Destinos Cruzados

EL ARTE DE SER

NIALK RUSELL

—El tonto es él… por no darse cuenta de la chica que acaba de perder —

Las palabras se me escapan antes de poder detenerlas. Genial, Nialk. Eso sonó a "me gustas, mucho, demasiado". Intento disimular, ladeo la cabeza hacia otro lado como si no fuera gran cosa, pero… claro que lo es, La miro de reojo. Ella frunce ligeramente el ceño, confundida, con el pañuelo aún entre los dedos. Tiene el rímel corrido por las mejillas, como si hubiera llovido solo sobre su rostro. Y aun así… se ve preciosa. Demasiado. No sé cómo no se me pasó por la cabeza que tenía novio. Una chica como ella… no puede pasar desapercibida. No sé por qué diablos la seguí. Quizá fue el modo en que se quedó parada en medio de ese parque como si el mundo se le viniera abajo. O porque verla marcharse así… me removió algo que ni siquiera entendía. O tal vez —solo tal vez—, hay algo en ella que simplemente no me permite alejarme. Y no quiero averiguar si eso es bueno… o malo. Ella nota que la estoy mirando. Desvía la mirada rápido, como si intentara esconderse. Y justo ahí, lo noto. Se ha puesto nerviosa Y no tengo idea de por qué, pero eso me hace sonreír.

—¿Tienes cómo regresar a casa? —pregunto, intentando que mi voz suene casual, aunque siento la tensión subiéndome por la garganta. Ella niega suavemente con la cabeza, y sus ojos se deslizan por mi rostro como si estuviera tratando de leerme. Y yo, que jamás me siento intimidado por nadie, tengo que hacer un esfuerzo por no tragar saliva. ¿Por qué demonios no deja de mirarme así? No se da cuenta de que cuando lo hace, me gustan aún más sus ojos. Son como un anzuelo: si me sigue mirando así, voy a terminar cayendo del todo.

—Si quieres, te puedo acompañar —me ofrezco, con un encogimiento leve de hombros. Intento sonar relajado.

—Gracias, puedo tomar un taxi —responde, apartando la mirada tan rápido como la había fijado en mí. Se recoge un mechón de cabello detrás de la oreja, distraídamente, y tengo que contener el impulso estúpido de hacerlo yo mismo. Se levanta del paradero, y lo hago también sin pensar. Veo cómo busca un taxi y noto el temblor leve en sus dedos. Cuando un vehículo se acerca y se estaciona frente a nosotros, vuelve a mirarme.

Y maldita sea… Me declaro oficialmente fan número uno de sus ojos.

—Gracias por todo, Nialk. Te debo una —dice, con una sonrisa apenas curvada. Le sostengo la mirada. No me gusta que esto quede como un simple “gracias y adiós”.

—Bueno… eso significa que podemos ser amigos ahora, ¿no? —pregunto, impidiéndole entrar al taxi suavemente con mi mano en la puerta. Ella me estudia por unos segundos que se sienten más largos de lo normal, como si buscara alguna trampa en mis palabras. Luego, sonríe de lado.

—Depende… ¿vas a dejar de ser tan borde?

—Es lo que mejor sé hacer —respondo con una risa suave, encogiéndome de hombros. Ella pone los ojos en blanco, pero hay brillo en ellos. Esta vez no es tristeza, sino algo más… ¿curiosidad, tal vez?

—Esta vez sí ha sido un placer coincidir contigo —dice, subiendo al auto. La puerta se cierra y el taxi arranca, alejándose. Y yo me quedo ahí, en la acera, con la sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, algo empieza a moverse dentro de mí.

El pitido de mi celular me arranca de golpe de mis pensamientos. Meto la mano en el bolsillo de mis vaqueros y lo saco. Es una llamada entrante de mamá. Contesto y me lo llevo al oído.

—¿Aló? – Se escucha ruido del otro lado de la línea.

—¿Dónde están? —pregunta con voz exasperada.

—Estoy en un paradero, madre —respondo, ya anticipando el regaño que viene.

—¿Los dos se han vuelto locos o qué? ¿Dónde está tu padre? – Su tono tiene ese deje de molestia que conozco demasiado bien.

—Edrick es un inconsciente, mira que meterse a un lugar como ese sabiendo que se le puede subir la presión, ¡que se puede alterar! – Su respiración se vuelve más agitada. Me echo a andar otra vez hacia el parque.

—Mamá, tranquilízate, ya voy a buscar a papá —le digo, apresurando el paso. He olvidado a papá en esa dichosa casa de juegos.

—Más les vale aparecer en menos de quince minutos afuera del lugar. El chofer ya viene por nosotros.

Mamá cuelga. Y puedo sentir su enfado cruzando la línea como una descarga. Nos espera un sermón, eso es seguro.

—Joder… —mascullo, entrando de nuevo al lugar mientras marco el número de papá.

—Vamos, contesta… mamá está a punto de matarnos a los dos —susurro, mientras el celular suena tres veces antes de que por fin responda.

—¿Nialk? ¿Dónde estás? —pregunta él desde el otro lado.

—Voy de vuelta al parque —respondo, esquivando gente entre la multitud de luces y risas. Entonces lo veo. Está justo donde las tiendas del tiro al arco.

—Ya te vi —murmuro mientras cuelgo, apretando el celular en mi mano y apresurando el paso entre la gente. Probablemente este día va a terminar peor de lo que empezó. Y lo peor es que ni siquiera me sorprende.

—¡Papá! —alzo la voz apenas lo distingo entre los puestos de tiro al arco. Su silueta es inconfundible, incluso entre la multitud. Me abro paso entre la gente a grandes zancadas, esquivando gente.

—Te has tardado —murmura con una media sonrisa mientras clava sus ojos verdes en los míos. Somos casi idénticos. Es como mirarme en una especie de espejo, Heredé de él el tono exacto de esos ojos verdes que no pasan desapercibidos, y su cabello rojo. La única diferencia real entre nosotros es la altura: le saco fácilmente dos cabezas, aunque él siempre ha sabido cómo imponerse sin necesidad de medir más.




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