Marina se encontraba sentada en su pequeño estudio, rodeada de cuadernos llenos de bocetos y poemas. Desde que había decidido seguir su camino sola, había volcado todas sus emociones y experiencias en su escritura. Era una forma de sanar, de expresarse y, a veces, de encontrar respuestas a sus propias preguntas.
Aquella tarde, sintió una oleada de inspiración. Tomó su cuaderno favorito y comenzó a escribir, dejando que las palabras fluyeran libremente. El poema que emergió de su pluma hablaba de amor, pérdida y redescubrimiento, un reflejo perfecto de su viaje emocional.
Marina decidió compartir el poema en sus redes sociales, algo que hacía de vez en cuando para conectar con sus seguidores y recibir retroalimentación. No esperaba nada extraordinario, solo quería compartir un pedazo de su alma con el mundo.
Horas después, mientras estaba en una cafetería disfrutando de un café con leche, su teléfono comenzó a vibrar sin parar. Notificaciones de Twitter, Instagram y Facebook se acumulaban a una velocidad vertiginosa. Sorprendida, abrió una de las aplicaciones y se dio cuenta de que su poema se había vuelto viral. Miles de personas lo habían leído, compartido y comentado.
Los mensajes de apoyo y admiración llenaban su bandeja de entrada. Entre ellos, notó uno en particular. Era de un chico llamado David, que había escrito un comentario elogiando su poema con una sensibilidad que le llamó la atención. Intrigada, revisó su perfil y descubrió que también era escritor y amante de la poesía.
David: *"Tu poema me llegó al alma. Eres increíble. ¿Te gustaría charlar algún día sobre poesía?"*
Marina sonrió, sintiendo una mezcla de emoción y curiosidad. Respondió con un simple "Gracias, claro que sí" y continuó revisando los demás mensajes.
Los días siguientes fueron una vorágine de atención mediática. Revistas literarias y blogs de poesía compartieron su poema, y varias entrevistas surgieron de la nada. Marina se encontraba en el centro de una tormenta mediática, algo que nunca había imaginado.
David no tardó en enviarle otro mensaje, esta vez sugiriendo que se encontraran en una librería local que también funcionaba como café. Marina aceptó, intrigada por la oportunidad de conocer a alguien nuevo que compartía su amor por la poesía.
Cuando llegó al café-librería, David ya estaba allí, esperándola con una copia de su poema impresa. Era un joven alto, con cabello rizado y una sonrisa cálida. Se levantó para saludarla y, al estrechar su mano, Marina sintió una conexión inmediata.
—Hola, Marina. Es un honor conocerte. Tu poema es realmente hermoso —dijo David, sus ojos brillando con entusiasmo.
—Gracias, David. Me alegra mucho que te haya gustado —respondió ella, sintiéndose cómoda y nerviosa al mismo tiempo.
Pasaron la tarde hablando de poesía, libros y sus respectivas experiencias de vida. David la hacía reír con sus historias y la escuchaba con atención cuando ella hablaba. Marina se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, estaba disfrutando de la compañía de alguien sin sentir el peso del pasado.
A medida que se acercaba la noche, David la acompañó a la salida. Antes de despedirse, se atrevió a ser un poco más directo.
—Marina, me encantaría verte de nuevo. ¿Qué dices? —preguntó, su voz llena de esperanza.
Marina lo miró y, después de un momento de reflexión, asintió con una sonrisa.
—Claro, me encantaría —respondió, sintiendo una nueva chispa de emoción.
Mientras se alejaba del café, Marina pensó en Lucas y en cómo sus caminos se habían separado. Sabía que su amor por él siempre estaría allí, pero también entendía que su vida debía seguir adelante. David era una posibilidad nueva, una oportunidad para redescubrir el amor desde una perspectiva diferente.
En Canadá, Lucas seguía lidiando con los problemas que su familia le había impuesto. Pero en algún rincón de su mente, el recuerdo de Marina y su amor por ella le daban fuerzas para seguir adelante, con la esperanza de que algún día sus caminos se cruzaran de nuevo, aunque fuera como amigos.
Editado: 21.07.2024