Destinos Cruzados

UN CAOS LLAMADO TU

Me encamino hacia el parqueadero del instituto en busca de mi moto. Apenas mamá se entere de que me la he traído sin permiso, se me viene un lío monumental, pero ahora mismo no me importa. Esquivo un par de motos mal estacionadas y llego hasta la mía. Saco las llaves del bolsillo, me subo al asiento y me ajusto el casco. Estoy a punto de arrancar cuando la veo Camina junto a una chica rubia que va colgada de su brazo, y del otro lado está Logan, el chico del equipo de baloncesto. La observo desde la distancia, y parece distraída, perdida en sus pensamientos.

—Vaya que eres hermosa, gruñona —susurro para mí, sintiendo cómo una sonrisa involuntaria se me escapa. Ella sonríe en algún momento, tal vez por algo que dice su amiga, y juro que nunca en mi vida había visto algo tan jodidamente bonito. Esa sonrisa me golpea directo en el pecho.

—¿por qué tienes que ponerme las cosas tan difíciles? —mascullo entre dientes, sin apartar mis ojos de ella hasta que desaparece de mi campo de visión. Arranco la moto, el rugido del motor rompe el ruido del parqueadero y salgo a la carretera. La brisa fría me despeina los rizos que se escapan del casco. La vuelvo a ver a unos metros más adelante. Está en una estación, parada junto a la misma chica. Sin pensarlo, freno cerca. Me quito el casco y dejo que el aire fresco choque contra mi rostro. Las dos giran a mirarme, y me encuentro con la confusión clara en los ojos de Alice.

—Hola —digo con naturalidad, aunque por dentro mi corazón late más rápido de lo que me gustaría admitir.

—¿Vas a tu casa? —pregunto

—Sí… —responde, todavía sin entender qué demonios hago frente a ella.

—Puedo llevarte —ofrezco, mirándola con calma mientras mi moto ruge bajo mí. Su amiga intenta contener una risa, aunque no lo logra, parece encantada por la situación. Alice me lanza esa mirada entre incrédula y fastidiada que tengo que admitir que me gusta.

—No, gracias. No confío en alguien que estuvo a punto de atropellarme la última vez que lo vi subido en un trasto de esos —responde, apartando la mirada. No puedo evitar sonreír. Siempre tiene algo con qué contraatacar, como si su boca estuviera cargada de munición lista para disparar en mi contra. Y, joder, cómo me gusta eso.

Pues deberías confiar más en mí que en tu propio juicio. Porque, si no mal recuerdo, esa vez fue culpa de cierta gruñona de rizos rebeldes y temperamento del demonio… que casi terminamos en el hospital dos veces el mismo día —respondo, arqueando una ceja con burla, mientras cruzo los brazos con aire triunfal.Ella me mira con los ojos muy abiertos, incrédula, y después aprieta los labios en una fina línea que apenas oculta su indignación.

—¡Pues el que debía fijarse en lo que llevaba al frente eras tú! —contraataca, alzando la barbilla con orgullo.

La observo, fascinado, y dejo que una sonrisa traviesa se dibuje en mis labios. Inclino un poco la cabeza hacia ella, disfrutando del sonrojo que empieza a trepar por sus mejillas —Oye, yo sí tenía los ojos al frente… el problema es que parece que tú no – Su respiración se vuelve más lenta, como si de repente el aire le pesara. Y su gesto puedo leerlo todo: vergüenza, furia contenida y un recuerdo que, para mí, sin lugar a duda, sigue siendo el mejor de todos.

—¡Que te den! —espeta, girando el rostro con brusquedad. Sus rizos se mueven al compás de su gesto y se empeña en no mirarme. Yo sonrío, incapaz de tomarme en serio su arranque; hay algo tan genuinamente adorable en la forma en que se enfada que, lejos de molestarme, me atrapa más —Oye, eso no se le dice a quien amablemente se ha ofrecido a echarte una mano —replico, negando repetidamente con la cabeza, el gesto con desaprobación. Por dentro, sin embargo, me descubro pensando en lo mucho que me gusta provocarla.

—Anda, Alice, te vendrá bien —su amiga la empuja suavemente hacia mí, y ella se frena de inmediato, lanzándole una mirada asesina – ¿te has vuelto loca o qué? – ella la mira sin poder creer lo que hace la otra chica – cielo no vas a ser tan maleducada de decirle que no después que él se ofreció a llevarte, ¿verdad? – ella gira su rostro hacia mi y me regala una sonrisa cómplice –

—Alexa, ¿no te ibas ya? —

—Imagina que el clima está tan apetecible que he decidido quedarme aquí a contar los carros —responde con descaro, y yo tengo que reprimir la risa mientras ella le lanza una mirada furibunda

—Alexa —le recrimina Alice con fastidio.

—He dicho que no —su amiga niega con descaro, rodando los ojos.

—¿Logan ya no se iban? —Alice intenta salvarse, mirando al chico a su lado. Él asiente.

—Ni intentes chantajearme con Logan, ¿oíste? —lo señala con el dedo, y Alexa suelta un resoplido. Alice me mira al fin, sus ojos cargados de terquedad.

—No me voy a subir contigo en esa moto. No quiero terminar debajo de un carro, gracias —escupe con sarcasmo con los brazos cruzados como un muro. Me río bajo, negando con la cabeza mientras me paso los rizos hacia adelante y acomodo el casco entre mis manos.

—¿Última palabra? —pregunto, arqueando una ceja.

—Sí —responde tajante, clavándome la mirada con una firmeza

—Vale, gruñona, no te molesto más —cedo, dibujando una sonrisa mientras me coloco el casco y arranco la moto. El rugido del motor corta la tensión y en segundos me pierdo de su vista. Diez minutos después estoy en casa de mamá. Las puertas automáticas se abren, dándome paso al jardín iluminado por faroles, repleto de plantas y flores. Mamá adora todo lo que tenga que ver con la botánica, así que papá le acondicionó este espacio solo para ella. Cada día aparece con una planta o flor nueva que añadir a su colección. Y como si no bastara, en la parte de atrás papá le sembró un jardín entero con su flor favorita. Estaciono la moto en el garaje que se encuentra en la casa.




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