Destinos cruzados. El lobo y la humana.

Capítulo 8: No lo dejaremos solo.

*****🌙*****

Un murmullo de voces apagadas, el reconfortante calor de una manta suave cubriéndola, el leve y rítmico crujir del fuego en una chimenea cercana. Milagro abrió los ojos lentamente, parpadeando con esfuerzo contra la luz tenue que, aún filtrada por las cortinas de terciopelo del gran ventanal de piedra, le parecía deslumbrante después de la oscuridad del desmayo y el viaje.

Estaba en su habitación… en el corazón imponente del castillo de la manada Renacimiento. La familiaridad del lugar, sin embargo, no trajo consuelo a su espíritu inquieto.

Un nudo gélido de angustia le oprimía el pecho, un peso invisible que le impedía respirar con normalidad, robándole el aire. Su primer pensamiento, el único, fue su hijo.

—Arturo… —murmuró, la palabra un eco tembloroso al incorporarse de golpe, su cuerpo aún adolorido por la caída en el bosque—. ¿Dónde está mi hijo? ¿Está bien? ¿Lo encontraron?

La puerta de roble macizo se abrió al instante con un suave crujido, revelando una figura familiar. Ángel estaba allí, su silueta alta y poderosa enmarcada en el umbral, una sombra protectora.

Se le notaba visiblemente agotado, con los ojos enrojecidos e hinchados por la falta de sueño y la profunda preocupación que lo había consumido durante horas. Aún traía tierra y hojas en la ropa, signos de su propia búsqueda desesperada.

Pero en cuanto la vio despierta, una chispa de alivio, tan intensa como una pequeña supernova, encendió su mirada. La oscuridad en sus ojos se disipó por un momento. Se acercó a ella en tres zancadas largas y decididas, y la abrazó con una fuerza desesperada, un agarre posesivo, como si su vida entera dependiera de aquel contacto, de sentirla real y presente, a salvo en sus brazos.

—¡Estás bien!… —susurró, con la voz quebrada por la emoción desbordante y el miedo contenido que lo había atenazado, su aliento cálido en el cabello de ella—. Pensé que te había perdido, Milagro. Casi me vuelvo loco al no encontrarte en la manada, sin rastro, sin una explicación.

Milagro se dejó abrazar, aferrándose a él con todas sus fuerzas, buscando consuelo en su cercanía, aunque la ansiedad por Arturo, un tormento constante, no la dejaba encontrar paz en sus brazos.

—Ángel, por la Diosa Luna, por favor dime… ¿Dónde está Arturo? ¿Está a salvo? ¿Lo encontraron?

Él apartó el rostro lentamente, sin soltarla del todo, sus brazos aún rodeándola con posesividad, como si temiera que se desvaneciera. Sus ojos, ahora llenos de lágrimas contenidas que brillaban en la penumbra de la habitación, se clavaron en los de ella, buscando no solo comprensión, sino también la fuerza que solo ella podía darle.

—No ha regresado, Milagro —confesó, su voz un lamento ahogado, lleno de derrota y desesperación—. Lo seguimos hasta donde pudimos, hasta los límites de nuestra percepción, pero… el lobo que despertó en él no nos escucha. Está perdido. Herido, pero no entiendo por qué. Algo lo rompió, lo desató de esa manera tan brutal. Ahora está solo… solo en su dolor, arrastrado por esa furia.

Milagro llevó ambas manos a su rostro, sofocando un sollozo desgarrador que amenazaba con escapar de lo más profundo de su ser. Las lágrimas ardientes se filtraban entre sus dedos, quemándole la piel.

—No… no puede ser… Mi hijo… mi pequeño…

—¿Qué pasó anoche, Milagro? —preguntó Ángel, su tono era una mezcla cruda de desesperación, alivio por tenerla a ella, y un reproche velado por la angustia. Su voz se alzó un poco—. ¿Por qué te fuiste en mitad de la madrugada sin decirme nada? ¿Por qué no me esperaste? ¡Creí que te había ocurrido algo terrible! ¡Llegué a la isla vecina y no había rastro de ti ni de Arturo! —Su mirada se endureció de repente, la pregunta más apremiante flotando en el aire—. ¿Dónde está la compañera de mi hijo? ¿Es por su causa que mi hijo está así?

Milagro respiró hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que la asaltaba, el miedo por Arturo y la necesidad de revelar una verdad monumental. Ya no podía esconderla, no más.

—La niña… la pequeña humana… se desvaneció de pronto, Ángel —explicó, la urgencia en su voz era palpable, cada palabra cargada de la memoria del horror—. Empezó a convulsionar de forma violenta, su cuerpecito se retorcía. Su cuerpo ardía con una fiebre incontrolable, Ángel, como si una hoguera se encendiera dentro de ella, consumiéndola. Algo… algo muy poderoso, algo que superaba cualquier entendimiento de nuestra especie, estaba rompiendo sus límites humanos, desintegrándola. No podíamos esperar ni un minuto más. Salimos en busca de un hospital humano en una de las islas vecinas, la llevamos allí. Era su única esperanza de sobrevivir a esa fuerza.

Ángel frunció el ceño, la confusión mezclándose con la preocupación más profunda en su rostro.

—¿Qué clase de enfermedad tan extraña podría causarle tal cosa…? ¿Está muerta? ¿La perdimos?

—No está enferma, Ángel, tampoco murió —interrumpió Milagro con voz firme y clara, aunque teñida de asombro por la revelación que estaba a punto de hacer—. No es lo que parece. Esa niña… Esmeralda… es una guardiana. Su cuerpo guarda en su interior un fragmento del Mineral Ancestral, el mismo que los humanos buscan con avaricia en nuestra isla. Y no solo eso… ella es hija de Samanta.

Ángel dio un paso atrás, como si su alma hubiera recibido una descarga eléctrica. Sus ojos, ya muy abiertos, se dilataron aún más con la incredulidad y el reconocimiento.

—¿Samanta? —susurró, el nombre de la bruja de la Luna sonando casi como un eco lejano de un pasado glorioso y trágico—. ¿La bruja de la Luna? ¿Nuestra Samanta? ¿La misma que nos unió en matrimonio?

Milagro asintió, las lágrimas aún húmedas en sus mejillas, pero ahora con un brillo de revelación y asombro en sus ojos, una verdad que la liberaba y la aterrorizaba a partes iguales.

—Lo vi con mis propios ojos, Ángel. Ella apareció en el espejo del bosque, una proyección etérea de su espíritu. Nos habló… le habló directamente a Arturo, a su alma. Le dijo que debía alejarse ya que, sin quererlo, sin poder controlarlo, él lastimaba a la niña con su propio poder inestable, que la ponía en peligro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.