Destinos Cruzados

UN SI

—Todo está en orden, joven Nialk —dice la nana, asomándose por la puerta de mi habitación. Alzo la vista apenas un segundo. Asiento. Ni siquiera me sale la voz. Vuelvo de inmediato a la montaña de ropa que tengo regada sobre la cama, metiendo y sacando prendas del closet como si estuviera buscando una salida de emergencia y no una camiseta decente. Mis manos se mueven rápido, demasiado rápido, casi torpes. El corazón me late en la garganta. Joder, estoy más nervioso de lo que quiero admitir. La nana da un par de pasos dentro del cuarto. Sé que me está mirando con ese gesto suyo, el de “sé exactamente lo que te pasa aunque no lo digas”. Me froto la nuca, incómodo.

—Gracias, nana… —murmuro sin girarme, fingiendo que estoy muy ocupado eligiendo entre dos camisetas idénticas. Qué patético. Respiro hondo. El cuarto está en silencio excepto por el sonido suave de las perchas chocando entre sí y mi propia respiración acelerada. Intento centrarme, pero el pensamiento vuelve igual, insistente, inevitable. Hoy voy a ver después de dos días. Y ahí está otra vez ese pinchazo en el pecho. Ese miedo tonto. Ese presentimiento que no sé de dónde carajo salió. Acomodo otra prenda —mal, porque la dejo caer al piso— y suelto un suspiro frustrado. Me agacho a recogerla, pasándome una mano por el cabello mientras intento controlar la expresión idiota que sé que llevo en la cara.

La nana solo sonríe por lo bajo. Y no la culpo. Si me viera desde afuera también me reiría.

—Cálmate, jovencito, te va a dar algo —dice ella mientras empieza a acomodar las prendas en su lugar. Sus manos se mueven rápidas, seguras, como si supiera exactamente dónde va cada cosa—. No sé quién te tiene así, pero no tienes por qué sentirte como si estuvieras a punto de cometer un crimen. Debe ser alguien muy especial para colocarte de tal manera – Ella termina de acomodar la última prenda en el closet y se gira hacia mí. Me recorre con la mirada de arriba abajo, evaluándome como si fuera su obra maestra.

—Estás muy guapo. Has elegido muy bien —dice, divertida, con una sonrisita de esas que me ponen aún más nervioso—. Y si ella no se da cuenta del esfuerzo que has hecho por verte tan bien, estaría ciega – Me paso una mano por el cabello, intentando que parezca un gesto casual y no el intento desesperado de alguien que está a segundos de perder la compostura.

—¿Se nota mucho? —pregunto, y el tono ansioso me traiciona. Ella solo ladea la cabeza, tranquila como siempre.

—Vas perfecto —responde, sin más. Perfecto. Ojalá yo me sintiera así.

—Gracias, nana. Cuando llegue… por favor avísame —murmuro, desviando la mirada porque siento el estómago apretado de puro nervio.

Ella asiente con una sonrisa suave antes de salir de la habitación.

—Hoy la veo después de dos días… —murmuro en voz baja completamente solo. Dos días. Dos malditos días en los que Alice no ha respondido como lo hacía antes.

No es que me ignore… pero tampoco está igual. Sus mensajes ya no llegan tan rápido, ya no usa esos comentarios bordes que antes me sacaban una sonrisa absurda, y esa sensación de que me evita me tiene los nervios al borde. Me paso una mano por la nuca, inquieto. Le dije que me gustaba. Solté algo que llevaba días quemándome por dentro, algo que ya no podía seguir tragándome. No quería seguir fingiendo que solo quería ser su amigo… porque no es verdad. Nunca lo fue. Quiero más. Joder… quiero mucho más. El corazón me da un golpe fuerte contra el pecho solo de pensarlo.

—Nialk —Miriam aparece corriendo en mi habitación y se lanza a mis brazos sin siquiera avisar. La sostengo antes de que ambos terminemos en el suelo, y ella me sonríe como si no nos viéramos desde hace meses.

— ¿Y tú qué haces aquí? —Pregunto, despeinándole el cabello rojizo hasta convertirlo en una pequeña nube rebelde sobre su frente—. Se te va a hacer tarde para tu clase de piano – digo y Ella frunce los labios en un puchero dramático, pero tan suyo, que me arranca una sonrisa al instante.

—Llévame tú con el chofer… —pide con esa inocencia que siempre usa para salirse con la suya—. No quería irme sin despedirme. Me le escapé a la nana cuando salió a ver quién tocaba el timbre —confiesa en un susurro, como si acabara de revelar un delito gravísimo.

—No hagas enojar a la nana con tus travesuras, Miriam —le digo, dándole un golpecito suave en la frente. Ella asiente… aunque ambos sabemos que, cuando se trata de Miriam, la palabra tranquilidad ni siquiera aplica. Es un pequeño terremoto con piernas, imposible de detener.

—Ahora vamos antes que se te haga tarde —digo, ajustándola un poco en mis brazos antes de bajarla al suelo. Miriam de inmediato se aferra a mi mano, balanceándola con entusiasmo mientras salimos de la habitación. Camina dando pequeños saltitos, hablándome sin respirar acerca de una canción nueva que está aprendiendo con el piano. Sus ojos verdes brillan como si me estuviera contando el secreto más importante del universo. Yo asiento, sonrío… pero la verdad apenas registro la mitad. Bajamos las escaleras despacio, y mientras lo hacemos, Miriam tira suavemente de mi brazo, como si con eso pudiera traer mi atención de vuelta a su mundo.

—Si me llevas tú, puedo saltarme la clase… ¿un poquito? —

—Ni lo sueñes, no me voy a meter en problemas con mama señorita —respondo. Ella hace un puchero dramático, inflando las mejillas. Yo le revuelvo cabello.

Bajamos los últimos escalones y entramos a la sala. Escucho una voz familiar, pero no logro ubicar de quién es hasta que doblo la esquina. Y ahí está Alice. Hablando con la nana. Parece distraída, completamente ajena a mi presencia. Pero yo… yo siento cómo el estómago se me encoge como si me hubieran dado un puñetazo suave pero certero. No entiendo por qué siempre me pasa esto. Es como si mi cuerpo decidiera reaccionar antes de que yo pueda poner un maldito pensamiento en orden.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.