Empujo la puerta del apartamento y el clic del cerrojo rompe el silencio apagado del lugar. Todo está medio oscuro, solo la luz tenue de la calle entra por las cortinas… hasta que una sombra se mueve.
—¿Cómo te fue en casa de tu alíen? —dice Alexa saliendo por fin de detrás de las cortinas, con una sonrisa enorme. Avanza hacia mí casi saltando.
—¿Y se puede saber qué hacías allí? —pregunto, intentando sonar seria.
—No me cambies la conversación —responde al instante, apuntándome con el dedo mientras entrecierra los ojos—. Suelta. Ya –
—Bien —respondo, encogiéndome de hombros e intentando que mi voz suene neutral, como si el corazón no me estuviera golpeando el pecho desde que crucé la puerta. Alexa ladea la cabeza.
—¿Solo bien? —repite, cruzándose de brazos.
—Digamos que sí. —Me dejo caer en el sofá, con la esperanza de que mis nervios se queden de pie. Ella se sienta a mi lado al instante, toma un cojín y lo acomoda sobre sus piernas como si se preparara para escuchar un chisme de estado.
—A ver. Suelta esa boca ya, que me estoy muriendo de curiosidad, puñetera —exige
—Pues… —empiezo, pero las palabras se me quedan atoradas un segundo. La miro. Ella me mira como si estuviera a punto de contarle que gané la lotería.
—Le he dado un beso – Alexa congela todo movimiento. Luego sus ojos se abren tanto que creo que van a salírsele de la cara.
—No te lo puedo creer —chilla Alexa—. ¿¡En serio le has dado un beso!?
Me mira como si acabara de confesarle que me han propuesto matrimonio, con los ojos tan abiertos que casi brillan.
—¿Qué te dijo? ¿Cuál fue su reacción? ¿Qué sentiste? ¡Dios mío, háblame ya! —dispara sin respirar.
Me río porque no puedo con ella, pero también porque, al nombrarlo, el recuerdo me golpea de lleno: sus labios, su cercanía, ese vértigo dulce que todavía siento recorriéndome la piel. Ella se inclina un poco más hacia mí, abrazando el cojín contra su pecho, impaciente, expectante.
—¿Y…? — dice con una sonrisa.
—Ha sido el beso más genial de toda mi vida —confieso, sintiendo el calor subirme al rostro—. Y segundo… sentí como si mil puñeteras mariposas hubieran decidido hacer fiesta en mi estómago.
Alexa me mira con una sonrisa divertida… y con cara de “te lo dije”.
O sea… ¿que podemos calificar el beso? —pregunta Alexa con una sonrisa tan maliciosa que parece sacada de una película. Yo niego rápido, sintiendo cómo se me calienta la cara.
—No voy a calificarlo. Dejémoslo en que ha sido bueno. Muy bueno.
Apenas termino de hablar, me arrepiento. Demasiado tarde. La expresión de Alexa se ilumina como un árbol de Navidad en modo fiesta.
— ¡Sabía que no me podían fallar mis cálculos! —Exclama, señalándome con el cojín—. El tío está colado por ti y tú vas por el mismo camino.
Asiente con entusiasmo.
—Alex, no me quiero ilusionar tan rápido. Solo ha sido un beso, ¿vale? —digo, y mi voz suena un poco seca y nerviosa.
Ella lo nota al instante. Siempre lo hace. Su expresión cambia, como si hubiera visto una grieta abrirse en mí. Bajo la mirada, pero ya es tarde: esa sombra que intento ocultar siempre… ya está escrita en mis ojos. Alexa deja el cojín a un lado y se inclina hacia mí, acercándose despacio, con ese gesto suyo que siempre es una mezcla de cariño. Como si temiera que, si no se acerca lo suficiente, voy a escaparme dentro de mi propia cabeza otra vez.
Ella sabe exactamente lo que está pasando. Sabe que mi primera reacción, incluso cuando algo bueno sucede… es huir hacia los peores escenarios. Que tengo la absurda habilidad de imaginar finales tristes antes de permitirme siquiera la posibilidad de uno feliz.
—¿Por qué no quieres ilusionarte? —pregunta Alexa, clavando sus ojos en mí.
—¿Ha dicho algo que te haga dudar? — vuelve a pregunta suave. Niego con la cabeza, mordiendo mi labio inferior.
—Ha dicho que… le gusto —digo, bajando la mirada porque todavía me cuesta creerlo. Un silencio lleno de significado se instala.
—Y me acaba de pedir una cita —añado, sintiendo que las palabras se me traban en la garganta.
—Y me dijo un montón de cosas que… no sé cómo procesar – digo —Tanto que me parece demasiado bueno para ser real.
Alexa me observa con una mezcla de ternura y preocupación. Me toma las manos entre las suyas. Levanto la mirada hacia ella.
—Cielo… —empieza, con ese tono suave que solo usa cuando sabe que estoy a punto de encerrarme en mí misma—. Si lo que te preocupa es que te rompa el corazón… no puedes vivir huyendo de eso.
Sus manos envuelven las mías y sus pulgares comienzan a acariciar mis dedos con calma.
—No podemos evitar que alguien nos haga daño alguna vez —dice, inclinándose un poco hacia mí, como si quisiera que cada palabra me entrara directo al pecho—. Pero tampoco podemos evitarlo – continua, mientras suelta un suspiro como si sus palabras necesitaran espacio para ser dichas.
—Lo único que podemos hacer es… sentir. Porque si nos negamos a amar por miedo a salir lastimadas, es como si nos negáramos a respirar. A vivir. A existir.
Editado: 13.12.2025