Lucas observó el paisaje que pasaba rápidamente por la ventanilla del tren, mientras se dirigía de regreso a Canadá. Los días en el campamento habían sido un refugio, pero ahora, de vuelta en su hogar, una realidad diferente lo esperaba. La partida de Sofía había dejado una marca profunda en todos, y Lucas se sentía atrapado entre el dolor de la pérdida y las complicaciones de su propia vida.
Al llegar a su ciudad natal, fue recibido por su hermano mayor, Diego. La relación entre ellos siempre había sido tensa, y Lucas sabía que el ambiente en casa no iba a ser fácil.
—Hola, Lucas. ¿Cómo estuvo el campamento? —preguntó Diego, sin mucho interés.
—Complicado. Perdí a una amiga cercana. ¿Y aquí? —respondió Lucas, tratando de mantener la calma.
—Lo siento por tu amiga. Aquí las cosas no han cambiado mucho, pero tienes que saber algo importante —dijo Diego, con un tono más serio.
Lucas sintió una punzada de preocupación en el estómago. Sabía que algo andaba mal, pero no tenía idea de hasta qué punto.
Esa noche, después de la cena, Diego lo llevó al sótano de la casa, un lugar que rara vez visitaban. En un rincón polvoriento, Diego sacó una caja vieja y la abrió, revelando varios documentos y objetos que Lucas no reconoció de inmediato.
—Papá nos dejó más problemas de los que imaginábamos —dijo Diego, entregándole unos papeles.
Lucas los leyó rápidamente. Eran documentos que vinculaban a su familia con negocios turbios y personas peligrosas. El peso de la herencia paterna caía sobre él como una losa.
—¿Qué significa esto, Diego? —preguntó Lucas, sintiendo el pánico crecer en su interior.
—Significa que estamos en problemas, Lucas. Papá hizo tratos con gente peligrosa, y ahora nos están exigiendo que paguemos sus deudas. Han estado viniendo, buscando el dinero y no aceptarán un no por respuesta —respondió Diego, con preocupación en sus ojos.
Los días siguientes fueron un torbellino de tensión y miedo. Lucas se encontró enredado en una red de amenazas y exigencias. Los acreedores de su padre eran implacables, y el peligro parecía estar siempre a la vuelta de la esquina.
Una tarde, mientras caminaba por el centro de la ciudad, fue interceptado por un hombre robusto y de aspecto siniestro.
—Tú debes ser Lucas. He oído hablar de ti —dijo el hombre, con una sonrisa amenazante.
—¿Qué quieres? —preguntó Lucas, intentando mantener la calma.
—Lo que quiero es simple: el dinero que tu padre nos debe. Y no nos iremos hasta que lo tengamos —dijo el hombre, su tono dejando claro que no era una petición sino una exigencia.
Lucas trató de explicar la situación, pero el hombre no estaba dispuesto a escuchar. La amenaza era clara, y Lucas sabía que debía encontrar una manera de solucionar el problema antes de que las cosas empeoraran.
En medio de esta tormenta, Lucas se aferró a los recuerdos del campamento y a su amor por Marina. Sus llamadas y mensajes eran su único consuelo en esos momentos oscuros.
—Marina, las cosas aquí están muy mal. Mi padre nos dejó una deuda con gente peligrosa y ahora estoy atrapado en medio de todo —dijo Lucas en una llamada nocturna.
—Lucas, lo siento mucho. Ojalá pudiera ayudarte. Solo quiero que te mantengas a salvo. Haré todo lo posible desde aquí para apoyarte —respondió Marina, con preocupación en su voz.
Las palabras de Marina le daban fuerzas, pero la realidad en Canadá era cada vez más sombría. Lucas sabía que tenía que encontrar una solución rápida antes de que las amenazas se convirtieran en algo peor.
Un día, Diego llegó a casa con una expresión de alivio mezclada con preocupación.
—He encontrado una forma de pagar la deuda, pero no es sencilla ni segura —dijo Diego, entregándole un paquete a Lucas.
Dentro del paquete había un sobre lleno de dinero y un mapa con instrucciones.
—¿Qué es esto? —preguntó Lucas, confundido.
—Es el primer pago. Debemos entregarlo en el lugar indicado y asegurarnos de que entiendan que pagaremos el resto pronto. No será fácil, pero es nuestra única opción —explicó Diego.
Lucas sabía que el camino por delante estaba lleno de peligros, pero no veía otra salida. Esa noche, se preparó mentalmente para lo que venía, prometiéndose que encontraría una manera de salir de ese oscuro abismo en el que su familia se había hundido.
Mientras tanto, en Nueva York, Marina seguía preocupada por Lucas, sintiendo la distancia y el peligro que lo rodeaba. A pesar de la tristeza y el miedo, ambos sabían que su amor era la única constante en medio de la tormenta, y se aferraban a la esperanza de que, algún día, podrían estar juntos y en paz.
Editado: 21.07.2024