Después de la cena, caminamos hacia una pequeña heladería ubicada a pocas cuadras del restaurante. El aire de la noche es fresco y agradable, y las luces cálidas de los locales iluminan suavemente la calle. Logan y Alexa van a mi lado, bromeando entre ellos sobre qué sabores pedirán esta vez, mencionando mezclas extrañas como pistacho con malvavisco o limón con coco. Sus voces se cruzan animadas, llenando el espacio con esa chispa tan característica de los dos. Yo, en cambio, me esfuerzo por mantenerme presente. Intento seguir el hilo de la conversación, sonreír cuando corresponde, asentir, decir algo… pero mi mente sigue atrapada en el mensaje de Natalie. Las palabras vuelven una y otra vez como un eco incómodo. Me siento allí, caminando con ellos, pero al mismo tiempo a kilómetros de distancia.
— ¿Y tú, cielo? ¿Qué helado vas a pedir? —pregunta Alexa con tono ligero, dándome un leve codazo en el brazo.
—¿Eh? —parpadeo, como si recién hubiera aterrizado—. Ah… chocolate —respondo sin pensar demasiado.
Alexa sonríe y asiente, satisfecha con mi elección, mientras retoma la charla con Logan. Yo solo sigo caminando, en silencio, hasta que siento que algo roza mi cuello. Me detengo y llevo una mano a la oreja. Uno de mis pendientes se ha soltado.
—Un segundo —murmuro, más para mí que para ellos.
Me agacho cerca del borde de la acera, buscando con la mirada. El pendiente no es muy grande y la luz no ayuda mucho, pero tras unos minutos de escanear el suelo con paciencia, lo encuentro brillando débilmente cerca de una grieta en el concreto. Lo recojo con cuidado, soplo el polvo, y me lo vuelvo a colocar, tomándome un instante más de lo necesario.
Cuando levanto la vista, me doy cuenta de que Alexa y Logan ya están al otro lado de la calle. Están hablando, riendo, señalando la heladería. Me apresuro a alcanzarlos, todavía con el pendiente recién colocado, sin prestar demasiada atención al entorno, y tampoco me percato que le semáforo se encuentra en rojo, Y Sin pensarlo demasiado, intento atravesar la calle apresuradamente, sin siquiera mirar a mi alrededor. Sin pensarlo, doy un paso hacia el asfalto, ignorando por completo el rugido lejano de un motor.
Alexa se voltea y su mirada me busca.
— ¡Ya voy! —respondo sin siquiera mirar a los lados. Ignoro por completo la expresión de advertencia en su rostro… y también, lamentablemente, las mínimas normas de seguridad vial.
— ¡Cielo! —escucho la voz de Alexa, tensa, cortando el aire como un latigazo.
Levanto la mirada y su rostro se mira un poco tenso. Sus ojos, enormes, se clavan mí con una mezcla de miedo y urgencia. Su boca se abre, quiere decir algo más, pero no le da tiempo.
— ¡Alice, cuidado! – Su grito me sacude. Giro la cabeza justo cuando un destello de luz se aproxima demasiado rápido. El rugido de un motor corta el aire como una amenaza viva. Todo parece detenerse un segundo. El corazón se me encoge, El chirrido agudo de unos frenos rasga el aire, y de pronto, todo se ralentiza. El tiempo parece estirarse mientras mis pies tropiezan con el asfalto, y el suelo se acerca peligrosamente. Caigo de rodillas, las palmas se apoyan por reflejo, y en un impulso instintivo me cubro la cabeza esperando el impacto... pero nunca llega. El motor ruge tan cerca que puedo sentir la vibración en mi pecho. Levanto lentamente la vista, el corazón galopando sin control, como si quisiera salirse de mi pecho. Me llevo una mano a la caja torácica debido a que intento regular la respiración por el susto del momento, intentando calmar esa explosión de adrenalina que me sacude entera.
— ¡¿Qué demonios te pasa?! —grito con voz temblorosa, alzando la vista hacia el conductor de la motocicleta que, por unos centímetros estuvo a punto de mandarme a conocer a Dios.
— ¿Lo mismo te pregunto yo? —masculla él, quitándose el casco con gesto molesto. Se pasa una mano por el cabello rojo intenso, despeinándolo con descuido, mientras sus ojos verdes aparecen en mi campo de visión y se clavan en los míos. Y entonces lo reconozco, Es él. Es el idiota de esta mañana.
Una mezcla de incredulidad se dibuja en su rostro apenas sus ojos se encuentran con los míos. Frunce el ceño, ladea ligeramente la cabeza, como si no pudiera procesar lo que está viendo. Me mira como si el universo se estuviera burlando de él... y probablemente de mí también. Y entonces habla, con ese tono arrogante que parece tener grabado en su ADN. Ese tono que me hace querer arrancarle la cabeza.
— ¿Tú otra vez? —Suelta él con una sonrisa sarcástica, apoyándose despreocupadamente en el tanque de su motocicleta—. ¿No fue suficiente con casi hacerme caer esta mañana?
Intento recomponerme del susto, respirando hondo mientras ruego en silencio por un poco de paciencia. Porque, al parecer, de entre los siete mil millones de personas que existen —o al menos los miles que viven en esta ciudad— el universo decidió volver a ponerme en el camino al sujeto con menos carencias sentido del humor y del común.
Miro hacia el otro lado de la calle y veo a Alexa intentando llegar hasta mí, pero Logan la detiene con un brazo extendido. Un par de autos pasan a toda velocidad, y ella duda, frustrada, esperando el momento justo para cruzar.
—¿¡Estás loco o qué te pasa!? ¿Acaso no sabes conducir? ¿Quién en su sano juicio maneja como un demente? —espeté, centrando de nuevo mi vista en el pelirrojo que me observaba con total descaro desde su moto.
Sacudí el vestido con brusquedad, irritada, alzo la vista para tomar impulso y poyarme en una de las barandas que se encuentran cercanas al andén, intentando recomponerme y no terminar de perder el equilibrio por culpa de los tacones. En cuanto logré enderezarme un poco, me termino de arreglar el vestido con torpes manotazos, tratando de recuperar algo de dignidad.
Editado: 18.05.2025