El viento frío soplaba a través de las calles de Vancouver, creando un ambiente lúgubre y sombrío. Lucas caminaba rápidamente, manteniéndose alerta, mientras las sombras parecían alargarse y seguirlo. Había decidido enfrentarse a los hombres que lo perseguían, con la esperanza de negociar una tregua o al menos ganar tiempo. Sin embargo, en el fondo, sabía que estaba entrando en territorio peligroso.
La cita había sido acordada en un antiguo almacén abandonado en las afueras de la ciudad. El lugar, con sus paredes derruidas y ventanas rotas, irradiaba una sensación de desolación y peligro. Al llegar, Lucas sintió un escalofrío recorrer su espalda. El almacén parecía respirar oscuridad y amenazas invisibles.
Al entrar, la luz de la luna apenas iluminaba el interior. Lucas avanzó con cautela, cada paso resonando en el silencio opresivo. De repente, escuchó un ruido detrás de él y se giró rápidamente, solo para ver que no había nadie. Su corazón latía con fuerza mientras continuaba avanzando.
—Lucas Martínez, ¿verdad? —una voz grave y fría rompió el silencio.
Lucas se giró para ver a un hombre alto y corpulento, con una cicatriz que le atravesaba la mejilla. Estaba acompañado por dos secuaces que miraban a Lucas con ojos fríos y calculadores.
—Sí, soy yo —respondió Lucas, intentando mantener la calma—. He venido a hablar sobre las deudas de mi padre. Quiero encontrar una solución.
El hombre con la cicatriz sonrió de manera siniestra.
—¿Una solución? No creo que entiendas en qué te has metido, muchacho. Tu padre nos debía mucho dinero, y ahora esa deuda es tuya. No hay escapatoria.
Lucas sintió que el miedo lo envolvía, pero se obligó a mantenerse firme.
—Estoy dispuesto a negociar. Puedo trabajar para ustedes, hacer lo que sea necesario para saldar la deuda —propuso, esperando que sus palabras tuvieran algún efecto.
El hombre se rió, un sonido que resonó en el almacén vacío como el eco de una pesadilla.
—¿Trabajar para nosotros? Eso es lo mínimo que esperamos. Pero hay otra cosa que quiero de ti, Lucas. Quiero tu lealtad total. Quiero que te conviertas en uno de nosotros —dijo, su voz cargada de amenaza.
Lucas sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Sabía que unirse a esta gente significaría perderse a sí mismo por completo. Pero antes de que pudiera responder, uno de los secuaces se adelantó y le entregó una carpeta.
—Aquí tienes los detalles de tu primera tarea. Si fallas, te aseguro que pagarás con tu vida. Y no solo tú, sino también aquellos a los que amas —dijo el hombre con la cicatriz, sus ojos perforando a Lucas.
Lucas abrió la carpeta con manos temblorosas y leyó los detalles. La tarea implicaba algo mucho más oscuro y peligroso de lo que había imaginado. Sabía que no podía cumplirla, pero también sabía que no tenía elección.
—Lo haré —dijo con voz débil, sintiendo que la desesperación lo envolvía.
—Buena elección, Lucas. Nos veremos pronto para ver cómo progresas. Y recuerda, no hay escapatoria —dijo el hombre con la cicatriz, antes de girarse y desaparecer en la oscuridad.
Lucas salió del almacén sintiendo que el peso del mundo caía sobre sus hombros. Mientras caminaba de regreso a su apartamento, las calles de Vancouver parecían más oscuras y peligrosas que nunca. Sabía que estaba atrapado en una red de peligros de la que quizás nunca podría escapar.
Al llegar a su apartamento, encontró a Marina esperándolo con una expresión de preocupación.
—Lucas, ¿estás bien? —preguntó, al ver su pálido rostro.
—No, Marina. No estoy bien. Las cosas se han puesto peor de lo que imaginé —respondió Lucas, dejándose caer en el sofá.
Marina se acercó y lo abrazó, intentando consolarlo.
—Lo superaremos juntos, Lucas. Encontraremos una manera —dijo, con determinación.
Pero mientras Lucas la abrazaba, no podía sacudirse la sensación de que la oscuridad estaba acechando, cada vez más cerca. Sabía que el camino por delante estaría lleno de peligros y que, para proteger a Marina y a sí mismo, tendría que enfrentarse a sus peores miedos y a los hombres que amenazaban con destruirlo todo.
Editado: 21.07.2024