Destinos cruzados. El lobo y la humana.

Capítulo 4: Hacia la Isla Prohibida.

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El silencio en la habitación, tras la impactante revelación de Arturo sobre Esmeralda, era tan denso que casi se podía tocar.

Milagro llevó una mano temblorosa a su boca, los ojos abiertos como si hubiese escuchado una profecía impensable.

Ángel, el Alfa Supremo, se quedó inmóvil. Que su hijo, un joven de apenas quince años, hubiera encontrado a su alma gemela en una niña humana desafiaba todas las leyes de su mundo.

—Arturo, hijo… es mejor que hablemos fuera de aquí. Déjala descansar —dijo Ángel con voz baja pero firme.

Arturo asintió, su propio corazón latiendo con fuerza en el pecho, pero con la certeza de que su lobo, su instinto más profundo, no se había equivocado.

Se levantó con un gesto de dolor, cojeando ligeramente, y siguió a sus padres hasta el estudio, una habitación con grandes ventanales que daban al denso bosque y una imponente chimenea que ahora solo albergaba cenizas frías. El aire era pesado con la tensión no dicha, con las preguntas sin formular.

Apenas entraron, Ángel cerró la puerta con decisión y se giró hacia su hijo.

—Siéntate. Vamos a hablar seriamente —el tono del Alfa no admitía evasivas.

—Sí, hijo, siéntate —habló Milagro, acercándose con dulzura, aunque sus ojos no ocultaban el miedo.

Arturo negó con la cabeza y se mantuvo de pie. Tenía miedo, pero en su pecho estaba resuelto a defender su lazo con la humana.

—Ahora dime qué significa eso de "ella es mi compañera". ¿Estás seguro de lo que estás diciendo? ¿Sabes las consecuencias? —insistió Ángel, su voz tensa.

—Lo estoy. Lo sentí... en lo más profundo de mí. Cuando la miré, mi lobo despertó. Me dijo que ella es la elegida —contestó Arturo, con la voz temblorosa pero decidida.

Milagro intercambió una mirada inquieta con Ángel.

—¿Y estás seguro de que no fue solo compasión, hijo? Estaba en peligro, asustada y sola… —intervino Milagro con suavidad.

—No, madre. Esto es diferente. Es algo que nunca sentí antes. Es un lazo que me une a ella, no con palabras, sino con el alma. Sé que es joven, que es humana, que es vulnerable, pero mi lobo no se equivoca. Me dice que ella es. Es un vínculo innegable, padre. Es mi compañera de vida.

Ángel cruzó los brazos y comenzó a caminar lentamente por la habitación. Luego se acercó a su hijo, posando una mano sobre su brazo, sintiendo la intensidad de su verdad.

—Hijo, tú y Denise… habíamos acordado ese compromiso con mi hermano Daniel. Esa unión no solo iba a fortalecer la manada, sino también consolidar tu lugar como futuro líder. Yo pensé que ustedes se amaban.

Arturo bajó la mirada, suspirando.

—Lo sé. Yo… aprecio a Denise. Pero nunca sentí esto. Esmeralda… es otra cosa. Es como si una parte de mí hubiera estado incompleta hasta encontrarla.

Milagro se acercó y le tomó la mano.

—Hijo, ¿crees que la niña haya sentido el vínculo?

—No sé. Desde que la encontré, está en silencio. No habla. Está… bloqueada.

—¿Entonces tú la nombraste Esmeralda? No entiendo… si no es así, ¿cómo sabes su nombre? —preguntó Ángel, frunciendo el ceño.

—Fue lo primero que me vino. Sus ojos… tan verdes, tan brillantes. Le dije ese nombre… y ella asintió. No dijo nada, pero creo que le gustó.

—¿Y qué pasó en ese lugar? ¿Dónde estaban los demás humanos? —insistió Ángel.

—Todos estaban muertos. Fueron asesinados. Pero ningún lobo tuvo la culpa. La pelea fue entre ellos. Un grupo emboscó al otro. Quisieron quedarse con todo. Creo. Había armas, olor a pólvora. Una masacre.

Ángel cerró los ojos por un momento.

—Eso me alivia en parte. La manada no fue responsable. Pero no deja de ser grave. Esa masacre sucedió en nuestras tierras. Es una mancha. Tenemos que actuar.

Milagro asintió.

—¿Qué piensas hacer?

—Iré inmediatamente. Los cuerpos deben enterrarse con respeto, aunque sean humanos y hayan profanado el bosque. No podemos permitir que la podredumbre manche la tierra —dijo Ángel con voz dura.

—¿Y qué pasará con ella? ¿Con Esmeralda? —preguntó Arturo, alzando el rostro con la voz cargada de emoción.

—Eso aún no lo sé —respondió Ángel con sinceridad—. Pero Daniel… cuando se entere, se molestará muchísimo.

Milagro miró a Arturo con compasión y habló:

—Nos enfrentaremos a eso juntos. Pero por ahora… ella necesita recuperarse. Y tú también, hijo.

El silencio volvió a llenar la sala, pero esta vez no con miedo, sino con una mezcla de decisiones difíciles y destinos cruzados. El amor de un joven lobo por una humana apenas comenzaba a escribir su historia, una que retaría a toda una manada.

—Bien. Iré con un grupo de guerreros antes de que el sol salga.

—Sería estupendo saber quiénes son los padres de Esmeralda, para darles una sepultura honrada —dijo Arturo.

—Pero no hay tiempo ni información. Tendrán que ir todos a la fosa común, una que será abierta solo para los forasteros… Es lo más digno que podemos ofrecer en estas circunstancias. No son de los nuestros, pero merecen el descanso —dijo con la voz ronca.

Con esa dura y pragmática declaración, el Alfa partió junto a varios guerreros hacia el bosque, sus pasos firmes, dejando a Milagro y Arturo a solas en el estudio, con la sombra del pacto roto y el nuevo destino de Esmeralda cerniéndose sobre ellos.

Arturo respiró con calma al ver a su padre alejarse, ya que sabía que estaba molesto, y ambos juntos en la misma habitación hacían el ambiente pesado.

Milagro se volvió hacia su hijo, sus ojos llenos de una mezcla de amor y profunda consternación.

—Arturo... ¿estás seguro de lo que dices? ¿Una humana... tu compañera? Es... es algo que desafía todas nuestras leyendas, todas nuestras leyes.

Arturo se sentó pesadamente, apoyándose en el tobillo bueno. Con tranquilidad, dirigió sus ojos miel a su madre.

—Madre, sé lo que sentí. Sé que lo que digo suena... loco. Pero cuando la miré a los ojos, fue como si un rayo me golpeara. No fue algo que elegí. Mi lobo, el que todavía no conozco, ese instinto primario... él la reconoció. Esmeralda —pronunció el nombre de la niña, y el sonido pareció suavizar la dureza de la situación—. Sé que es una niña, pero el lazo está ahí. Es innegable.




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