Destinos Cruzados

EL PUNTO EXACTO DONDE EL DESTINO SE CRUZA

NIALK RUSSEL

—Dios mío, ha sido un día agotador —dice el chico, al que conozco como Lían, mientras se estira los brazos con un suspiro cansado y se frota las sienes, como si quisiera sacarse el cansancio con las manos. Aun así, su voz conserva ese tono ligero —. Gracias por echarnos una mano, en serio —añade, dedicándome una sonrisa cargada de alivio y algo de compasión.

—Nialk, ¿verdad? —Pregunta después, entornando los ojos un poco mientras intenta pronunciarlo bien—. Tu nombre no es muy común que digamos –

—Sí, así es —respondo con una leve sonrisa, ladeando la cabeza—. No fue nada, la verdad… me he divertido –

—Claro, sobre todo con Alice, que estaba a punto de arrancarme la cabeza por haberte dado empleo momentáneo —dice con tono burlón, mientras se acomoda el gorro de lana.

—Te debo una —añado, y el niega

—Ha sido todo un placer —

—A la próxima que vengas por un café, tu pedido va por la casa —

—Recuérdame tu nombre… —dice Lían, frunciendo el ceño mientras me observa con atención, como si intentara encajarme —. Es que tu cara se me hace un poco familiar —Nialk Russell —respondo, sin darle demasiada importancia. Pero en cuanto lo digo, sus ojos se abren un poco más, como si acabara de resolver un enigma —¿Russell? —Repite, incrédulo—. ¿Eres el hijo de Edrick Russell? —Su voz se eleva apenas, cargada de sorpresa—. El dueño de las empresas textiles más grandes y exitosas de aquí… No me lo puedo creer. —Suelta una risa nerviosa, llevándose una mano al cabello—. Con razón me parecías conocido. Eres idéntico a tu padre – Yo solo sonrío con cierta incomodidad, metiendo las manos en los bolsillos para disimular el gesto. Otra vez lo mismo. No importa dónde esté o qué haga, siempre termino siendo “el hijo de”. La manera en que lo dice no tiene malicia, pero igual me deja esa sensación de distancia, como si el apellido pesara más que mi propio nombre.

—Por favor, no se lo vayas a decir a nadie —le pido, bajando un poco la voz mientras hago un gesto con las manos, intentando que entienda que hablo en serio. Lían asiente varias veces, todavía con esa expresión de quien no acaba de asimilar lo que acaba de descubrir.

—¿Ni a Alice? —pregunta al fin, arqueando una ceja.

—Ni a Alice —respondo sin pensarlo.Sus ojos me estudian por un segundo, como si intentara adivinar el motivo detrás de mi respuesta. Yo aparto la mirada, frotándome la nuca. No sabría cómo explicarle que lo último que quiero es que ella me vea distinto… o peor aún, que empiece a tratarme como alguien que no soy.

—Vale —dice finalmente—. Tendrás tus razones – Añade. Apenas termina de decirlo, aparece Alice desde el fondo, sujetando un manojo de llaves entre los dedos. Camina hacia nosotros con paso firme. Se mira un poco cansada, y no es para menos el trabajo en este lugar es desgaste. Es admirable como ella sobre lleva todo en orden. Es una chica increíble en todo el sentido de la palabra.

—Lían, se te olvidó esto —dice, extendiéndole las llaves. Él la mira con una sonrisa que deja ver que esto no es la primera vez que ella lo rescata.

—Me salvaste el trasero, cariño —responde, y antes de que pueda reaccionar, le planta un beso rápido en la mejilla.

—Nada de eso. Me acompañas al metro —dice, señalándome con el dedo mientras su ceño se frunce apenas. Luego suspira, y con un movimiento rápido se acomoda un mechón rebelde que le cae sobre la frente.

—Te he salvado por enésima vez en el mes —añade, alzando una ceja. La observo mientras se recoge el cabello en una coleta alta. No sé qué tiene ese simple movimiento, pero hace que todo mi cuerpo se tense por un segundo. Su cuello queda al descubierto, y juro que el aire parece volverse más denso. Trago saliva, intentando disimular que me le he quedado viendo ni un psicópata. Cada vez que la veo Creo que me fijo demasiado en las cosas que hace. En los gestos que hace cuando está nerviosa, incomoda o molesta, o me fijo demasiado en su cabello se escapa de la coleta y roza su mejilla. Y, por si fuera poco, ese jersey y esos vaqueros le sientan tan bien que empiezo a pensar que deberían ser parte de su uniforme diario. No me molestaría verla así cada vez que nos cruzamos.

—Contigo nada es gratis, ¿eh? —responde Lían, divertido. Ella niega mientras sonríe. Y Cada vez que la veo encuentro algo nuevo que agregar a la lista de cosas que me atraen de ella. Y sí… esa sonrisa definitivamente encabeza la lista. Pero lo peor es que ni siquiera se da cuenta. No nota cómo mi mirada siempre la busca. Pero Desde lo hace un rato con lo su ex novio, parece haber levantado un muro entre ella y el resto del mundo, y cada vez que intento acercarme, termino del otro lado, invisible. Y no sé qué hacer para que me vea. Para que, aunque sea por un segundo, se dé cuenta de que yo también estoy aquí… que existo, y que me quedaría esperándola las veces que hiciera falta.

Puedo llevarte si quieres —me atrevo a decir, sin pensarlo demasiado. Las palabras se me escapan antes de que mi cerebro procese la locura que acabo de soltar. Solo quiero que me mire, que sus ojos se crucen con los míos aunque sea un segundo. Ella se detiene. Gira lentamente hacia mí, y sus cejas se arquean apenas, como si no hubiera escuchado bien. Su expresión es una mezcla de sorpresa y confusión. Trago saliva, intentando parecer tranquilo. Tal vez suene absurdo, pero esto… esto ya es una pequeña victoria. Porque por fin, aunque sea por un instante, me está mirando. Y eso basta para que todo valga la pena.




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