Erika cruzó el umbral del castillo, su corazón palpitando con una mezcla de emoción y nerviosismo ante la grandiosidad del lugar. La figura familiar de Milagro captó de inmediato su atención. Con una sonrisa cálida y pasos firmes, Milagro se acercó, como si supiera la importancia crucial de este momento para Erika.
—¡Ah, Guardiana Erika! —exclamó Milagro, su voz resonando con una alegría contagiosa—. Te hemos estado esperando. Serás la madrina de Esmeralda.
La noticia provocó un escalofrío de sorpresa y honor en Erika. La idea de ser parte de algo tan significativo la llenó de orgullo.
—¿Yo? —preguntó, tratando de asimilar la información.
—Sí, querida. Y no solo eso, Marcelo también ha sido escogido por Esmeralda para ser su padrino. Ambos han sido elegidos por la luz que llevan dentro —respondió Milagro, guiándola hacia el altar, donde el Alfa Ángel esperaba con una presencia imponente.
Mientras todos aguardaban la llegada de Esmeralda, Marcelo, un ancla de calma a su lado, la guio con una gentil presión en su mano. Al llegar al centro del salón, donde Ángel y Arturo los esperaban con una sonrisa solemne, Erika soltó la mano de Marcelo por un instante. Con un movimiento fluido y respetuoso, se postró sobre una rodilla, inclinando la cabeza en señal de reverencia ante el Alfa Supremo. No era solo un gesto de respeto al líder de la manada, sino un humilde reconocimiento de su lugar y un pedido silencioso de perdón por el pasado.
Ángel, conmovido por la humildad de su sobrina, no permitió que permaneciera así por mucho tiempo. Extendió una mano con calidez, su rostro reflejando orgullo y alivio.
—Levántate, Erika —dijo, su voz profunda pero amable.
Erika se puso de pie, y Ángel, con un gesto firme, tomó el micrófono que le ofrecía uno de los guardias. Un chasquido resonó en los altavoces, y el bullicio de la fiesta se desvaneció casi al instante. El silencio que se instaló fue tenso, expectante.
—Pueblo de Lúmina, ancianos, familia… —la voz de Ángel resonó con autoridad y orgullo—. Esta noche es una noche de celebraciones, de milagros… y de nuevas promesas. Quiero presentarles a una mujer que ha regresado de la oscuridad, que ha enfrentado sus demonios y ha renacido más fuerte que nunca. Una hechicera de poder inigualable, y la nueva protectora de nuestra amada isla. ¡Les presento a Erika, la Guardiana de Lúmina!
Un estruendo de aplausos estalló en el salón, un eco atronador de aceptación y alivio. Los gritos de júbilo y los vítores llenaron el aire, mezclándose con lágrimas silenciosas de aquellos que habían temido lo peor. La ovación fue tan ensordecedora que Erika sintió un nudo en la garganta. Su padre, Daniel, y su madre, Estefanía, la miraban con lágrimas de orgullo que brotaban sin control. Sus abuelos, Héctor y Ángela, quienes la observaban desde la mesa de los ancianos, asentían con una dignidad serena, sus propios ojos empañados.
Ángel, con una sonrisa afectuosa, le entregó el micrófono a Erika. El peso del objeto en su mano era simbólico, el peso de una nueva responsabilidad. Su corazón latía con fuerza, pero una calma profunda la invadió al ver los rostros de su gente.
—Pueblo de Lúmina… —Erika comenzó, su voz al principio un poco temblorosa, pero que fue ganando firmeza con cada palabra—. Antes que nada, quiero pedirles perdón. Perdón por el dolor que pude haber causado, por el miedo que infundí, por los errores que cometí mientras estaba… perdida. La oscuridad me cegó, pero con la ayuda de Esmeralda y el poder del mineral, he sido purificada.
Hizo una pausa, sus ojos recorriendo cada rostro, buscando conexión.
—Hoy, les prometo… —continuó, con una voz clara y resonante que llenó cada rincón del salón—. Les prometo que usaré mis poderes solo para el bien. Les prometo cuidar de esta isla con cada fibra de mi ser, protegerla de cualquier amenaza externa, y velar por cada uno de ustedes, por cada criatura que habita Lúmina. Mi destino es protegerlos, y lo haré con honor.
El aplauso que siguió fue aún más fuerte, un eco de fe y esperanza que envolvió a Erika en un cálido abrazo de aceptación. Las dudas se disipaban, reemplazadas por la confianza en su nueva Guardiana.
Esmeralda esperaba a que Erika se reconciliara con su pueblo para bajar de la mano de su mejor amiga Lía. Ambas estaban escuchando el alboroto y Esmeralda sabía de qué se trataba, así que prefirió esperar el momento perfecto para bajar.
Con una sonrisa radiante, Erika miró a Marcelo, que la observaba con una admiración palpable. Tomó aire, para hacer la parte más personal de su anuncio.
—Y en esta noche de nuevas promesas… también quiero compartir con ustedes otra bendición. Una que ha llegado a mi vida de la forma más inesperada. He encontrado el amor.
Un murmullo de sorpresa recorrió el salón. Los ojos de Daniel y Estefanía se abrieron de par en par, sus miradas se posaron en Marcelo, el "simple humano". La sorpresa era evidente en sus rostros.
Erika apretó la mano de Marcelo, que se había acercado a su lado.
—Les presento a Marcelo —dijo Erika, su voz rebosante de orgullo—. Él es… humano. Pero su corazón es tan puro como el nuestro. Y aunque es humano, eso no es un obstáculo para mi misión de cuidar la isla. Él ha elegido quedarse, a mi lado, para siempre. Será parte de esta comunidad, mi compañero en esta nueva etapa.
Otro estruendo de aplausos, esta vez teñido de asombro y curiosidad. Aunque algunos no comprendían del todo esta unión, la alegría y la autoridad en la voz de Erika eran contagiosas.
Daniel, el padre de Erika, se abrió paso entre la gente, su rostro aún reflejaba un poco de incredulidad, pero sus ojos estaban llenos de afecto. Se acercó a Marcelo y le tendió la mano con firmeza.
—Bienvenido a la familia, Marcelo —dijo Daniel, una sonrisa amable apareciendo en sus labios—. Aunque debo preguntar… ¿cómo lograste conquistar el corazón de mi hija, si no es indiscreción? Ella no es fácil de impresionar.