Apenas Nialk abre la puerta del carro, siento que mis protestas se quedan flotando en el aire.—Te he dicho que puedo irme sola —repito, por tercera vez. Ahora estamos en un juego que claramente no quiere perder—Y yo te he dicho que puedo llevarte —responde, mientras sostiene la puerta para que entre.
Resoplo, pero igual hago lo que él quiere. Tomo asiento en el lado del copiloto y, apenas cierro la puerta, me quedo completamente inmóvil, como si mi cuerpo hubiera entrado en modo estatua. Observo el interior del auto y, madre mía… esto no es un carro, es una nave espacial. Mis ojos recorren la cantidad absurda de botones que tiene. Uno. Dos. Diez. Cincuenta. Me quedo rígida, con la sensación ridícula de que si muevo un dedo voy a activar un botón nuclear o abrir una compuerta secreta de aquí. El olor a cuero nuevo se mezcla con un perfume caro que claramente no es mío. Todo es negro, brillante, perfecto. Tan perfecto que me da miedo hasta respirar encima. Trago saliva. Espalda recta. Manos juntas sobre mis piernas. Codos pegados al cuerpo como si el asiento fuera sagrado. Intento no rozar nada. Literalmente nada. Mi reflejo en la pantalla central me devuelve una expresión de “no pertenezco aquí” tan obvia que me dan ganas de esconderme debajo del asiento… si no fuera porque seguro también está impecable y no me atrevo a tocarlo.
Nialk rodea el carro y se mete en el asiento del conductor. Su presencia llena el espacio al instante, como si el auto hubiera encogido solo para obligarme a sentirlo más cerca.
—¿Lista? —pregunta.
Asiento, porque mi voz decidió traicionarme y quedarse en algún punto del camino. Él se inclina hacia mí—demasiado cerca—y mi cuerpo entero se congela. Literalmente queda encima, su torso rozando mi brazo, su sombra cubriéndome, su respiración tibia acariciándome la mejilla. Mi corazón salta. Mi piel se eriza. Mi cerebro… deja de existir. Cierro los ojos por instinto, esperando que… no sé, algo pase.
—Te falta esto —murmura, y siento su mano pasar rozando mi costado mientras me ajusta el cinturón. Su toque es un carril de electricidad directo a mis nervios. Abro los ojos y Me pongo roja. Completamente roja. Él lo nota. Y sonríe.
—G-gracias —murmuro, intentando disimular el incendio que tengo en la cara, rogando que no haya notado nada. —Siempre será un placer —responde mientras vuelve a incorporarse en su asiento. Pero antes de hacerlo, me dedica una sonrisa… esa sonrisa. La que hace que el aire se espese, que mis pensamientos se enreden y que mi corazón se olvide de latir un segundo. ¿Por qué diablos tiene que sonreírme así? Es un arma de destrucción emocional masiva. Toma el volante y arranca en reversa. El movimiento me toma por sorpresa y doy un respingo involuntario.
—Dime que sabes manejar esta cosa —pregunto, intentando sonar tranquila, pero la voz me tiembla como si hubiera pasado por una montaña rusa.
Él baja la mirada un segundo hacia mis manos, que están agarrando el asiento como si fuera un salvavidas, y una sonrisa divertida le cruza el rostro.
—Tengo mi licencia desde hace una semana —responde, como si eso fuera motivo de orgullo. Mis ojos se abren de golpe.
—¿Ah? —es lo único que logro decir. Mi cerebro me abandona, mi alma empieza a redactar su testamento y mi estómago cae hasta mis rodillas. Nialk levanta una ceja, disfrutando descaradamente de mi reacción.
—Tranquila —murmura, poniendo una mano en el volante con una serenidad que me desespera—. Soy excelente en todo lo que hago –
—¿Estás de broma? – le pongo mala cara. Él se ríe, claramente disfrutando de mi sufrimiento.
—Eres mi primera pasajera —añade, y encima me guiña el ojo. El descaro.
—Te juro que si no salgo con vida de esta, me las pagas —gruño, pegando la mirada a la ventana, aferrándome al asiento como si fuera a salir volando.
—No puedo dejarte morir —dice—. ¿Porque después con quién me casaré?
Sus palabras caen todas juntas en mi estómago. Fuerte. Demasiado fuerte. Lo miro de reojo, intentando convencerme de que lo dijo en broma. Tiene que serlo. Apenas llevamos nada conociéndonos. Muerdo el interior de mi mejilla para mantener la compostura. Mis dedos siguen aferrados al asiento, pero ya no es por miedo a morir. Sino por miedo a todo lo que se me está moviendo por dentro. Solo nos hemos besado una vez. Una sola. ¿Y ya está diciendo cosas así? No te ilusiones. No lo hagas. Me repito una y otra vez, intentando poner límites, intentando ser sensata, intentando frenarme antes de caer en algo que quizá ni él entiende todavía. Pero es inútil. Mi cerebro ya está escribiendo finales felices, poniendo música de fondo y decorando el camino como si esto fuera el inicio de algo grande.
Va concentrado en la carretera, pero hay algo en la forma en que sus manos se afianzan al volante… joder. No sé por qué demonios eso me parece tan atractivo. Cómo sostiene el volante, cómo mueve la muñeca al girar… Vale. Definitivamente me he vuelto loca. Nadie debería verse tan bien conduciendo.
Lo miro de reojo sin poder evitarlo. Tengo una vista perfecta de su perfil: su mandíbula definida, la línea elegante de su nariz, ese mechón rebelde cayéndole sobre la frente en ondas suaves. Parece sacado de un maldito anuncio de revista. Justo entonces, como si tuviera un radar para mis miradas, gira la cabeza hacia mí. Aparto la vista tan rápido que casi me lesiono el cuello.
— ¿Te apetece ir a una cita conmigo? —pregunta de repente. Mi corazón se detiene. Y luego late tan fuerte que creo que él debe escucharlo. Lo miro, porque necesito ver si lo dice en serio, y ahí está: esos ojos que parecen demasiado irreales para existir. Y están puestos en mí.
Editado: 04.12.2025