Destinos Cruzados

ACERCAMIENTO

Llevo más de veinte minutos intentando callar a Alexa, mientras ella da vueltas frente al espejo del cuarto, analizándose por décima vez.

—¿Estás segura de que este vestido se me ve bien? —pregunta con una mezcla de duda y desesperación, girando un poco para verse de perfil.

Sus dedos se deslizan por la tela, ajustando el borde invisible del vestido que ya está perfecto desde hace rato.

—Cielo, te ves preciosa —le digo por enésima vez, cruzándome de brazos y recostándome al marco de la puerta—. Si lo que te preocupa es que no le guste a Logan, déjame decirte que ese chico te miraría igual de embobado aunque trajeras puesta una costal de papas.

Alexa rueda los ojos, pero una sonrisa le escapa a los labios. Esa sonrisa que siempre aparece cuando intenta disimular que está nerviosa.

—Lo dices porque eres mi mejor amiga —replica, clavando la mirada en mí, buscando confirmar lo que ya sabe.

—¿Por quién me tomas, mujer? —fingo indignación, llevándome una mano al pecho con dramatismo—. Te lo digo con el profesionalismo de una modelo de Victoria’s Secret – Ella suelta una carcajada, esa risa.

—Vale, entonces ya te puedes ir —dice finalmente, colocándose los pendientes y sacudiendo el cabello con un gesto coqueto. La miro sonriendo. A veces quisiera tener su ligereza para reírse del mundo. Yo, en cambio, sigo con la cabeza llena de lo de Noat. No le he contado nada; la conozco demasiado bien. Si se lo dijera, sería capaz de ir a buscarlo y darle una patada que lo deje sin descendencia. Y no exagero: ya lo ha hecho antes.

—Fue un placer darte mi opinión profesional —bromeo mientras tomo mi bolso.

—Sí, sí, gracias, Miss Pasarela —responde con una sonrisa—. Pero ya vete, que se te hace tarde.

—¿Por culpa de quién? —le reprocho alzando una ceja.

—Lo lamento, pero vete ya. —me empuja hacia la puerta riendo.

Camino unos pasos y me vuelvo a verla; aún sigue frente al espejo, dándose los últimos toques, mordiéndose el labio inferior. Y por un segundo pienso que ojalá todo fuera tan sencillo como elegir un vestido. Tardo unos diez minutos en llegar al local. Apenas cruzo la puerta, el olor a café recién molido me envuelve, y la voz de Lían me recibe antes que cualquier otra cosa.

—¡Hola, mi amor! —saluda con entusiasmo, le hago un asentimiento con la cabeza sin mirarlo.

—Hola, Lían —respondo mientras me quito el abrigo y el gorro de lana, sacudiéndome un poco el cabello que el viento ha despeinado. Pero apenas levanto la vista, me quedo mirándolo incrédula.

—¿Se puede saber qué te has hecho en el cabello? —pregunto, con una mano cubriéndome la boca para disimular mi sorpresa. El rosa pastel que lleva ahora es imposible de ignorar.

—Necesitaba un cambio de look —dice encogiéndose de hombros—. El estúpido de Patrick se largó, y quería quitarme el color que él me había hecho teñir. —Hace una mueca, pasándose los dedos por el flequillo—. ¿Se ve mal?

—No —respondo enseguida, negando con la cabeza. Sería un suicidio decirle lo contrario. Si le digo que se ve mal, es capaz de raparse y culparme de su desgracia..

—No, la verdad es que se te mira bien —respondo sonriendo—. Pero… ¿acaso piensas cambiarte de color cada vez que terminas con él?

—él Tiene la culpa por idiota —replica con dramatismo—. Si quedo calvo, lo demandaré por daños y perjuicios emocionales – No puedo evitar soltar una risa.

—Pobre Patrick, mira que aguantar y ahora lo vas a demandar – Lían me lanza una mirada ofendida y levanta el dedo del medio.

—¡Ya, ya! Solo bromeaba —digo alzando las manos en señal de rendición—. Por cierto, ¿y el señor Frederick?

Eche un vistazo alrededor del local. Está más lleno de lo normal; el murmullo de los clientes se mezcla con el sonido de la cafetera. Afuera, ya oscureció.

—En su oficina —responde Lían con un suspiro resignado mientras acomoda unas cajas detrás del mostrador—. Hoy trajeron nuevas mercancías. Al parecer, a nuestro querido jefecito se le ha ocurrido convertir esto en una especie de cafetería-librería. Ahora tendremos un rincón de estudio, nuevos horarios, y… turnos hasta las diez – Resopla empujando una caja con el pie.

—Espero que al menos nos paguen más por el doble de trabajo —digo, tomando una de las cajas para ayudarle.

—Encárgate de los clientes primero, después te echo una mano —responde desapareciendo por la puerta trasera, dejando a su paso el eco de su perfume dulce. Me coloco el delantal y me ato el lazo por detrás mientras camino hacia la caja registradora. Reviso que todo esté en orden, la máquina encendida, el mostrador limpio. Una vez todo listo, tomo la libreta y el bolígrafo que siempre llevo encima y me acerco a la mesa que acaba de llamar.

—Buenas noches, bienvenidos —saludo con una sonrisa amable, tratando de sonar más despierta de lo que realmente me siento.

—Por favor, ¿me regalas un expreso y un americano? —dice una chica de tez morena y cabello rizado, sonriendo con gentileza. Le devuelvo el gesto mientras anoto rápido en la libreta.

—¿Van a acompañarlo con algo? —pregunto, levantando apenas la vista.

—Unas donas para mí —responde el chico que está con ella. Lleva un gorro negro cubriéndole parte del cabello y me observa con curiosidad. Sus ojos cafés son tan expresivos que por un segundo olvido seguir escribiendo.




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