Me paso el resto del partido observando a Nialk, sin siquiera darme cuenta de que Noat sigue sentado al otro lado de las gradas. Es como si mi atención hubiera elegido su propio punto fijo… y ese punto es él. Nialk. El pelirrojo que juega como si el mundo entero dependiera de cada movimiento que hace. Me sorprende lo vivo que se ve cuando juega: la forma en que sonríe apenas Logan le grita algo, cómo frunce el ceño cuando se concentra, la manera en que su respiración se agita y su pecho sube y baja con cada carrera. Su energía es contagiosa, y me descubro sonriendo cada vez que lo veo reírse con sus compañeros.
¿Desde cuándo lo miro así?
El silbato final me saca de mis pensamientos. El público estalla en gritos y aplausos cuando anuncian que nuestro instituto ganó. Los jugadores levantan los brazos, se chocan las manos, se abrazan. Logan nos busca con la mirada y le hace una señal a Alexa, que en cuanto la ve se queda rígida como una estatua.
—Cielo, vamos —dice, tirando de mi mano sin dejarme protestar—. Tienes que acompañarme, mira que me prometiste darle un puñetazo si me hacía enfadar.
Sonríe nerviosa, y puedo ver cómo intenta disimular la ansiedad moviendo los dedos de la mano, apretándolos y soltándolos – claro que si eso no lo dudes – digo divertida. Nos abrimos paso entre la multitud que empieza a desocupar el gimnasio. La gente baja los escalones de las gradas empujándose, riendo, comentando del partido. Alexa avanza decidida, pero la noto con los hombros tensos. De vez en cuando se arregla el top o se toca el mechón de su cabello rubio, ese que siempre se acomoda cuando está nerviosa. Salimos de las gradas y entramos a los pasillos largos llenos de casilleros, que retumban con ecos de pasos y voces lejanas. El contraste es inmediato: del bullicio ensordecedor del partido al silencio del pasillo. miro de reojo a Alexa tiene cara de que le puede dar un infarto en cualquier momento. Sus manos tiemblan ligeramente y respira tan rápido que parece que va a hiperventilar.
—Oye, cálmate, que no vamos a matar a nadie —digo divertida. Ella me mira con mala cara, de esas que dicen “no estoy para bromas”, pero aun así sus labios tiemblan como si fuera a morderse la lengua para no confesar lo nerviosa que está. Un chico aparece en nuestro campo de visión es rubio, alto, lleva puesta la camiseta del equipo sudada, viene directo hacia nosotras.
— ¿Eres Alexa? —pregunta cuando llega a nuestra altura. Alexa traga saliva.
—Sí —responde, tan bajito que casi no la escucho. Instintivamente le aprieto la mano, como si pudiera transmitirle seguridad.
—Logan me ha dicho que te acompañara a los vestidores. Que necesita hablar contigo –
— ¿estamos lejos? – dice Alexa, el chico niega.
—Vamos —logra articular Alex, aunque su voz suena como si la hubiera empujado fuera de su garganta. Nos guía por un pasillo más estrecho, donde el olor a desinfectante. Se mezcla con el de la ropa deportiva. Las luces parpadean y cada eco de nuestros pasos suena más fuerte que el anterior. A medida que avanzamos, Alexa aprieta mi mano con más fuerza, como si temiera que, si me suelta, se va a desmayar ahí mismo. Llegamos frente a una puerta metálica con un letrero que dice Vestuario en letras grandes. El rubio señala la puerta y luego se marcha sin más.
Alexa se queda congelada en la entrada. Literalmente no se mueve. Tiene los ojos muy puesto en la puerto, respirando poquito, como si no supiera si avanzar o salir corriendo. Le doy un apretón suave en la mano.
—Vamos, cielo. Entra. Recuerda que no voy a incumplir mi promesa de darle un puñetazo si te hace enfadar –
—Entra —le digo, soltando su mano para que dé el paso. Alexa respira hondo, tan profundo que parece que intenta llenarse de coraje. Se acomoda un mechón detrás de la oreja, se endereza la espalda y finalmente… empuja la puerta. El sonido de los casilleros y voces sale desde dentro. Ella cruza la entrada, y la puerta se cierra tras ella, dejándome sola en el pasillo en un interminable corredor lleno de casilleros metálicos.
El eco de mis pasos resuena cuando me muevo unos centímetros, solo para matar la curiosidad. Todo huele desinfectante y a ese aroma particular de ropa deportiva. Estoy distraída mirando lo que hay a mi alrededor, perdida entre mis propios pensamientos, cuando escucho voces. Muy cerca. Demasiado cerca. La conversación se cuela por el pasillo. Me congelo al instante, como si alguien hubiera apagado un interruptor dentro de mí. No quiero que me vean aquí.
Sea quien sea, no quiero. Mi cuerpo entero actúa por instinto: contengo el aliento, me hago pequeña contra la pared, como si pudiera volverme invisible solo con desearlo lo suficiente.
—¿Has visto al chico nuevo del equipo de baloncesto? —dice una voz femenina, tan próxima que podría jurar que están a unos pasos de donde me estoy. Nialk.
Seguro hablan de él. Él es el único chico nuevo.
—Sí, es un tío guapísimo. Dios mío… se me han mojado las bragas solo con verlo jugar —dice otra, entre risas ahogadas.
Pongo los ojos en blanco de inmediato, casi sin pensarlo. Un gesto automáticamente ridículo. Al parecer ya le salieron fans. Y no sé por qué demonios me molesta ese hecho. la incomodidad que me sube lentamente por el estómago. ¿Desde cuándo me afecta lo que digan otras sobre él? Ni siquiera debería importarme. No es mi problema. No es mi nada.
Editado: 04.12.2025