destinos entrecruzados

Capítulo 10: La Prueba de Lucas

Los días después de su liberación bajo fianza fueron duros para Lucas. Aunque estaba agradecido de estar fuera de la cárcel, la realidad de su situación seguía pesando sobre él como una losa. Las noches eran las peores; a menudo se encontraba despierto, atormentado por pesadillas y pensamientos oscuros. La ansiedad y la culpa lo consumían.

Una mañana, mientras Marina dormía en el sofá de su pequeño apartamento, Lucas salió a caminar para despejar su mente. Las calles de Canadá estaban llenas de gente, pero él se sentía solo, como si estuviera atrapado en una burbuja que lo aislaba del mundo.

Pasó por el parque donde solía jugar de niño y se detuvo en un banco, recordando tiempos más simples. Todo lo que había querido era proteger a su familia, pero las decisiones que había tomado lo habían llevado a este punto. No podía evitar sentirse responsable de la muerte de su padre y de las deudas que ahora enfrentaba.

De repente, su teléfono sonó. Era Diego, su amigo de la infancia que había estado a su lado en los momentos más difíciles.

—¿Lucas? ¿Estás bien? —preguntó Diego, su voz llena de preocupación.

—No, Diego. No estoy bien. No sé cuánto más puedo soportar esto —respondió Lucas, con la voz quebrada.

Diego le ofreció su apoyo y le sugirió que buscara ayuda profesional. Lucas sabía que necesitaba hablar con alguien, pero la idea de abrirse y mostrar su vulnerabilidad le resultaba aterradora.

Esa tarde, mientras caminaba de regreso al apartamento de Marina, recibió una llamada de Javier.

—Lucas, necesitamos hablar. Hay algo importante que debes saber —dijo Javier, su tono grave.

Lucas se reunió con Javier en una cafetería cercana. Javier le explicó que había descubierto más detalles sobre los hombres con los que estaba endeudado su padre. Eran mucho más peligrosos de lo que habían imaginado, y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para recuperar su dinero.

—Lucas, tienes que mantenerte fuera de su alcance. No podemos arriesgarnos a que te atrapen de nuevo —dijo Javier, preocupado.

—¿Y qué se supone que haga? ¿Huir? ¿Dejar que esta gente controle mi vida? —respondió Lucas, frustrado.

—No, pero necesitamos ser inteligentes sobre esto. Tenemos que encontrar una manera de resolverlo sin poner tu vida en peligro —dijo Javier, tratando de calmarlo.

Esa noche, Lucas y Marina hablaron sobre la situación. Marina estaba decidida a apoyarlo, pero también estaba preocupada por su seguridad.

—Lucas, no quiero perderte. Tienes que ser cuidadoso —dijo Marina, con lágrimas en los ojos.

—Lo sé, Marina. Haré todo lo posible para salir de esto, pero necesito que estés a salvo también. No puedo soportar la idea de que te hagan daño por mi culpa —respondió Lucas, abrazándola con fuerza.

Los días siguientes fueron una lucha constante. Lucas asistía a las reuniones con su abogado y Javier, tratando de encontrar una solución. Sin embargo, cada avance parecía venir con un nuevo obstáculo. La presión aumentaba, y la ansiedad de Lucas empeoraba.

Una noche, mientras estaba solo en su apartamento, tuvo un ataque de pánico. Sentía que las paredes se cerraban sobre él y que no podía respirar. Intentó calmarse, pero los recuerdos de su padre, las amenazas de los acreedores y el miedo por Marina lo abrumaron.

Marina llegó justo a tiempo. Lo encontró en el suelo, temblando y con la respiración agitada. Sin pensarlo, se arrodilló a su lado y lo abrazó con fuerza, susurrando palabras de consuelo.

—Estoy aquí, Lucas. Respira conmigo. Todo estará bien —dijo Marina, su voz suave y tranquilizadora.

Con su ayuda, Lucas logró calmarse. Pero la realidad de su situación seguía siendo abrumadora. Sabía que tenía que enfrentar sus demonios, tanto internos como externos, si quería tener alguna esperanza de un futuro con Marina.

A pesar de todo, la presencia de Marina le daba fuerza. Ella era su ancla en medio de la tormenta, y su amor era lo único que lo mantenía en pie. Pero Lucas sabía que no podía depender solo de ella. Necesitaba encontrar su propia fuerza y resolver sus problemas de una vez por todas.

Con renovada determinación, Lucas decidió que era hora de tomar acción. No podía seguir viviendo en el miedo. Haría lo que fuera necesario para proteger a su familia y a Marina, incluso si eso significaba enfrentarse a sus peores miedos.

Esa noche, mientras miraba las estrellas desde la ventana de su apartamento, Lucas hizo una promesa a sí mismo. Encontraría una manera de salir de este abismo y construiría un futuro mejor, no solo para él, sino para todos los que amaba.




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