta vez no me sale tan natural.

El sonido de una risa baja se cuela en mis oídos. Él retira las manos, apareciendo frente a mí con esa expresión entre arrepentida y encantadora que tanto domina.

—Lo siento mucho, Alice. Sé que anoche esperabas mi mensaje… y esta mañana también. Perdóname, de verdad. Los entrenamientos me tienen hasta el cuello, y también tuve que adelantar los refuerzos para los exámenes – No necesito que lo diga. Las imágenes de Clarisse y él, compartiendo risas en pijama, ya están tatuadas en mi memoria. Intento sacarlas, enterrarlas por ahora, aunque me cuesta no soltárselo de golpe. Pero no quiero discutir. No ahora.

—Está bien, no te preocupes… yo entiendo —murmuro, seca, sin poder disfrazar la rigidez de mi voz ni la incomodidad en mis ojos.

Pero Noah no parece darse cuenta como nunca lo hace. Su sonrisa vacila, y se apresura a justificarlo todo.

—Estuve con Clarisse porque va mal con uno de los profesores. El tipo prácticamente le hace la vida imposible… y bueno, necesitaba mi ayuda —dice con un tono ligero, pero esa sonrisa al nombrarla me atraviesa. Y de repente, me vuelvo a sentir pequeña. Invisible.

—No te preocupes, entiendo que Clarisse siempre es prioridad – mi tono es más cortante de lo que planeaba, pero no puedo evitarlo.

—Sabes que no es así —replica él enseguida, con un dejo de molestia que no disimula—. Siempre he estado contigo en todo momento, Alice. Ayer ella necesitaba mi ayuda, ¿qué querías que hiciera? ¿Dejarla tirada como si sus problemas no importaran? – Su voz se endurece. Y aunque no grita, cada palabra suena como un golpe bajo. Siento el nudo en la garganta crecer. ¿Entonces dónde quedo yo? ¿Cuál es mi papel en su vida? ¿Acaso no debería ser yo también una prioridad? Las palabras me arden por dentro, pero me las trago, porque no quiero sonar como una niña caprichosa. Respiro hondo, intentando calmar el torbellino que tengo en el pecho. Tal vez estoy exagerando, tal vez estoy siendo egoísta al sentirme así… ¿pero cómo no hacerlo cuando todo en él grita que Clarisse ocupa un lugar que yo ni siquiera alcanzo a rozar?, Soy su novia, ¿no? Eso se supone. Pero últimamente, ser su novia se siente más como un título prestado… como si lo nuestro solo existiera cuando le queda tiempo, cuando no está ocupado salvando a Clarisse de sus problemas. Y lo peor es que no puedo decirle nada sin parecer la villana de esta historia.

—Es mi mejor amiga —remarca, como si eso bastara para justificar todo—. Debía estar con ella.

Y entonces lo veo... el fruncido de su ceño, la mirada que dice "estás exagerando", como si fuera yo la que está arruinando todo por nada. Y me odio. Me odio por sentirme así. Por no saber si tengo derecho a sentir celos. Por no saber si me estoy quedando en segundo plano... o si en realidad nunca fui la primera opción.




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